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De poco o de nada servirán los buenos deseos para el año que comienza si nos dejamos llevar por la pasión política. Las dos palabritas, “pasión política”, lucen bien desde lejos, pero si uno se acerca les verá los desperfectos y las arrugas. Por separado parecen positivas y vitaminadas; pero juntas forman una especie de coctel molotov que uno arroja en medio de la convivencia. Al menos así sucede en México; no sé cómo será en otros lugares, si mejor o peor, pero no vivo ni voto en otros lugares.
Hace 12 años, en el desbaratado “México de la alternancia”, nos metimos de lleno en el vendaval de las trifulcas. Tantas discusiones a gritos; tantas desavenencias sin salida; tantos amargos y largos ratos en los que los amigos se enredaban en la tenebrosa confrontación: si no aprendimos de todo eso, mal pinta 2018 y más nos valdría prepararnos en serio para el malhumor, la desazón y la constante irritabilidad.
Las campañas de los partidos y de los candidatos independientes no serán en absoluto novedosas. O lo serán por las peores razones: la violencia, los desfiguros y los despropósitos. Pues la política entre nosotros se ha transformado o "volvido" el ámbito prácticamente exclusivo de las malas mañas y la opacidad. El desprestigio de la clase política apenas tiene precedentes.
Será ganancia que no nos desgarremos durante todo un agónico semestre; no quiere uno ni pensar en lo que podría ocurrir después del día de las elecciones, o aun antes, porque el encono ya ha preparado, desde ahora, lo peor en múltiples versiones, todas ellas desagradables, algunas espeluznantes.
Así las cosas, la consigna para 2018, para el año íntegro, es la siguiente y la lanzamos con desánimo (y un microgramo de esperanzas) al mar encrespado de la tribu mexicana: no discutamos de política.
La necesidad de esa consigna tiene que ver con cierto estado de cosas, que se expresa con rapidez en esta fácil comprobación: no estamos educados para discutir ni de política ni de nada. Y no tenemos esa preparación porque hemos sido mal educados en la casa, en la escuela, en la calle y en los lugares de trabajo. Los resultados están a la vista: votantes irreflexivos, candidatos llenos de hábitos nefastos, oradores y comentaristas que nada ofrecen sino sintaxis desencuadernadas y lugares comunes.
Si en 2018 no discutimos de política, podremos ocupar el tiempo que nos ahorraremos y las energías que no habremos malgastado en esa actividad noble, arrinconada y pasada de moda: pensar. Más todavía: podemos acompañar ese pensar con la lectura, el análisis y la revisión de todo tipo de valores. Sueños guajiros, se me dirá; no puedo estar más de acuerdo.
El año 2018 pinta mal por donde se le vea. Me dan ganas de encerrarme con unos tomazos de poesía y unas cuantas novelas centroeuropeas que siempre he querido leer. Pero todo me arrastra hacia el día de las elecciones por un camino erizado de baches y estridencia.