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Lo ubicaron hace unas semanas en la zona de Tepepan, al sur de la Ciudad de México. Usaba diferentes pelucas y se ocultaba los ojos tras unos lentes. Se movía en un Passat poco llamativo. Prescindía del uso de escoltas y solo se dejaba acompañar por su cuñado, Lucino “N”.
Jorge Flores Concha, El Tortas, el líder de la Fuerza Anti-Unión, se había alejado de Tepito desde que un comando disfrazado de mariachi fue a cazarlo a la Plaza Garibaldi, y dejó en el pavimento a once de sus allegados.
La ciudad hervía entonces por las ejecuciones y los descuartizamientos.
El Tortas había ordenado el asesinato de varios miembros de la Unión Tepito, entre ellos la del Oso, a quien le marcaron en la piel las palabras Fuerza Anti-Unión; la del Gaznate, a quien acorralaron en un estacionamiento del Centro Histórico; la del Pulga, número dos de la Unión Tepito, asesinado a las puertas de la casa de su madre, y la del Venezuelo, quien apareció torturado y amordazado, y con un mensaje en la espalda: Fuerza Anti-Unión.
Fue el preámbulo de los peores meses de violencia que ha vivido la ciudad: la ola de asesinatos creció como nunca en los primeros meses de 2019, frente al pasmo de las autoridades capitalinas. El Tortas se alejó del Centro y manejó las extorsiones y la venta de droga en Garibaldi, su principal bastión, a través de intermediarios —entre ellos, uno de sus hermanos. El día de su captura admitió que había seis distribuidores suyos trabajando de día y de noche en aquella plaza que algunos días llega a recibir hasta cinco mil personas.
De acuerdo con el personal de la Agencia de Investigación Criminal, AIC, que le siguió los pasos, El Tortas ya solo se reunía con sus colaboradores en estacionamientos de centros comerciales. Ahí giraba instrucciones, decretaba asesinatos.
En las semanas previas a su detención, se le vio con dos líderes criminales, El Víbora y El Verrugas, que operan en Huixquilucan, Atizapán y Naucalpan. Se había acercado también a la célula del Cártel Jalisco Nueva Generación que actúa en la Ciudad de México.
Su intención, relatan los investigadores consultados, era construir alianzas que le ayudaran a operar en municipios mexiquenses, y a desterrar a la Unión Tepito de los territorios que aún tiene bajo control.
De ahí en más, el jefe de la Fuerza Anti-Unión llevaba una vida hogareña al lado de su familia. La AIC logró retratarlo un domingo en el restaurante La Casa de Toño. Estaba prácticamente irreconocible.
Hace unos días, El Tortas salió de Tepepan y se mudó a Tlalpuente, en Tlalpan, uno de los fraccionamientos más exclusivos de la ciudad, con residencias que fácilmente pueden costar 2.5 millones de dólares. “Se estaba cambiando, todavía tenía algunos muebles en la casa de Tepepan” —relata uno de los agentes. Ahí fue hallado un laboratorio de drogas sintéticas, varios vitroleros con marihuana de sabores y una libreta de pagos, con listas de proveedores y deudores.
Varias camionetas con agentes federales y elementos de Sedena corrieron de madrugada por el Periférico. A las 3:30 aseguraron la entrada del fraccionamiento. Minutos más tarde se dio el primer golpe de ariete. Los federales habían tenido el cuidado de no informar ni a la Secretaría de Seguridad Ciudadana, ni a la procuraduría capitalina, “para evitar pitazos y filtraciones”.
El Tortas bajó semidesnudo, con una subametralladora en la mano. Cuando vio que estaba rodeado por uniformados, solo alzó los brazos. A lo que ocurrió esa noche, los agentes le llamaron en broma Operación Torta de Jamón. Porque a esa misma hora otro grupo de la AIC irrumpía en el domicilio de Pedro Ramírez Pérez, El Jamón, líder actual de la Unión Tepito.