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Para el hablante normal del español de México, la palabra “ocupación” tiene estas acepciones, recogidas aquí en desorden sin echar mano de diccionario alguno: trabajo, oficio, manera de llenar activamente el tiempo, entre otras. También puede ser el momento final de una invasión: ese periodo más o menos largo durante el cual los poderes ajenos o extranjeros se apoderan de un territorio al que han entrado por la fuerza. La ocupación de México por las tropas mandadas por Napoleón Tercero luego de la intervención militar es este tipo de ocupación.
Si ahora sí acudo al diccionario, encuentro esto bajo la frase “ocupación militar”: “Permanencia en un territorio de ejércitos de otro Estado que, sin anexionarse aquel, interviene en su vida pública y la dirige”.
Hay otro tipo de ocupación que funciona igual pero en otro plano, el de la vida personal, subjetiva, íntima: es el conjunto de obsesiones que nos colonizan la mente, y se apropian de nuestra vida privada y la dirigen, permaneciendo en ella, en sus territorios interiores, por tiempo indefinido. Las angustias, las preocupaciones (allí está encajada la misma palabra), los temas insistentes que no podemos “sacarnos de la cabeza”, nos invaden, se instalan dentro de nosotros y no nos permiten dedicarnos a lo que más nos interesa; aquí podría hacerse un desabrido juego de palabras: la ocupación de la mente por esos “ejércitos de otro Estado” no me dejan ocuparme de mis asuntos. Por desgracia muchas veces esto es penosamente cierto.
Una de las mejores maneras de combatir ese tipo de ocupación consiste en echar mano de una de las más nobles ocupaciones (otra vez el jueguito de palabras): leer. Contra los ejércitos de ocupación, la guerrilla lectora.
En estos días se ha hablado mucho en México de la lectura. Nada de lo que se ha dicho me convence, ni siquiera me interesa, con la excepción del desagradable percance, que me indignó, en el cual Daniel Goldin fue obligado a renunciar a la dirección de la Biblioteca Vasconcelos. Goldin sabe de lectura, de cómo desencadenarla en quienes no tienen el hábito de abrir y habitar libros y dejar que éstos lo habiten a uno; es la “habitabilidad” a la que se refirió en carta pública en que agradeció el apoyo que miles de admiradores suyos le brindamos. En esa misma carta hizo saber que no regresará a la Vasconcelos.
Asuntos intensamente desagradables como ese nos ocupan el espíritu. No debería ser así, pero estamos en el mundo y no se puede uno escapar del todo. Lo he conseguido, empero, durante varias horas de estos días ajetreados. Leer, leer; leí a James Joyce, a Mark Doty, a Wallace Stevens, a Italo Calvino, a Emiliano Álvarez, a Carlos Pellicer. A este gran poeta tabasqueño no lo leí por oportunismo; sino porque me gusta.
Leer para resistir, leer para distraerse de la miseria de la política, leer para abrir los ojos.
Estos renglones van dedicados a Daniel Goldin.