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Cuando dijo “me voy”, y se fue, se levantó la polvareda.
No le faltaba juicio a sus razonamientos que pueden resumirse en dos partes: a) el periodismo, como cualquiera otra de las ciencias sociales, se puede estudiar y se puede aprender; y b) a la brutal y aplastante mayoría de quienes acuden a las aulas para estudiar “comunicación”, tanto la realidad como el periodismo y la manera de vincular ambas instancias les vale una pura y dos con sal. O —diríamos hablando en castellano antiguo— les importa una reverenda chingada.
Lo he visto, lo hemos visto y vivido. Varias de las queridas personas que escriben en este diario han impartido clase y han egresado de las universidades en muy distintas disciplinas, entre ellas, justamente, la de comunicación. Y en un sitio sagrado como en la UNAM, donde hay que ganarse un sitio peleadísimo para obtener la matrícula, no es nuevo escuchar con frecuencia, entre quienes estudiaban o estudian periodismo, decir que lo hacen “porque había menos matemáticas que en otras licenciaturas”.
La respuesta automática de un periodista a semejante afirmación es muy subida de tono para el querido lector, así que valga la traducción sensata de un sencillo “no manches el mantel”.
El periodista y docente uruguayo Leonardo Haberkorn dio a conocer los motivos por los cuales se alejaba de las aulas. Y en las redes sociales —de las cuales paradójicamente y con toda razón se queja Leonardo cuando se emplean en plena clase—, estos días aquello prendió como lumbre en hojarasca. La repasada que en sus motivos brinda Haberkorn es digna, justa y exactamente, de estudio obligado para quienes buscan ser periodistas. Es imposible no rescatar al menos algunas de sus reflexiones y de su indignación que revela una circunstancia social innegable: prácticamente todos los que estudian periodismo, hablamos de la realidad latinoamericana, no quieren ser periodistas —ni lo serán, desde luego—, y con ello defraudan al entorno que los mantiene ahí, en las universidades públicas. Ya si los muy ágrafos quieren defraudar a sus padres que les pagan la universidad privada, pues allá muy sus padres y su plata y su futuro.
Escribe Haberkorn: “Después de muchos, muchos años, hoy di clase en la universidad por última vez. No dictaré clases allí el semestre que viene y no sé si volveré algún día a dictar clases en una licenciatura en comunicación. Me cansé de pelear contra los celulares, contra WhatsApp y Facebook. Me ganaron. Me rindo. Tiro la toalla. Me cansé de estar hablando de asuntos que a mí me apasionan ante muchachos que no pueden despegar la vista de un teléfono que no cesa de recibir selfies.”
Leonardo Haberkorn no es ningún improvisado. De acuerdo a lo que públicamente se sabe de él, lo mismo ha sido corresponsal en su país de la AP (Associated Press), lo cual ya es decir, que ha publicado en sitios de intachable prestigio como Etiqueta Negra, de Perú, o Gatopardo, de Colombia. Desde luego que ha hecho libros, como Historias tupamaras, Liberaij: la verdadera historia del caso plata quemada, Crónicas de sangre, sudor y lágrimas, o Milicos y Tupas.
A un sujeto así no lo puedes ignorar, si eres su estudiante, mirando el celular. En realidad no deberías ignorar a nadie escudándote en una pantallita. Caray, tantita madre.
Reseña Haberkorn: “Esta semana en clase salió el tema Venezuela. Sólo una estudiante en 20 pudo decir lo básico del conflicto. Lo muy básico. El resto no tenía ni la más mínima idea (…) ¿Qué es lo que pasa en Siria? Silencio. ¿Qué partido es más liberal, o está más a la “izquierda” en Estados Unidos, los demócratas o los republicanos? Silencio. ¿Saben quién es Vargas Llosa? ¡Sí! ¿Alguno leyó alguno de sus libros? No, ninguno.”
Y mire el lector que no es fácil encontrar a un periodista como maestro. En nueve semestres que implica la carrera, a razón de seis materias por semestre, la cantidad de profesores es grande. Aquí el escribidor da testimonio de que entre todos esos, digamos, casi 60 asignados, sólo conoció a tres que tenían relación con el periodismo: uno lo era, egresado también de la UNAM y en pleno ejercicio profesional —Manuel Gutiérrez Oropeza, se llamó en vida el santo varón—, otro se desempeñaba en el área de prensa de una embajada y uno más había sido directivo en un diario, sólo que muchos años antes. Todos los demás no tenían ni la más peregrina idea de qué eran ni la comunicación colectiva ni el periodismo. ¿Y sabe qué? A nueve de cada 10 compañeros de clase, aquello les traía sin cuidado.
“Cada vez es más difícil explicar cómo funciona el periodismo ante gente que no lo consume ni le ve sentido a estar informado —explica más adelante Haberkorn—. Conectar a gente tan desinformada con el periodismo es complicado. Es como enseñar botánica a alguien que viene de un planeta donde no existen los vegetales.”
Si alguien que depende de usted está a punto de “estudiar comunicación”, pregúntele algo sencillito, como en qué año llegó el hombre a la Luna: si le responde sin consultarlo con el celular, bríndele un abrazo. Si no, resígnese y quiéralo mucho durante los próximos 50 años.
@cesarguemes