Sabemos lo que ya sabíamos, pero habíamos olvidado, que en esta ciudad y este país, la tierra tiembla siempre, no ofrece tregua, no permite bajar la guardia, no perdona la negligencia, la incompetencia o la corrupción.

Sabemos que algo aprendimos de los terremotos de 1985, pero no tanto como debiéramos, que nuestro sistema de protección civil es mejor que hace treinta años, pero aún deja espacio para el desorden y la improvisación, que los códigos de construcción han mejorado, pero su cumplimiento se negocia en demasiadas ocasiones.

Sabemos que vivimos rodeados de héroes, que algunos de nuestros vecinos, esos que apenas reconocemos en la calle o en la escalera, tomarán pico, pala y casco para salvarnos cuando sobrevenga la tragedia, que muchos otros tendrán pequeños o grandes actos de civismo, que algunos prepararán comida para los rescatistas y otros trabajarán en centros de acopio y otros acarrearán escombros y otros se organizarán para que la ayuda llegue donde tenga que llegar.

Sabemos que algunas de nuestras instituciones funcionan bien, que hay héroes también en el servicio público, que los soldados y marinos se la rifan cuando pega la desgracia, que el personal de Protección Civil estuvo a la altura del esfuerzo, que sin ese andamiaje institucional la generosidad espontánea de la población hubiese tenido mucho menos impacto.

Sabemos que la desigualdad pesa en los desastres, que no recibe la misma atención un edificio de oficinas en la Colonia Roma que una fábrica en la Colonia Obrera que unas casas en Jojutla o Juchitán, que eso vale igual para la respuesta inmediata que para la reconstrucción posterior.

Sabemos que hay desalmados entre nosotros, que existen constructores que sacrificaron la seguridad por un ahorro de tres pesos, que hay directores responsables de obra que no vieron lo que tenían que ver ni hicieron lo que tenían que hacer, tal vez por negligencia, tal vez por venalidad, que hay autoridades que no cumplieron con su deber y que algunas se confabularon para liberar a desarrolladores inmobiliarios del peso de la regulación.

Sabemos que la reconstrucción se nos da menos que el rescate, que muchos fondos destinados a rehacer país y vidas no han llegado a su destino, que algunos se atoraron en las tuberías burocráticas, que otros se fueron a resolver problemas ajenos al desastre, que algún porcentaje —pequeño o grande pero imperdonable de cualquier modo— se esfumó por la corrupción, que el latrocinio se consumó porque se investigó poco y se castigó menos.

Sabemos que hay aún allá afuera damnificados que requieren nuestro apoyo, que muchos perdieron familia y futuro, que muchos carecen de vivienda y prospectos, que algunos han sido abandonados por la autoridad y otros han recibido tolete por protestar la indolencia oficial.

Sabemos que algo nos cambió la tragedia, que tal vez no sobrevivió por entero el espíritu de septiembre, que no se nos quitó lo energúmeno al volante, que seguimos siendo descorteses y a veces brutales, pero algo quedo, que no vemos a la gente igual, que no nos conformamos con el regreso a la normalidad jodida de siempre, que aún hay allá afuera una voluntad de rehacer y repensar y reconstruir al país y a la ciudad de otra manera.

O no sé si sé esto último o si solo lo quiero creer.

alejandrohope@outlook.com @ahope71

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