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Entre las primeras acciones como directora de Conacyt, María Elena Álvarez-Buylla confirmó el pasado 5 de febrero que el Sistema Nacional de Investigadores (SNI) no desaparecerá pero a la vez manifestó su decisión de mejorar la evaluación de los académicos: “Vamos a exigir que haya transparencia y no haya sesgos” (http://www.comunicacion.amc.edu.mx/comunicados/anuncia-el-conacyt-sus-primeras-acciones). En realidad, diversos colegas han cuestionado la permanencia o conveniencia del SNI y la manera de evaluar. Por ejemplo, Gil-Antón (https://www.eluniversal.com.mx/articulo/manuel-gil-anton/nacion/sistema-nacional-de-publicadores) opina que muchos de los académicos que ostentamos tal distinción nos hemos convertido en (o ya éramos) publicadores más que investigadores genuinos. De acuerdo con este autor, tal conversión refleja cómo la evaluación “ha ido perdiendo la capacidad de ponderar lo realizado, y un atajo ha sido “contar” los productos y valorarlos según la calidad de la revista o el prestigio de la editorial. De ser suficientes, se echa un ojo a las demás actividades; si no, ¿ya para qué?... Lee menos, redacta más: esa es la consigna implícita [para los evaluados]”. En el mismo sentido, es pertinente citar aquí dos cuestionamientos análogos: Lehmann et al. (Nature 444: 1003-4, 2006. doi: 10.1038/4441003a) escribieron “unable to measure what they want to maximize (quality), institutions will maximize what they can measure” mientras que Buendía et al. (Perfiles Educativos XXXIX(157): 200-19, 2017. http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0185-26982017000300200&lng=es&tlng=es) consideraron que las evaluaciones actuales son más bien recuentos curriculares en tanto “´[m]iden lo que se puede medir, no lo que se requiere sistematizar para promover la calidad de las diversas actividades académicas”.
Con los sesgos inherentes a mi desempeño académico en biomedicina, y a pesar de mi escasa experiencia como evaluador en el SNI (participé en la subcomisión dictaminadora del área III en 2018), amplío aquí mi comentario que en su momento agregué al escrito de Gil-Antón.
En particular, subrayo que el rampante y descomunal afán de publicar configura una grotesca simulación o quizá incluso corrupción (Galaz-Fontes y Gil-Antón, High Educ 66: 357-74, 2013. doi 10.1007/s10734-013-9610-3; Bensusán et al. “La evaluación de los académicos: Instituciones y Sistema Nacional de Investigadores, aciertos y controversias”, FLACSO-UAM, Ciudad de México, 2018) basada en autorías espurias o ilegítimas ilustradas por las siguientes prácticas cotidianas que en buena medida son no sólo soslayadas sino quizá acentuadas por las evaluaciones correspondientes:
1. Formación de mafias o cárteles de publicación (sea por amiguismo, nepotismo o vil conveniencia) que Marcelino Cereijido llamó convenios tipo “Alí Babá y los 40 ladrones” y mediante los cuales dos o más individuos acuerdan que todos ellos aparecerán como coautores [sic] en las publicaciones que cada uno genere. Al respecto, considero que tanto a los cárteles de dos colaboradores, incluyendo ciertas parejas conyugales o sentimentales (Rivera, J Korean Med Sci 33(13):e105, 2018. https://doi.org/10.3346/jkms.2018.33.e105), como a aquellos colegas biomédicos con afiliación a dos instituciones, típicamente un centro de investigación u hospital del sector salud y una universidad pública (Rivera, blog Este País. http://archivo.estepais.com/site/2013/dobles-plazas-y-el-sni/), debería exigírseles una mayor productividad. Aunque sea ocioso, cabría preguntar si alguna de estas 2 inmoralidades es peor que la otra.
2. Utilización de asteriscos para designar que 2, 3 o más individuos en la lista de autores [sic] deben considerarse como “primeros autores” o como “autores para correspondencia”. Nótese que tan socorrida artimaña representa una nueva modalidad de regalar o intercambiar coautorías sin la pérdida del crédito que inevitablemente ocurriría en el improbable caso de regalar una primera autoría o corresponsalía.
