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El 4 de agosto pasado asesinaron, en menos de 24 horas, a 26 personas en Ciudad Juárez, Chihuahua. Dos días antes, uno de los líderes de la pandilla conocida como Los Aztecas, Juan Arturo Padilla, apodado El Genio, había sido asesinado en el penal estatal de Aquiles Serdán.
Su muerte desató un baño de sangre que alcanzó su punto culminante en una casa de la colonia Pradera de los Oasis. Ahí, la policía encontró a once personas ahorcadas (ocho hombres y tres mujeres). Todas tenían señales de tortura; las mujeres, de abuso sexual.
A las víctimas les habían aplicado un torniquete en el cuello. La casa donde los cuerpos fueron hallados “no tenía las características de un domicilio particular”: era una casa de seguridad. Un funcionario estatal describió lo que había ocurrido: “Los reunieron y los traicionaron. Ya sometidos, los amarraron y los mataron”.
Julio de 2018 había cerrado en Juárez con 177 homicidios. Al terminar el año, la ciudad había llegado a la cifra más alta de su historia: mil 247 asesinatos.
Ciudad Juárez había tocado los sótanos del infierno hace una década, cuando Joaquín El Chapo Guzmán decidió apoderarse de la frontera e inició una guerra contra el Cártel de Juárez. El horror que ordenó sembrar ahí el héroe de las narcoseries dejó un saldo de 12 mil muertos entre 2008 y 2012: Juárez fue considerada la ciudad más peligrosa del mundo, la capital mundial de los asesinatos.
Un segundo horror lo constituyó la llegada de las fuerzas federales, enviadas a aplacar la violencia criminal. Porque la guerra entre cárteles no menguó, y en decenas de crónicas y testimonios se documentó el ascenso del robo, el saqueo y la extorsión: los federales habían tomado la ciudad como botín de guerra. “Tiempo de perros”, le llamó el escritor Eduardo Antonio Parra, en una crónica, a aquellos días sangrientos.
La violencia descendió dramáticamente en 2014 y 2015. La policía local había sido reconfigurada, el gobierno aseguraba que se había erradicado la corrupción: los policías corruptos, que colaboraban con los cárteles, fueron despedidos. Existía, también, una segunda verdad: el Cártel de Sinaloa había ganado la batalla por el tráfico de drogas en Juárez.
La persecución iniciada por el panista Javier Corral en contra del ex gobernador priista César Duarte y su red de funcionarios corruptos fue, según analistas de la frontera, uno de los factores que provocaron el estallido de aquella breve burbuja de paz.
La comunicación y la coordinación con el gobierno de Enrique Peña Nieto se rompió a partir de entonces. La llegada de Corral al gobierno del estado coincidió, por lo demás, con la incursión en la frontera norte del cártel más poderoso del sexenio pasado: el Jalisco Nueva Generación, que llegó a arrancar su trono al cártel del Chapo.
La guerra entre las pandillas locales reclutadas por los grupos criminales —Los Aztecas, Los Artistas Asesinos, La Línea, Los Mexicles— se recrudeció. Juárez se partió en dos polos: las colonias del norponiente, en poder del Cártel de Sinaloa, y las del suroriente, en manos del Cártel de Juárez —aliado con el Jalisco Nueva Generación (Nuevo Cártel de Juárez).
De acuerdo con los especialistas, la violencia llegó a su punto más alto cuando Los Artistas Asesinos (conocidos como Los Doble A o Los Doblados) introdujeron en zonas de alta marginación una droga producida en los laboratorios del Cártel de Sinaloa: el cristal.
Hoy, los grupos criminales luchan calle por calle el control de las narcotiendas. La violencia se ha extendido a colonias en donde antes no existía. Los brazos ejecutores de los cárteles chocan diariamente. Regresaron las ejecuciones masivas y los ataques a los cuerpos policiacos son constantes.
Está de vuelta el tiempo de perros. El gobierno de AMLO considera a Ciudad Juárez la segunda región más peligrosa de México. Su respuesta es la misma que dio el gobierno de Felipe Calderón: el envío de fuerzas federales. No es que la historia se repita. Es que cometemos siempre los mismos errores.
@hdemauleon
demauleon@hotmail.com