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El 28 de mayo pasado, en dos operativos simultáneos efectuados de madrugada, elementos de la Agencia de Investigación Criminal detuvieron al líder de la Unión Tepito, Pedro Ramírez Pérez, El Jamón, y al líder de la Fuerza Anti Unión, Jorge Flores Concha, El Tortas.
El director de la AIC, Omar García Harfuch, había determinado que esa misma madrugada fuera detenido el líder de una célula criminal enviada a la CDMX a abrirle paso al Cártel Jalisco Nueva Generación.
Se trataba de Aldo Jesús Azcona Cortés, alias El Chucky o El Enano. Un juez negó, sin embargo, la orden de cateo correspondiente, y la captura de Azcona tuvo que posponerse durante 24 horas.
El Jamón y El Tortas habían bañado de sangre y de cuerpos descuartizados las calles de la capital. En su guerra por el control de la extorsión y el narcomenudeo, llenaron de imágenes pavorosas los días de la ciudad.
La agencia federal logró en una noche lo que procuradores y secretarios de seguridad pública no habían conseguido. Al Jamón lo capturaron en un fraccionamiento exclusivo del Condado de Sayavedra. El Tortas también cayó en un fraccionamiento exclusivo, Tlalpuente, ubicado al sur de la metrópoli.
Los operativos fueron realizados sin violencia y sin disparar un solo tiro. De la misma forma fue aprehendido la madrugada siguiente el enviado del Cártel Jalisco.
Dos días más tarde, el 31 de mayo, Omar García Harfuch entregó su renuncia al fiscal general de la república, Alejandro Gertz Manero. Las razones se han mantenido en total hermetismo. No hubo reconocimiento alguno al policía que liberó a la capital de dos de las amenazas más serias que ha enfrentado en tiempos recientes. Basta recordar los cuerpos desmembrados que una mañana de domingo aparecieron, de manera dantesca, en el Puente de Nonoalco.
En la AIC se habla de supuestos y profundos desacuerdos de García Harfuch con los encargados de llevar a cabo la estrategia de seguridad del gobierno que encabeza Andrés Manuel López Obrador. El ex funcionario ha declinado responder correos y llamadas telefónicas. “No cupo en la 4T”, me dijo, lacónico, un funcionario de la AIC.
El ex director de la agencia había hecho una carrera destellante en la Policía Federal. Como titular de la División de Investigación logró la captura de 600 secuestradores y la liberación de 186 víctimas.
En noviembre de 2016 quedó al frente de la AIC. De entonces a la fecha, la corporación bajo su mando logró la captura de Dámaso López Núñez, El Licenciado; del líder de los Zetas, José Antonio Romo López, El Hamburguesa, y de Francisco Javier Zazueta Rosales, Pancho Chimal, jefe de escoltas de los hijos del Chapo.
García Harfuch detuvo a los ex gobernadores Javier Duarte y Roberto Borge. Al líder de la camorra italiana, Giulio Perrone; a Raúl Flores Hérnandez, alias El Tío (un narco que pasó inadvertido durante 50 años y tejió alianzas con el Cártel de Sinaloa y el Cártel Jalisco Nueva Generación), y a Hernán Martínez Zavaleta, jefe de plaza de los Zetas en Veracruz.
El 14, operador del Mini Lic; El Rino o El 20, miembro del Cártel de Sinaloa que atentó contra militares en 2016, Víctor Manuel Félix Beltrán, operador financiero de los hijos del Chapo, son otros de los objetivos inhabilitados en tiempos de García Harfuch.
La 4T lo desdeñó, como hizo con el ex titular de la Comisión Nacional de Seguridad, Renato Sales Heredia, y el ex comisionado general de la Policía Federal, Manelich Castilla, quienes operaron la captura de Roberto Moyado Esparza, El Betito, jefe sanguinario durante varios años de la Unión Tepito, así como las detenciones de Julio César Olivas Torres, El Sexto, y Carlos Arturo Quintana, El 80, jefes del brazo armado del Cártel de Juárez al que se conoce como La Línea.
Sales y Castilla dirigieron también la captura de Doña Lety, máxima cabeza del narcotráfico en Cancún, entre una veintena de objetivos criminales de alto rango. Sales estaba al frente de la CNS cuando sus agentes aprehendieron al Chapo Guzmán —y resistieron, encerrados en un hotel, sus amenazas e intentos de soborno.
Relaté ayer cómo el despido de personal, los recortes presupuestales y el desdén por la experiencia y el conocimiento habían detonado los índices de secuestro en México. Ocurre lo mismo en otras áreas. La disolución de estructuras completas en los cuerpos de seguridad, en momentos en que el país atraviesa sus meses más violentos en los últimos 20 años, no augura otra cosa más que un porvenir de sangre. Ojalá corrijan.