La Policía Federal detuvo en mayo de 2016 al presunto contador del Cártel Jalisco Nueva Generación, CJNG, José Pineda Arzate, El Avispón. Era buscado por el gobierno estadounidense bajo cargos de tráfico de drogas, asociación delictuosa y lavado de dinero. Se le envió al Reclusorio Oriente. Ahí se comenzó a tejer esta historia de horror.

El reclusorio era controlado por Eusebio Duque Reyes, El Duke, un antiguo mando de la Secretaría de Seguridad Pública capitalina que había estado al frente del Grupo Álamo, aquel cuerpo de élite que desapareció cuando se comprobó su involucramiento en una serie de secuestros y extorsiones.

Según una investigación de los periodistas David Fuentes, Sandra Romandía y Antonio Nieto —publicada en el libro Narco CDMX, El monstruo que nadie quiere ver, el cual fue presentado ayer—, El Duke fue llevado ante el Consejo de Honor y Justicia de la SSP, en donde se determinó su baja. Más tarde, el 8 de julio de 2000, se le internó en el reclusorio.

Ahí, por las habilidades que había adquirido, se convirtió en jefe de seguridad del narcotraficante Juan José Quintero Payán, uno de los jefes del Cártel de Juárez —y tío de Rafael Caro Quintero. Experto en tácticas antiguerrilla, combate cuerpo a cuerpo, desactivación de bombas y manejo de armamento de alto poder, El Duke logró armar una red que se apoderó de los negocios ilícitos no solo en el reclusorio oriente, sino también en los penales de Neza Bordo y Chiconautla.

Amo de la prisión, cuando llegó el momento se encargó de brindar protección al presunto contador del Cártel Jalisco. Así comenzó, de acuerdo con los autores del libro, su involucramiento con la organización criminal que dirige El Mencho.

El exjefe policiaco había encabezado una guerra sangrienta entre las bandas que pugnaban por apoderarse del narcomenudeo en la Ciudad de México. Gran parte de las ejecuciones ocurridas en la capital del país fueron ordenadas por él. En 2013 —para disminuir su influencia— se le trasladó a un penal de Chihuahua. Desde allá siguió controlando, sin embargo, lo que ocurría en las cárceles de la capital. A él se debe, por ejemplo, “el colgado de La Concordia”: la primera vez que un cadáver apareció pendiendo de un puente en la CDMX (octubre de 2015).

El Duke había sido condenado a 22 años. Por razones misteriosas fue liberado a fines de 2017. Las autoridades no tuvieron la precaución de seguirle el rastro. Trabajos de inteligencia realizados por la Secretaría de Seguridad Pública durante la administración anterior, determinaron, posteriormente, que había vuelto a la ciudad. Y que ahora tenía una nueva encomienda: arrebatar a la Unión Tepito el control de la venta de drogas: abrir al CJNG el camino de uno de los mercados más atractivo del país.

El libro de Romandía, Fuentes y Nieto (editado por Penguin Random House) está cargado de revelaciones: tantas, que el día de ayer, durante la presentación, sucedió algo que yo no había visto en mis días: un grupo de agentes uniformados brindaron seguridad… ¡al público y los autores!

La mayor parte de las revelaciones del volumen explican el infierno que ha sufrido la ciudad en los últimos años. Una de las más inquietantes, sin embargo, no se refiere al pasado, sino al presente.

Romandía-Fuentes-Nieto trazan la línea de las ejecuciones que desde 2017 aparecieron con narcomensajes firmados por el Cártel Jalisco. Todas ellas forman parte de una limpia de dealers. Una limpia que pasó por Cuauhtémoc, Coyoacán, Tlalpan, Xochimilco, Iztapalapa y Ecatepec, y que también se centró en Tepito para debilitar al grupo criminal conocido como La Unión, e impulsar la hegemonía de una organización controlada por el cártel del Mencho: la Fuerza Anti Unión —que encabeza Jorge Flores, El Tortas.

“El objetivo de la gente del Mencho es hacerse de puntos neurálgicos del Valle de México, montar ‘oficinas’ desde donde pueda controlar bandas locales dedicadas al narcomenudeo, el cobro de piso y la relación con autoridades locales… la ciudad es protagonista, como nunca antes, del asentamiento del Cártel Jalisco Nueva Generación”, concluyen los autores.

Las autoridades dirán lo contrario, desde luego. Pero la evidencia indica que el CJNG desde hace tiempo está en la capital.


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