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Conocí a la escritora neoyorquina Magda Bogin hace no sé cuántos años. Siempre le he tenido buena ley, como amiga y como conocedora de la literatura, sobre todo desde que leí sus preciosas traducciones de las poetas provenzales del Medioevo. Perdí de vista a Magda durante algunas décadas. La volví a encontrar a fines de 2017: me invitó a participar en el programa literario Under the Volcano/ Bajo el Volcán, que cada año ella organiza en Tepoztlán. Los trabajos de los talleres literarios que constituyen Bajo el Volcán duran casi dos semanas. Apenas puedo enumerar todo lo bueno que ocurre allí.
Originalmente, Under the Volcano (UTV) consistía en talleres literarios en lengua inglesa. Ahora es, por así decirlo, bilingüe. En este enero de 2019 asistí por segunda vez a coordinar el grupo de poesía en español. Mi colega con los poetas de lengua inglesa fue en esta ocasión el poeta Mark Doty, de Estados Unidos, a quien admiro muchísimo y con quien tuve la alegría de leer mis poemas ante un público amistoso y en una velada memorable, el sábado 19. El año pasado vino el inglés Paul Muldoon. Pero lo importante, lo decisivo para mí, fue convivir con nueve poetas unidos por la pasión de las palabras, los ritmos, los módulos compositivos, las melodías verbales; todos con el ánimo abierto para analizar y conversar, lo mismo de fenómenos prosódicos que sobre diversos asuntos de las hechuras poéticas.
Cuando Magda Bogin me invitó por primera vez a UTV estuve a punto de rehusar. Le dije que no me gustaba “trabajar con genios” y que hacía 20 años que no tenía a mi cargo un taller de poesía; mis últimas experiencias en ese campo, a fines del siglo pasado, fueron desagradables. Ella me convenció con paciencia y buenas razones y en enero de 2018 tuve un pequeño grupo: cuatro talleristas. La experiencia, entonces, fue muy buena; pero en 2019 ha sido extraordinaria.
Tepoztlán en enero es un lugar de días ardientes y noches muy frías. El pueblo, como se sabe, tiene lo suyo de “mágico” y de “buena onda”; no tengo ningún problema con nada de eso; los de mi generación, la de 1968, entendemos muy bien tales matices del espíritu. Conversar en serio sobre poemas y hacerlo al pie del Tepozteco es un extraño privilegio. Los nueve poetas del grupo desplegaron un entusiasmo ejemplar; a lo largo de casi dos semanas mantuvieron relaciones de amistad y de camaradería como pocas veces he visto en una comunidad tan pequeña y súbita.
Mis historias tristonas de hace más de dos décadas quedaron atrás. En el taller de Tepoztlán, dentro del marco de UTV, conseguí recuperar las recompensas de la discusión franca y genuina sobre temas poéticos, que había perdido por las necedades de unos pocos, que ya olvidé.
Ninguno de los integrantes del grupo se creía un genio, pero aquí puedo asegurar que tienen mucho de aquello que me atrevo a llamar “gracia poética”. ¿Qué más se puede pedir?