Hacer la historia del consumo de alcohol es una tarea imposible, aun si se intenta reducirla a un sólo país o a una época determinada. En la Grecia antigua es posible vislumbrar, acaso, el principal enclave transhistórico o mitopoético de la consagración del vino como un cimiento de las sociedades primitivas en esa parte del mundo, decisivas para la historia del Occidente. Tengo presente, siempre, el hermosísimo ensayo de Walter Pater sobre el culto de Dioniso, cuyo título es “La forma espiritual del fuego y del rocío”. ¿Cómo es posible que el tema sea el vino si esta palabra, vino, no aparece en ese epígrafe titular? Pero sí aparece, dibujada como en filigrana; Pater habla de ese líquido que es como el rocío fecundante y está animado en su interior por una energía ígnea: eso es el vino y de ahí se desprenden los cultos dionisiacos, de raigambre agrícola.

Imposible, pues, hacer tal historia, relato inabarcable. Pero si fuera posible, uno de sus capítulos consistiría en contar cómo en ciertas épocas el alcohol fue prohibido, demonizado; por ejemplo, en los Estados Unidos, “el país más viejo del mundo”, según la intrigante definición de Gertrude Stein.

El documentalista Ken Burns y su colaboradora principal, Lynn Novick, han abordado ese tema en una serie televisiva de tres partes, titulada sucintamente Prohibition. Lo que cuentan las partes segunda y tercera del documental más o menos se conoce, o de lo que en ellas se da noticia hay alguna noción: la ardua batalla legislativa para imponer la Ley Seca y las incesante violaciones a esa norma; sobre todo, está presente la inmensa fortuna de los criminales y su dechado atroz: el infame señor de Chicago llamado Al Capone. La primera parte cuenta la historia de quienes, en mil y una formas, quisieron prohibir el consumo de alcohol en los Estados Unidos y de su obcecación hasta que alcanzaron sus objetivos en la tercera década del siglo XX; esa parte de la “prohibición” se conoce mucho menos que las otras dos. Y es fascinante.

El esfuerzo para prohibir el alcohol provino de algunos sectores más o menos vistosos de la sociedad decimonónica de los Estados Unidos: las mujeres, los predicadores. Una vez consumada la abolición de la esclavitud, en la segunda mitad del siglo XIX, los moralistas volvieron la mirada a “lacras” como el inmoderado consumo de bebidas embriagantes. Allí comenzó todo. Una figura alegórica presidía esas faenas: la Templanza. En las filas de un vasto ejército regenerador de las “buenas costumbres” se formaron mujeres atormentadas por el alcoholismo de sus maridos, así como pastores y políticos interesados en conseguir la criminalización de la bebida.

El documental de Burns-Novick es muy brillante. Más que el mero registro de un hecho histórico —como sugiere la palabra “documental”— el verdadero género de una obra como ésta es el ensayo: un ensayo hecho con imágenes formidables.

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