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A mediados de enero hubo en Tamaulipas una masacre en la que 25 personas perdieron la vida: 25 muertos en un solo evento.
Ese día, policías estatales y un grupo de militares hallaron en un camino de terracería un conjunto de autos incendiados. Y también, de cadáveres apilados, algunos de los cuales tenían el rostro despedazado por armamento de alto calibre.
Las escenas eran indescriptibles. Aquella masacre era el último síntoma de una fiebre, de la violencia delirante que en los últimos tres años metió al país en una ruta inédita, lo que expertos en temas de seguridad —como Eduardo Guerrero— han llamado “epidemia de masacres”.
Escribí en enero que la de Tamaulipas era la primera masacre que le tocaba enfrentar a la 4T.
Pero en realidad, en todos los rincones del país habían ocurrido masacres, y a lo largo de ese mes siguieron sucediendo varias más.
El 31 de enero, esta clase de acontecimientos había hecho su aparición en 16 estados. Las peores se verificaron en Tamaulipas y Guanajuato. En este último estado, siete masacres dejaron 38 muertos.
Una de las peores se dio el 6 de enero en Valle de Santiago, cuando hombres armados que supuestamente iban a robar una camioneta, terminaron asesinando a seis miembros de una familia, entre ellos, dos menores y una mujer.
El 28 de enero, en Guerrero, la fiscalía del estado reportó que un tiroteo en la comunidad de Paraíso de Tepila, en Chilapa, había dejado 12 muertos. Todos ellos, integrantes de una misma familia.
Pude consultar un conteo de masacres realizado por Lantia Consultores. Según sus números, en enero de 2019 hubo 30 masacres.
La serie elaborada por Lantia es aterradora.
En enero de 2017 se habían registrado a lo largo del país, por ejemplo, 14 masacres (Lantia considera masacre un suceso en el que mueren al menos cuatro personas). En diciembre de ese año la cifra había subido a 38.
En 2017 se habían dado 344 masacres en México: 42 de ellas sucedieron en Guerrero, 39 en Tamaulipas, 38 en Chihuahua.
El 29 de septiembre de ese año quedará grabado en la crónica negra de México.
Un comando irrumpió en un centro de rehabilitación de la ciudad de Chihuahua, y mató a 15 personas e hirió a ocho más.
El ataque ocurrió de noche, con rifles de asalto. Los integrantes del comando, que llevaban el rostro cubierto, barrieron literalmente a las personas que se hallaban en el centro.
El primer mes del año siguiente, enero de 2018, arrancó con un signo ominoso: 46 masacres repartidas en 18 estados de la República.
De acuerdo con la serie de Lantia, en Guanajuato hubo siete, en Veracruz seis, en Guerrero y Tamaulipas, cinco.
Ese año hubo en México 354 episodios de este tipo: 52 masacres ocurrieron en Guanajuato y 40 en Jalisco. Hubo 34 en Guerrero, y 33 en Tamaulipas.
El 6 de diciembre de 2018, en Jalisco, en el número de emergencias 911 se reportó que en un domicilio de la colonia Loma Linda, de Guadalajara, se habían escuchado varias detonaciones.
La policía halló la puerta de acceso abierta, los vidrios rotos, varias personas tiradas en medio de un charco de sangre. Cinco muertos de entre 16 y 25 años —y un niño de siete, escondido e ileso.
El lugar estaba sembrado de casquillos percutidos del calibre 223.
La verdadera dimensión de todo esto la da el conteo total de víctimas de masacres.
De 2017 a enero de 2019 han ocurrido 728.
En solo 25 meses, las masacres han dejado en México 4,469 muertos.
748 de esos muertos, por cierto, proceden de Veracruz.
Son los números de una fiebre. De la delirante violencia, y de su ruta inédita.
@hdemauleon demauleon@hotmail.com