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El 11 de mayo de 1935, luego de un periplo que los llevó a la URSS, Italia, Francia, Estados Unidos y Cuba, María Teresa León y su esposo, el poeta gaditano Rafael Alberti, pisaron tierra en el puerto de Veracruz.
La caída de Alfonso XIII, el establecimiento de la República y la declaración de su militancia comunista habían vuelto a la pareja una de las más llamativas del panorama intelectual internacional. Alberti contó en sus memorias que uno de los objetivos del viaje era encabezar una colecta en favor de los obreros asturianos cuya revolución habían sido reprimida unos meses atrás por el gobierno español.
Desde su arribo la prensa dio seguimiento a sus actividades, destacando que María Teresa dictaría una serie de conferencias sobre la situación política de España, mientras que Alberti daría noticia del estado de la poesía escrita en habla hispana. Según su itinerario, visitarían, entre otras ciudades, Morelia, Monterrey, Guadalajara y Puebla.
María Teresa, en su Memoria de la melancolía, aludió a un incidente que tuvo lugar en Tampico y ensombreció su visita. De acuerdo con su relato, fueron recibidos con letreros que decían “han llegado las hordas de la antipatria”, a lo que respondió: “hordas no éramos, apenas si dos intelectuales que creíamos que nuestro pueblo tenía derecho a que se le oyese y los mineros de Asturias eran la voz de la protesta de ese pueblo que había sufrido una injusticia y un atropello incalificable y la muerte y la prisión y los hijos estaban hambrientos”.
En múltiples comparecencias y entrevistas, Alberti advirtió del peligro que significaba para ellos volver a España y del compromiso de su trabajo poético con las masas trabajadoras: “Hago versos sencillos y de intención política franca, con los cuales he glosado la vida de España en estos últimos años”. Era tal la fascinación que el matrimonio ejercía entre los jóvenes artistas mexicanos que se organizaron gran cantidad de banquetes para homenajearlo, a los cuales asistió, entre otros, Octavio Paz.
Uno de los temas que suscitó más expectación entre los lectores fue la percepción de María Teresa sobre el papel de la mujer en el mundo y en la literatura. En ese tenor, la narradora aseveró que el país que había logrado garantizar la igualdad de derechos era la Unión Soviética, y sorprendió al revelar que en la patria del comunismo se había despenalizado el aborto y era manejado como un asunto de salud pública.
En sus respectivos recuerdos, Alberti y María Teresa aludieron a un evento que no fue registrado por los periódicos de la época. El poeta cuenta en su crónica que Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros se presentaron con ellos y les expusieron sus opiniones sobre la pintura como instrumento pedagógico de la lucha de clases. Los muralistas determinaron que dirimirían sus diferencias en un debate público con sede en Bellas Artes e invitaron a María Teresa a fungir como moderadora, quien aceptó la propuesta y contó: “No sé con qué palabras puse a andar ese acto presidido por las Musas y Marte. Vi que los oscuros panaderos, guardaespaldas de Diego Rivera, aplaudían las más oscuras palabras técnicas. No hicieron lo mismo cuando comenzó a hablar Siqueiros con su dialéctica marxista. Nadie podía escuchar lo que se decía en medio del escándalo. (…) En un momento traté de intervenir con un poco de aceite bondadoso y me gritaron como tirándome una piedra: ¡Gachupina! (…) Mi papel de árbitro comenzó a desteñirse cuando un orador sacó su pistola y la colocó sobre el pupitre, diciéndonos con su suave acento mexicano: Compañeros, la pintura de hoy…”.
No hay un registro exacto de la fecha en que partieron de México, aunque una nota publicada el 1 de octubre refiere que se celebró una cena para despedirlos. De Alberti se publicaron cuatro libros durante su estancia en territorio mexicano: De un momento a otro, Verte y no verte, Versos de agitación y Poemas. María Teresa se ganó la admiración de Siqueiros, quien le obsequió un retrato que se extravió en los avatares de la Guerra Civil Española.
Alberti regresó a México, ya viudo, en 1990. Recuerdo un Palacio de Bellas Artes a reventar, la voz entrañable del poeta pronunciando sus versos dedicados a Federico García Lorca y el público ovacionando al gran sobreviviente de la generación del 27.