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La foto la tomaron apenas hace mes y medio pero puede hacerse vieja demasiado pronto. En la Cumbre del G-20 en Buenos Aires, Argentina, aparecen sonrientes los mandatarios de los países más desarrollados en ese momento, el 30 de noviembre del año pasado. Pero de entrada, Michel Temer ya no es presidente de Brasil y Enrique Peña Nieto ya no es de México. Hay un par que están frágiles porque llegaron al poder en el verano por reacomodos partidistas y no por elecciones generales, es decir, se apoyan en minorías parlamentarias que por sí solas no bastan para asegurarles larga permanencia: el primer ministro de Australia, Scott Morrison, y el jefe de Gobierno de España, Pedro Sánchez.
Pero de todos los ahí presentes quizá la ausencia más dura será la de la mujer más poderosa del mundo, uno de los pilares de la civilización Occidental y dique ante tantas amenazas de mareas económicas: la canciller de Alemania, Angela Merkel.
Ella quizá no pudo compartir con sus homólogos sus planes de pasar la Navidad más tranquila que ha tenido desde que solo se podía acceder a Internet marcando al teléfono con un módem. Aquella Cumbre G-20 fue su despedida porque el ocaso de Angela Merkel tuvo lugar en la Conferencia del Partido Demócrata-Cristiano (CDU) el 8 de diciembre, una semana después de la foto.
Su sucesora es la secretaria general del partido Annegret Kramp-Karrenbauer, quien venció a Friedrich Merz, un político lleno de ideas novedosas que data de la época en que las papelerías empezaban a vender diskettes duros de 3 pulgadas en vez de los suaves de 5 pulgadas.
Mujer que releva mujer. Angela creció en el régimen comunista de Alemania del Este mientras AKK —así le dicen a la sucesora— viene de gobernar el estado federado más chiquito del país, cuyos habitantes tuvieron hace más de medio siglo la opción de unirse o no a la República Federal Alemana (y por tanto experimentan una fuerte influencia por el tema de la identidad, de pronto tan de moda en ciertos gobiernos poderosos del mundo).
En caso de que prefiera no echarse tres años en calidad de pato cojo —como jefa de Gobierno, pero no líder del partido—, Angela Merkel será extrañada por los mercados, de los que ha sido un factor de estabilidad desde el control de la economía más sólida de Europa, y por los defensores de la visión de mundo con valores occidentales, de la que Estados Unidos dejó de ser principal promotor a partir de que llegó Donald Trump a la Casa Blanca.
SACIAMORBOS. Más de uno se aferra a la esperanza de que el fin de la era Merkel no represente el final del continuo entendimiento con Rusia, que inició su predecesor en 1998 y que ella ha continuado al frente de sus sucesivos gobiernos. Analistas políticos, los poderosos mercados y la gente común comparten nerviosismo ante el mero recuerdo de la última vez que los regímenes de Moscú y Berlín no supieron resolver sus diferencias por las buenas.
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