Los mexicanos denunciamos con razón las desviaciones de los recursos públicos, los peculados, las malversaciones, los contratos sin licitación como marca la ley —¿cuál ley, sí, cuál ley, qué es eso?—, nos quejamos con diversos fundamentos de la existencia de una pandilla o pandillas de gobernantes presupuestívoros que entienden la existencia del erario como un formidable y suculento botín, lo anterior sin perder de vista los jefes del Ejecutivo locales, bien, sí, de acuerdo, ¿pero la sociedad mexicana sí es honorable y respetable y cuenta con la autoridad moral, con los antecedentes éticos, como para acusar al gobierno? ¿Entonces existen las culpas absolutas…? ¡Por supuesto que no! Veamos:

¿Qué tal el cirujano que opera ávido de pesos sin justificación clínica alguna o el ingeniero que instala alambrón y cobra varilla, o el propietario de un laboratorio que vende medicamentos prohibidos por la Organización Mundial de la Salud, o el agricultor que utiliza fertilizantes cancerígenos con tal de aumentar sus niveles de producción, o el ganadero que inyecta con hormonas a las reses para subir su peso y vende carne tóxica, o el empresario voraz que compra al líder sindical en las negociaciones de los contratos colectivos de trabajo, o el comerciante que vende kilos de 800 gramos o alimentos caducos, o el capitán de empresa que defrauda al fisco, o el columnista mercenario que enajena su columna a cambio de dinero o canonjías o el periodista que chantajea a través de su columna, oculta la información, la vende o la distorsiona, o el intelectual que enajena su inteligencia al Estado para defender lo indefendible, o el que cultiva sustancias narcóticas, las vende o las consume, o el asesino a sueldo, o el abogado que se vende a la contraparte, o el sacerdote que destina la limosna a propósitos inconfesables, ajenos su diócesis y a los fines eclesiásticos, o el cura que vende indulgencias y todavía bendice a los hampones?

¿Más…? Hablemos entonces del empresario que vende en maqueta lo que jamás va a construir o del que presta su nombre para facilitar transacciones prohibidas a extranjeros o a políticos corruptos necesitados de esconder, a través de interpósitas personas, su patrimonio mal habido y del que induce al vicio a los menores de edad. Recordemos al que deja a su familia en el hambre después de una sentencia de divorcio favorable a sus intereses protegidos con arreglo a sobornos o argucias y al que engaña a sus socios maquillando los balances y los estados financieros y al que tala los árboles sin importarle la ruptura del equilibrio ambiental y al que tira aguas tóxicas y contamina los ya escasos ríos nacionales, y a las esposas de los funcionarios que conocen el enriquecimiento inexplicable de su marido y todavía disfrutan los bienes mal habidos para convertir a sus familias en vulgares pandillas. ¿Y los banqueros que practican el agio…?

Pero hay más, mucho más: no olvidemos al padre que felicita a su hijo por haber hecho un acordeón genial para copiar en los exámenes y todavía premia el fraude, o al jefe de familia que soborna a la policía de tránsito con su familia a bordo de su vehículo, o al dueño de una gasolinera que vende litros de 800 ml o al juez que vende la causa al mejor postor y subasta la justicia y a todo aquel que soborna a la autoridad sin perder de vista que tan culpable es el que mata a la vaca como el que le agarra la pata…

¿Conclusión? Los mexicanos debemos imponernos como tarea diaria la reconstrucción ética de nuestra sociedad al mismo tiempo que le exigimos al gobierno la inmediata erradicación de la corrupción cuando todos la estimulamos, la consentimos y la padecemos. El buen juez por su casa empieza… Por esa razón sostengo: Miren quién habla…

Twitter: @fmartinmoreno

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