Ayer a las seis de la tarde, el gobierno electo salió a tratar de contener el pesimismo en los mercados financieros por las señales que ha mandado Andrés Manuel López Obrador sobre cómo va a manejar la economía cuando tome posesión.

Lo hizo al terminar una sesión en la que la Bolsa Mexicana de Valores volvió a tener una caída estrepitosa: más de 4 por ciento, en parte por las declaraciones de Trump de que está dispuesto a cerrar su frontera con México, en parte por la renovada incertidumbre del fin de semana atribuida a la adelantada gestión del presidente electo.

La cancelación del aeropuerto en una consulta amañada, la iniciativa de las comisiones bancarias, los cambios a las leyes mineras, la refinería cuando Pemex está ahogada y las declaraciones de guerra contra los mercados financieros ya habían hecho que suba el dólar, suban las tasas de interés, suban las expectativas de inflación, caiga la Bolsa, baje la confianza en México.

Y nomás el fin de semana: otra consulta amañada que avaló diez proyectos de gasto sin aclarar de dónde saldrá el dinero, una amenaza de estatizar las Afores surgió de la coalición lopezobradorista en el Congreso y sendos reportajes en los dos periódicos especializados más influyentes del mundo, Wall Street Journal y Financial Times, en los que cuestionan los planes económicos del gobierno electo.

Ante ello, ayer a las 6 de la tarde el doctor Carlos Urzúa, futuro secretario de Hacienda, trató de salir a calmar a los mercados. Leyó un comunicado en el que se presumen los logros económicos… de la administración del presidente Enrique Peña Nieto, el más impopular de la historia reciente de México.

Urzúa agradeció la solidez macroeconómica con la que recibe el país y enlistó uno a uno los rubros en los que México está muy bien: equilibrio presupuestal, finanzas públicas sanas, reservas internacionales en poder del Banco de México, líneas de crédito contingente, etcétera. Lo dijo varias veces, y hasta expresó su aprecio por el secretario de Hacienda saliente, José Antonio González Anaya.

En una sentada, el doctor Urzúa desarticuló el discurso radical de Morena de que todo está mal en el país, que López Obrador recibe un país en bancarrota. Además, descalificó la iniciativa del PT de estatizar las Afores, advirtió a los senadores de Morena que cualquier modificación a las comisiones bancarias será con el consenso de los bancos, ridiculizó la idea de usar en el presupuesto las reservas del Banco de México y prometió un presupuesto con superávit de 1% del PIB.

Las de Urzúa fueron palabras que bien pudieron haber pronunciado González Anaya, Meade, Videgaray, Cordero, Carstens…

Pero la pregunta no es dónde está el pensamiento económico de Urzúa, sino dónde está el de López Obrador. Porque Urzúa no es el motor de la incertidumbre. Es su jefe.

Y a él le vienen definiciones centrales: su discurso de toma de posesión, el presupuesto, qué hará con la reforma energética y cómo financiará la refinería. Si habla como la noche del 1 de julio en el Hilton, si presenta el presupuesto que prometió Urzúa, si no le da el Texcocazo a la reforma energética y no castiga a Pemex haciéndole pagar la refinería, todavía puede evitar el choque.


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