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Viene el verano y mucha gente suele salir de vacaciones. Para aquellos que quieren desconectarse por unos días de la compleja realidad mexicana, pero sin lucir desinformados, aquí propongo un manual para saber con anticipación qué se va a decir en esa fuente inagotable de noticias que es la conferencia mañanera del presidente López Obrador en Palacio Nacional:
Si sale algún resultado económico negativo –empleo, crecimiento del PIB, inversión, actividad industrial- la respuesta del presidente será que él tiene otros datos, que la economía va muy bien y que eso a sus adversarios, los neoliberales, no les gusta.
Si algún banco, fondo de inversión, consultoría, grupo financiero, recorta su pronóstico de crecimiento del país, o peor aún, si alguna calificadora baja el grado o pone a la economía mexicana en peor perspectiva, la respuesta será que son neoliberales que callaron como momias cuando al país lo saqueaban, y que, con todo respeto, no toman en cuenta que él está combatiendo la corrupción y que eso va a dar resultados económicos.
Si Donald Trump tuitea o declara contra México, si amenaza o anuncia algún castigo, la respuesta del presidente López Obrador será que él respeta, que no se va a pelear con Trump, que va a buscar el entendimiento.
Si hay un episodio brutal de violencia (toco madera), evitará dar el pésame a las víctimas y culpará a las administraciones anteriores de haberle heredado un país en llamas. Recordará la guerra de Calderón, los muertos de Peña Nieto y dirá que eso pronto se va a acabar porque –abrazos, no balazos– la gente ya se dio cuenta que hay un gobierno diferente, y si se portan bien los de arriba, se portan bien los de abajo.
Si crece la presión contra el gobernador de Veracruz, hará otra gira a respaldarlo y dirá que es culpa de Yunes. Si crece la presión contra la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, organizará un mitin, le levantará la mano y dirá que no está sola, aunque no les guste a sus adversarios, los conservadores.
Si los medios de comunicación revelan algún escándalo de corrupción de algún gobernante de Morena, dirá que antes los medios callaban como momias la corrupción, pero que ahora hay libertad y que ahora sí se denuncia, pero que él no cree que nadie se haya portado mal, que seguramente los datos de la investigación periodística están mal, pero que de todas maneras se va a investigar.
Si los que están contra el aeropuerto de Santa Lucía ganan otra suspensión o amparo, los tachará de corruptos y retará que esa terminal aérea se va a construir –me canso ganso– porque el pueblo lo decidió en una consulta.
Si surge algún episodio de desabasto, despidos, cierres, inoperatividad, falta de atención generalizada, a consecuencia de los severos recortes presupuestales, dirá que no es cierto, que no es tan grave como se dice, pero que “disculpen las molestias” porque están acabando con la corrupción y que “ya se está atendiendo”.
Si anuncia algún proyecto nuevo del que no se ve cómo habrá dinero para pagarlo, dirá que saldrá de la venta del avión presidencial.
Y así.
En el fondo, el presidente se ha vuelto predecible. En circunstancias normales diría que eso es una atroz desventaja para un político. Pero López Obrador ha demostrado que rompe moldes y quizá al volverse predecible, sus pegajosas frases, que en cualquier otro significarían la hecatombe, en él son gritos de guerra que abrazan sus seguidores y se repiten entre los mexicanos, no pocas veces con gracia y empatía. Vamos a ver si dura la fórmula.
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