Cabe mencionar aquí que no obstante el descarado exceso de coautorías en que incurren no pocos colegas, Bensusán et al. (ídem) subrayan que para la evaluación de los académicos en el SNI, únicamente los Criterios Específicos de Evaluación del Área VI o Biotecnología y Ciencias Agropecuarias de 2013 apuntaban que la “coautoría excesiva merma la credibilidad de los investigadores”. Desafortunadamente, esta advertencia fue eliminada en la versión 2019 de dichos criterios. Más aún, podría decirse que en general los Criterios de Evaluación del SNI han alentado y alientan dicha coautoría excesiva, es decir, ilegítima (aunque los practicantes más contumaces y cínicos la disfracen como colaboración genuina).
Así, en la versión 2019 de dichos criterios se observa que la mayor proporción de publicaciones como primer autor o autor de correspondencia requerida para los niveles II y III es 50% en el área VI; en contraste, el área III requiere 30% de tales artículos, mientras que el área II no requiere primeras autorías y sólo pide publicaciones como autor de correspondencia en una proporción de 20% para nivel II y 30% para nivel III. Nótese el despropósito de que en las áreas II y III un investigador podría alcanzar el máximo nivel a pesar de tener 35/50 (70%) de publicaciones como un coautor más y 0-15/50 (área III) o 1/50 (requisito opcional para nivel I en el área II) como primer autor. Las otras 4 áreas no tienen o no hacen explícita tal exigencia. También es notable que sólo el área V aluda a publicar en una línea de investigación al establecer la opción de tener “dos trabajos como coautor dentro de una misma línea de investigación” para ser distinguido como candidato. Incidentalmente, Bensusán et al. (ídem, pp. 115 y 139) consignan la complicidad propia de algunos cuerpos académicos mediante la cual se otorgan autorías gratis y por ende se incurre en simulación. Aunque sólo el 6% de los colegas encuestados o entrevistados en dicho análisis consideraron que el SNI ha tenido efectos negativos en su trayectoria académica, llama la atención que ellos no mencionen el auge de las autorías ilegítimas ni cómo éstas son aparentemente ignoradas en las evaluaciones y han propiciado una mayor simulación (Rivera, Rev Med IMSS 53: 53-4, 2015. http://www.medigraphic.com/pdfs/imss/im-2015/im151h.pdf).
Para combatir la manipulación de la atribución de crédito reflejada en el desmesurado número de autores en muchas publicaciones, Fong y Wilhite (PLoS ONE 12(12): e0187394, 2017. https://doi.org/10.1371/journal.pone.0187394) proponen fraccionar el crédito de una publicación entre el número de autores; es decir, si una publicación con x número de autores contara como 1/x para cada uno de los colaboradores, entonces habría menos inflación curricular y naturalmente menos artículos que evaluar. Además, estos autores sugieren que el crédito conferido por las citas (y reflejado en el índice-h) debería fraccionarse análogamente. Ya que es necesario transitar del mero recuento curricular a una evaluación diagnóstica y formativa (Buendía et al. ídem; Bensusán et al. ídem) y a sabiendas de la imposibilidad de alcanzar una evaluación “perfecta”, reitero aquí mi propuesta que para cada académico con una antigüedad en investigación ≥10 años se consideren esencialmente sus publicaciones como primer autor o autor corresponsal (la autoría única es una práctica arcaica… y de pilón, mal vista), selección que permitiría a los evaluadores leer al menos 2 o 3 de tales documentos en lugar de sólo contarlos y valorarlos de acuerdo al factor de impacto de la revista o al prestigio de la editorial. De manera complementaria, podrían considerarse aquellos artículos donde el investigador sea un coautor “et al” más y hasta un número que no sea mayor al de sus publicaciones como primer autor o autor corresponsal (Rivera, 2018, ídem). Por supuesto, aquellos reaccionarios que se atreven a publicar como únicos autores, merecen especial atención. Análogamente a la decreciente proporción de publicaciones por autor único documentada en el ámbito de la física internacional (Wyatt, Physics Today 65(4), 9, 2012. doi: 10.1063/PT.3.1499), cabría preguntar ¿cuántos investigadores nacionales nivel II y III han publicado un paper científico por sí sólos?
Para terminar, cito a Peter A Lawrence (Curr Top Dev Biol 116: 617-31, 2016. doi:10.1016/bs.ctdb.2015.12.013): “The core purposes of universities, teaching and research, are being eroded by excessive administration. The number and locations of our publications are counted up like beans and the outcomes are used to rank us, one against another; a process of evaluation that has recast the purposes of publication... from communication and record to producing tokens that will yield salaries and grants.”
Exp. SNI 1973.
Centro de Investigación Biomédica de
Occidente, IMSS, y Centro Universitario
de Ciencias de la Salud, UdeG