En su discurso de toma de posesión, el presidente López Obrador saludó así a uno de sus invitados especiales, Silvio Rodríguez: lo llamó “Embajador de la poesía y de la congruencia”.
Esas palabras me llamaron la atención porque nunca me ha parecido que las canciones de ese individuo tengan el menor valor poético. Ya sé que decir eso es quedar mal con la Santa Asamblea de las Mayorías; pero quien diga que Silvio Rodríguez es un buen poeta o un embajador de la poesía lo único que demuestra es que no sabe nada de Quevedo, de Rilke o de John Milton.
Mejor no hablo de música y de la deuda inmensa que Silvio Rodríguez contrajo con el gran Leo Brouwer, deuda que nunca le pagó. Tampoco digo nada del sórdido boicot de varias décadas a los músicos del Buena Vista Social Club, boicot del que Silvio Rodríguez fue cómplice; todo comenzó a arreglarse, como se sabe, cuando Ry Cooder los “descubrió”, enmendó la plana y dio a conocer a esos artistas, relegados por unos bribones. Silvio Rodríguez, mientras tanto, miraba hacia otro lado. En el fondo ha de escucharse el “Chan Chan”.
Pero la embajada de Silvio Rodríguez el pasado diciembre no se limitaba a la poesía: se extendía extrañamente a “la congruencia”. Me cuesta trabajo entenderlo, porque ese cantante y propagandista de Fidel Castro ha sido toda su vida un simulador, un mal amigo y un oportunista; acomodaticio, desvergonzado, inmoral. La traición que cometió en 2003 contra Raúl Rivero —él sí un poeta con todas las de la ley—, su amigo fiel durante largos años, lo demuestra: un acto despreciable. Silvio Rodríguez siempre ha sido, pues, un vividor y un hipócrita. Si eso le parece “congruencia” al Presidente de México, la cosa es preocupante.
Ya en el poder, el movimiento de Castro y sus “barbudos” organizó unos Comités de Defensa de la Revolución. Muy pronto se convirtieron en guaridas de soplones. Fueron una de las piezas claves en la inmensa, profunda degradación que Castro consumó: convirtió a todos los cubanos en delatores potenciales. En ese ambiente comenzó a encumbrarse Silvio Rodríguez.
Ahora eso empieza a prosperar en México. A la agencia de noticias del gobierno le dio por “delatar” a un puñado de artistas “privilegiados”. Escribo esto porque yo mismo fui sacado a la vergüenza pública por el periodismo oficial a las órdenes de Sanjuana Martínez.
Pero no me voy a defender. El trabajo que he hecho está allí para quien quiera verlo y juzgarlo. La señora Sanjuana Martínez haría bien en repensar el sentido del oficio periodístico para comenzar a separarlo de la función policiaca.
La verdad, descubrirse de pronto “delatado” por la gendarmería ideológica disfrazada de miserable “investigación periodística” no es una experiencia muy agradable.
¿Tendré que empezar a componer canciones aduladoras, serviles, congruentes y poéticas? Quien pueda que se aguante la náusea.
A cada quien su poesía y a cada cual su congruencia.