Hace poco participé en la presentación de un libro de poesía al mismo tiempo atípico y clásico: la versión (él la llamó “aproximación”) que hizo José Emilio Pacheco (1939-2014) de los Cuatro cuartetos, de T. S. Eliot (1888-1965), libro publicado por Ediciones Era. Creo que nunca antes había leído tanto para presentar un solo libro. Digo que ese libro es “atípico y clásico” porque permite que nos asomemos a una lectura tenaz, metódica y apasionada de un poeta por otro; es plenamente un libro de Eliot y a la vez de Pacheco. Es clásico pues Eliot lo era y moderno porque Eliot también lo era; como a Jean Cocteau, los extremos lo tocaban.
Desde luego, lo que se ha escrito sobre Eliot —“el poeta más influyente del siglo XX”— es oceánico. Yo nada más abarqué una gota de esa bibliografía mastodóntica, y aun así fueron varios cientos de páginas.
No hace mucho —dos años, año y medio— emprendí la lectura completa y de corrido, sistemática, digamos, de toda la poesía y todo el teatro de Eliot; quedé mareado y con ganas de seguir leyendo, releyendo y hasta estudiando. Quería más, mucho más. Ahora sé que las ediciones que ha hecho Christopher Ricks podrían satisfacer esas ansias lectoras; pero no he podido echarles el guante. Así pues, con lo poco que tengo emprendí mi preparación para presentar los Cuatro cuartetos.
Busqué y rebusqué en mi bibliotequita y salieron muchos buenos materiales; un ejemplo: en los facsímiles de las revistas mexicanas Contemporáneos y Taller descubrí las primera huellas de Eliot no nada más en México sino en lengua española, me parece. Dos, tres muestras: la traducción que hizo Enrique Munguía de The Waste Land, que él tituló significativamente El páramo (aunque es ampliamente conocida como La tierra baldía, según tradujo Ángel Flores); la versión de “Los hombres huecos”, hecha por León Felipe, a quien no relacionaría uno con Eliot; las curiosas versiones en prosa de los versos eliotianos emprendidas por Juan Ramón Jiménez.
Quedó confirmada una idea que yo tenía acerca de la influencia o importancia de Eliot en dos poetas de lengua española que han sido guías permanentes para mí: Gerardo Deniz y Jaime Gil de Biedma. Tenía yo presente que los dos fueron extraordinarios lectores de Eliot, desde luego; pero nunca lo había visto con tal claridad como en estos meses. Jaime Gil de Biedma estuvo cerca, además, en plan de lector y prologuista, de la versión catalana de los Cuatro cuartetos, y tradujo varios ensayos eliotianos sobre poesía y crítica. Gerardo Deniz adoptó en sus escrituras ciertas costumbres de Eliot y a cada rato lo cita, lo glosa, hace alusiones a sus poemas (como esa, simpatiquísima, al “wopsical hat” de los “Ejercicios para Cinco Dedos”).
No dejaré de leer a T. S. Eliot. Es uno de mis clásicos íntimos, autor de cabecera, o como se quiera decir. Sé que no soy muy original en esta admiración, pero sé que es genuina y verdadera.