Más Información
Pifia ortográfica se cuela en transmisión del debate sobre CNDH; “Dictamen a discución” pasa desapercibido en Canal del Congreso
Delegación mexicana va a la COP29 en Azerbaiyán; promoverá “política ecológica y ambiental humanista” de Sheinbaum
Piden a Sheinbaum estrategia contra promesas de campaña de Trump; “lo va a cumplir”, advierten académicos de la UNAM
En los tiempos de Bolsonaro una imagen como las que comienzan a cerrar Arabia (Arábia, 2017) , de João Dumans y Affonso Uchoa, se presta para muchas perspectivas. Imagino —y probablemente exagero— a un espectador de derecha celebrando una infernal fábrica habitada por obreros tristes. El espacio entre negro y llameante podría parecerle una imagen de progreso y trabajo duro, pero la voz de Cristiano (Aristides de Sousa) alude a Dante cuando dice que la esperanza abandona a los que ahí pasan sus jornadas. Después Cristiano narra el día en que, trabajando, se hizo un silencio que le permitió escuchar sólo su corazón. De pronto, dice, le dieron ganas de gritarles a todos: “¡Vamos a casa! Somos sólo caballos viejos”. Imagino —y, de nuevo, exagero— que el espectador de derecha se conmueve. Tal vez lo oculte inmediatamente y vuelva a sus opiniones de siempre, pero siquiera por un momento ha visto más allá de su propia perspectiva y ha encontrado en otro un dolor, un deseo, que también él ha sentido.
A pesar de que sus temas son la opresión inherente a la vida obrera y la reducción de la aventura humana a una breve autobiografía en un cuaderno, Arabia es una película cuya ternura resulta fundamental para su denuncia. Por ejemplo, las conversaciones que marcan la vida del protagonista están cuidadosamente encuadradas para resaltar el gozo de un descanso reflexivo en medio de una vida de trabajo físico. La música, como aquellas imágenes, sugiere una nostalgia viajera en canciones de folk sobre caminantes que andan en carreteras y en ciudades inéditas. Con esto los directores no parecen buscar una celebración de los oprimidos sino una condena al sistema social que les arrebata la felicidad y los encierra en una esclavitud que sólo simula ser más justo.
En una decisión afortunada para quienes escribimos de Arabia , Dumans y Uchoa abren la película con el final: un adolescente que cuida a su hermano menor va a la casa de un vecino para recoger sus pertenencias. El vecino es Cristiano, que ha sufrido un accidente grave en la fábrica. Mientras recoge y remueve algunas cosas, André (Murilo Caliari) descubre un cuaderno donde Cristiano ha escrito su recuerdo más importante para un grupo de teatro en el trabajo. Es mejor que el espectador descubra cuál es pero no revela mucho decir que en el camino a ese momento Cristiano narra la historia de cómo ganó y luego perdió. Su viaje es largo y crucial, aunque abundante en tiempos muertos, pero los directores se concentran en ellos para inflar con aliento cálido lo que podrían haber sido delgados estereotipos.
Entre chistes, canciones, caminatas, Cristiano se abre paso por el mundo y aprende. Esto suena como una película vista ya muchas veces antes pero los directores la cuentan con un inusual y brillante empleo de la elipsis. Como en el cine de Bresson, donde las visiones espectaculares suceden fuera del cuadro, en Arabia la voz de Cristiano revela más que las imágenes. A veces sólo vemos a una muchacha y sobreentendemos que fue amante de él. En un momento Cristiano habla de cómo decidió robar un auto con un amigo y la historia entera se cuenta en dos cuadros: los dos hombres ideando el plan, y Cristiano, ya uniformado, en la cárcel.
El sonido cumple otra función esencial: la de sugerirnos el espacio, tanto exterior como interior. Al principio, cuando la historia se centra en André, escuchamos el zumbido de la fábrica a todas horas, pero cuando él comienza a leer el viaje de Cristiano, la opresión capitalista es reemplazada por la vívida música del campo. Tal vez, rodeado por la ceniza industrial y el abandono, el hermano menor de André encuentre más fácil creer en el diablo que en un dios amoroso, pero los directores nos enseñan un mundo más vasto que la enajenación. Sí, la fábrica y el accidente de Cristiano detienen su aventura, pero no pueden destruirla. El cuaderno de Cristiano no puede recrearla, pero cuando nada queda en la pantalla, depende de los espectadores salir a cambiar las cosas. El nihilismo con el que concluye Arabia no es el mismo de Radu Jude en Corazones cicatrizados (2016) . Ahí la imagen de una tumba rota sugiere el destino de la especie, pero en Arabia la noche es un conmovedor llamado a la indignación que hace de la película entera un hermoso acto político.