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Hace algunos días escuché una entrevista de radio que Erza Shabot le hizo a Moisés Kalach, Jefe del Consejo Consultivo de Negociaciones Internacionales del Consejo Coordinador Empresarial, sobre los resultados de la negociación que dio como resultado el TLCAN 2, ahora llamado T-MEC. El Sr. Kalach, representante del sector empresarial en la renegociación del TLCAN, no escatimó esfuerzos en explicar las bondades y los beneficios que para las empresas y los sectores productivos significa el nuevo acuerdo y de cómo estas condiciones al mejorar y profundizar las relaciones comerciales con los Estados Unidos favorecerán las posibilidades de un mayor crecimiento del producto nacional. Concluyó con lo que tanto hemos oído de que se consiguió el mejor acuerdo que podíamos tener. Después de escuchar todas las excelentes oportunidades que el nuevo tratado proporciona a México el Sr. Shabot comentó que todo eso estaba muy bien pero que sería relevante saber cómo lo negociado y acordado se traduce en mayor bienestar para la gran mayoría de los mexicanos y afirmó que gran parte de la población siente que hasta ahora esta relación comercial con los vecinos del norte no se manifiesta adecuadamente en sus bolsillos y que pocos son los beneficios que ellos han tenido del significativo aumento de la capacidad exportadora del país. El Sr. Kalach fue muy claro en responder que sobre este tema no tenía una respuesta puntual y contundente, por lo cual sólo estiró la cuerda sobre algunas posibilidades.
Lo que quedó muy claro de la respuesta del Sr. Kalach es que en la lógica de renegociación del TLCAN, como igual ocurrió en las negociaciones a inicios de la década de 1990, no había una visión de desarrollo económico y social del país, de cómo un acuerdo comercial de esta naturaleza debe encajar en un modelo de desarrollo que traduzca los beneficios del comercio y de los flujos de capital en mayor bienestar generalizado para sus habitantes y no simplemente en mayores oportunidades y ganancias para las empresas especialmente para las transnacionales. Esta falta de visión sobre qué papel debe jugar el comercio internacional en un modelo de desarrollo es lo que hace que el dinamismo exportador no incida en generar ingreso interno lo que genera una brecha creciente entre crecimiento de exportaciones y generación de ingreso interno.
El TLCAN ha sido una herramienta útil para impulsar la orientación exportadora y contribuir a una mejoría en la competitividad regional de América del Norte pero no ha servido para enfrentar y eliminar los desequilibrios económicos y sociales que mantienen a México como un país subdesarrollado atrapado en la rampa de ingreso medio. Producir para vender en el exterior no se ha traducido en un mayor ritmo de crecimiento económico ni en mejores condiciones de desarrollo socio económico lo cual implica que no se ha cumplido la promesa de Carlos Salinas de Gortari de que el TLCAN significaba: “más empleos, y mejor pagados para los mexicanos”.
El problema es que vender más al exterior no genera mayor crecimiento ni suficiente empleo cuando el modelo de apertura funciona en la lógica de un patrón de dependencia de empresas multinacionales cuyo interés no es generar mercado interno sino producir para mercados externos aprovechando y explotando las ventajas comparativas que México ofrece de mano de obra de bajo costo y calificada, de indulgentes facilidades medio ambientales, de concesiones fiscales y financieras o de impunidad por actos de corrupción. El gran fracaso del modelo aperturista es que borro el intento de industrialización al imponer una producción tipo maquiladora que paso a paso se ha extendido hasta abarcar a toda la industria de transformación al convertirla en una estructura de ensamblaje tecnológicamente dependiente del exterior sin interés por impulsar el mercado interno.
La experiencia muestra que abrir la economía no es suficiente para crear y mantener un proceso de industrialización dinámico e incluyente que por medio de eslabonamientos productivos hacia adelante y hacia atrás de la cadena productiva contribuya a generar el conjunto de capacidades, habilidades y conocimientos que permiten ir diversificando los bienes y servicios que se producen y hacerlos más complejos y con mayor valor agregado. A mayor complejidad económica se logra mayor crecimiento del PIB per cápita, mayor inclusión, y, en consecuencia, se fortalece la dinámica del desarrollo como un proceso en el que las economías nacionales y los trabajadores, en particular, van acumulando capacidades productivas.
En consecuencia, las fuerzas externas no deben seguir siendo el factor en el que se depende para impulsar el desarrollo de la economía mexicana. Sólo deben ser un factor coadyuvante a nuestro desarrollo. No se trata de cerrar la economía ni limitar el comercio internacional o los flujos de capital sino de hacer de estos un medio para nuestro crecimiento y desarrollo y no un fin en sí mismo como se han convertido en la actualidad, como lo demostró el Sr. Kalach en la entrevista al no poder dar respuesta a una pregunta básica para entender la relevancia de firmar tantos tratados comerciales. Para lograr la correcta mezcla entre las fuerzas externas y las internas se requiere de una política pública que oriente la generación de eslabonamientos entre todos los sectores productivos en la lógica de alcanzar mayores niveles de complejidad productiva y de bienestar nacional.