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Por dentro, la Casa Blanca es más chica de lo que parece en las películas y series de televisión. Los pasillos son más estrechos de lo que uno imagina y las puertas —que al abrirse muestran salas de juntas y oficinas— parecen literalmente las de una casa que se convirtió de pronto en centro de trabajo. Por todos lados hay agentes del Servicio Secreto.
Me dieron luz verde para entrar. Un trámite nada sencillo. Era el único reportero de un medio de comunicación mexicano (Televisa) autorizado para estar en la mítica Oficina Oval al momento de la llamada telefónica pública entre los presidentes Trump y Peña Nieto que se convirtió en el anuncio oficial de que ya habían llegado a un acuerdo los dos países en la renegociación del TLC, y aún más lejos: que si Canadá no se incorpora, sencillamente se formalizará con estas reglas el Acuerdo de Libre Comercio México-Estados Unidos y morirá el TLC. Hasta lo pre-bautizó Trump.
También la Oficina Oval me pareció menos grande. Además estaba llena. Un puñado de reporteros, camarógrafos y microfonistas éramos mayoría. Había también funcionarios menores organizando el acceso y el presidente Trump, sentado en su escritorio, flanqueado por dos ternas: el vicepresidente Mike Pence, el negociador Robert Lighthizer y su yerno Jared Kushner por un lado, y los secretarios Luis Videgaray e Ildefonso Guajardo, y el representante de AMLO, Jesús Seade, por el otro.
Era prácticamente la conclusión de más de un año de estirar y aflojar la liga. No la última página del libro pero sí el desenlace de la trama central. Y en particular, de un fin de semana que, logró un arreglo contra reloj un día antes, el domingo por la noche, el domingo 26 de agosto de 2018.
Esa noche, en pantalón caqui y suéter azul claro ajustado, el alto y delgado Kushner salió por una puerta lateral para evitar a los reporteros. Discretamente abordó su camioneta negra. Le abrió la puerta el agente del Servicio Secreto que se encarga de cuidarlo. Era domingo por la noche. Se iba de la oficina del Representante Comercial de Estados Unidos, a un costado de la Casa Blanca, sede de la renegociación del TLC.
Afuera, los colegas que hicieron guardia en tiempos de frío, calor y lluvia, aguardaban la última señal: todo mundo sabía que la renegociación estaba por concluir, pero aún no se confirmaba la noticia. Ya entrada la noche, todo había quedado renegociado. Ya había acuerdo en todo: la cláusula sunset se iba a 16 años en vez de cinco, desaparecía la estacionalidad en las exportaciones agropecuarias, los tres capítulos de solución de controversias y la compleja relación de la industria automotriz.
La renegociación estaba al 99.99%. ¿Qué faltaba? Una sola cosa: terminar de negociar qué hacer con las camionetas pick up. Sabían que era tan menor que no debía representar un obstáculo. Exhaustos, lo dejaron para el lunes por la mañana.
Los contactos de alto nivel entre el canciller mexicano Luis Videgaray y su gran amigo Jared Kushner —cabezas políticas de la renegociación— saldaron el pendiente. A nivel técnico, el secretario de Economía Ildefonso Guajardo y el negociador en jefe americano Robert Lighthizer cerraron el acuerdo. Con la participación in situ de Seade y una docena de conversaciones clave con el futuro canciller Marcelo Ebrard y la sintonía del próximo jefe de oficina presidencial Alfonso Romo. Cruzar a la Casa Blanca y atestiguar la llamada telefónica fue el sello, con Trump, quien, queda claro, sí es como lo pintan.
SACIAMORBOS.
¿Y qué hará el doctor Seade ahora? Las secretarías del próximo gobierno están ocupadas. ¿Le abrirán alguna o será que se vaya de embajador a China, su segunda casa y pasión?
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