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Los 50 años del movimiento estudiantil-popular en México se cumplieron en 2018 pero la abundante estela de evocaciones y trabajos documentales no ha acabado de pasar ante nosotros, por fortuna. Todavía hay mucho que contar, temas que merecen reflexión y análisis, noticias que no porque tengan medio siglo y pico de edad han perdido interés.
De esa estela conmemorativa del 68 es testimonio el libro 1968 Aquí y ahora, publicado por la Universidad Nacional Autónoma de México, nuestra querida UNAM, tan amenazada todo el tiempo por la política y la politiquería. Hay que decirlo: los “descuidos legales” en torno a la autonomía de la UNAM son motivo de preocupación constante para quienes confiamos en las bondades de la educación pública superior, parte medular del ideario de uno de los mexicanos más dignos de nuestra gratitud, un hombre que nos toca celebrar una vez más en el libro cuya aparición comento aquí: el ingeniero Javier Barros Sierra, rector de la UNAM durante aquellas jornadas de hace 51 años.
Hace bien la Universidad Nacional en recordar con dos volúmenes macizos, pobladísimos, aquella movilización extraordinaria de los cuerpos y las conciencias. Suman más de mil páginas en tomos grandes, que hay que hojear despacio y leer atentamente. La obra fue animada por el Instituto de Investigaciones Jurídicas y la Coordinación de Difusión Cultural. La edición estuvo a cargo de los editores de la Dirección General de Divulgación de las Humanidades. Menciono con especial alegría y reconocimiento a un par de ellos, pues me constan su dedicación y su entrega a las nobles tareas de hacer libros bien, con amor y con profesionalismo: Marcela Villegas y Diego García del Gállego.
El cuidado editorial es una especialidad, yo diría: un arte, que está perdiéndose a una velocidad de vértigo entre nosotros. En estas semanas he leído unos cuantos libros editados en México y me ha entristecido ver el impresionante descuido con que se hacen.
Cuando Javier Barros Sierra presentó su renuncia a causa de las agresiones de miserables politiquillos —y del presidente de la República, para mayor agravio—, los profesores, los investigadores y los estudiantes universitarios nos unimos para ofrecerle nuestro apoyo incondicional. Ahora hace falta recobrar con integridad y coherencia ese mismo ánimo solidario y no abandonar a la UNAM a su suerte. Un libro como 1968 Aquí y ahora permite pensar en esos mismos términos, con el movimiento estudiantil como guía, los problemas de esa inmensa y generosa escuela que se extiende en el sur de la Ciudad de México.
La UNAM no es un espacio para gente privilegiada. El espíritu de 1968 es la prueba de ello. Desespera tener que explicar algo así ahora. Casi nada de lo bueno que hay entre nosotros carece de alguna relación con el movimiento estudiantil de aquel año, con su espíritu solidario y justiciero. Este libro lo recuerda en buena hora.