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Veo, azorado, las oes de la frase Todo lo otro: me recuerdan ciertos versos lunares de Derek Walcott, erizados o tupidos de la misma vocal. La frase le dio título a la exposición de Germán Venegas en el Museo Tamayo, que pudo verse hasta el pasado 31 de marzo. Quienes fuimos no la olvidaremos nunca: experiencia imborrable, anclada en la memoria para siempre.
Y de pronto me digo: “Venegas es la misma clase de artista que Walcott”, un visionario implacable, avasallador, ciclónico, y al mismo tiempo capaz de largas meditaciones y de una quietud poderosa y fascinante.
Esculturas en madera, dibujos, pintura: los medios de Germán Venegas son los fines en los que se confunden la maestría de la mano y la prodigalidad de los ojos. Uno se pregunta de dónde salió este artista extraordinario; pero la respuesta está allí, a la vista: fue creándose a sí mismo en su trabajo, sus obras lo hicieron mientras él las hacía, el quehacer del artista pasó a ser parte de su ser mismo. He aquí un compromiso con las formas y las visiones que apenas podemos abarcar con un puñado de palabras; que en realidad no podemos ni podremos nombrar. Los autorretratos de Venegas en la exposición, que aparecen aquí y allá, en diferentes contextos y acompañados por figuras diversas, son el testimonio del sello personalísimo de esta obra imponente.
Todo lo otro recorre Asia, el mundo prehispánico y las tradiciones de la pintura veneciana, con Tiziano en el centro. La reconfiguración y la voraz deconstrucción del “Marsias” ticianesco lo deja a uno exhausto y exaltado: qué manera de entrar a saco en un tema grandioso hasta llevarlo a sus límites con una admirable tenacidad, no se sabe si apolínea o satírica.
Germán Venegas se asoma, como he dicho, aquí y allá; está presente en todas y cada una de las 350 piezas de la exposición, luego de 23 años de trabajo incesante. No se juega la carta de la impersonalidad sino la baza de un destino irreductible: el del artista en lucha con la totalidad de la expresión. Venegas no parece distraído ni por un momento por la banalidad del mercado o las mezquindades de la vanidad, el egocentrismo o las menudas mitologías del genio “creador”; fiel a su formación como artesano, nunca ha dejado de serlo y gracias a ello es el artista inmenso que es, en que se ha convertido, que tendremos entre nosotros mientras haya testigos de esta profunda aventura del espíritu, del espíritu de las formas, de la forma en la plenitud material.
Salimos del Museo Tamayo aturdidos y extáticos. El bosque es el de siempre en esta primavera de nuestros diversos descontentos.
Y en medio de las miserias del tiempo, sentimos que algo único, inmensamente valioso, nos ha sido dado. Regresamos a casa con ese don dentro de nosotros, imborrable. Es como si hubiéramos asistido a la edificación de una pirámide en Egipto o al descubrimiento de la doble hélice de la vida.
Nunca olvidaremos Todo lo otro.