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No hay medición de opinión pública que no repruebe al presidente Enrique Peña Nieto y su gestión. Su aprobación, cuando mejor, ronda el 20%. Es decir, 8 de cada 10 mexicanos lo repudia.
Pero Peña Nieto se ha ganado un aliado que se ha atrevido a hablar bien de él cuando nadie lo hace y que, ante las audiencias más adversas, lo ha defendido y enaltecido. Se trata de un aliado estratégico que puede darle oxígeno a la recta final de su mandato e incluso ofrecerle una salida digna que hace unas semanas no se vislumbraba.
El nuevo aliado de Enrique Peña Nieto es Andrés Manuel López Obrador. La manera en que el de Morena se refirió al presidente en funciones la noche de la elección hizo que los morenistas que lo escuchaban en el hotel Hilton de la Alameda respondieran con un aplauso: “debo reconocer el comportamiento respetuoso del presidente Enrique Peña Nieto en este proceso electoral. Muy diferente al trato que nos dieron los pasados titulares del Poder Ejecutivo”, expresó AMLO y la reacción fueron palmas.
Se dice que el año más difícil del sexenio de un presidente es el siete, porque es el primer año de ex presidente, en el que siempre se le echan las culpas, en el que lo pueden perseguir, en el que muchos han tenido que huir del país. El año siete del presidente Peña Nieto puede ser menos agrio gracias a López Obrador:
Si Peña Nieto se pone en manos de López Obrador con una transición tersa y respetuosa, cumpliéndole lo que le pida, si siguen dando la imagen de que se entienden bien, y el virtual presidente electo le regala dos o tres veces un párrafo como el de la noche del 1 de julio en el Hilton, podrá contagiarle algo del capital político con el que arranca su administración. Si eso pasa, quizá disminuya la animadversión hacia Peña y éste pueda tener una salida menos convulsa: tal vez pueda ir a un restaurante con su familia sin que le griten ratero o hasta quedarse a vivir en algún rincón del Estado de México sin volverse un imán de protestas e indignación.
La transición hacia el más radical de los opositores es la última oportunidad de Peña Nieto, no para ser un presidente popular, pero por lo menos para no seguir siendo el más repudiado.
SACIAMORBOS.
1.— Tiene mucha razón en su diagnóstico sobre la crisis en el PRI el grupo Democracia Interna que ha surgido dentro del tricolor: la responsabilidad de Peña Nieto en el mal gobierno, las imposiciones de dirigentes en vez de procesos democráticos, la urgencia de refundar a su partido. Lo que mueve a la risa loca es quién encabeza ese movimiento: ¡Ulises Ruiz!
2.— El ánimo de reconciliación que permea entre los dirigentes políticos tiene rápido que contagiarse hacia sus leales y simpatizantes. Los lopezobradoristas muestran una sed de venganza que contrasta con el discurso de su líder y la cúpula. Enfrente sigue extendiéndose el discurso del pánico frente a lo que viene.
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