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En su libro, “Las 100 Mejores Películas”, el autor John Kobal narra que, luego del estreno de 2001: A Space Odyssey, un tal Ansel H. Smith le envió a Stanley Kubrick una carta que decía lo siguiente:
“Acabo de ver su película 2001. Mi mujer y yo condujimos ochenta kilómetros para verla. Durante el viaje de vuelta tratamos de discutir tranquilamente lo que habíamos visto, pero invariablemente acabábamos gritándonos. Si hubiésemos vivido ochenta kilómetros más lejos del cine posiblemente habríamos encontrado alguna respuesta antes de llegar a casa. Algún tipo de solución con el que hubiésemos podido convivir. 2001 me costó cinco dólares. Creo que, a cambio de mis cinco dólares, tengo derecho a alguna respuesta”.
Más allá si esta anécdota fue real o no (por lo disparatada, no dudo que haya ocurrido), me parece que todos alguna vez hemos sentido la frustración de Ansel H. Smith con ciertas películas. Yo mismo recuerdo que no entendí absolutamente nada cuando por primera vez vi 2001: A Space Odyssey, mi única certeza era la fascinación que sentía por la película, por sus imágenes, por el ritmo. Amo esa película, está en mi Top Ten de vida, y sin embargo, incluso hoy día, me cuesta trabajo explicarla.
¿Tenemos pues, derecho a entender una película que por motu propio es evasiva y difìcil de asir?
La historia viene a cuento porque volví a vivir esa sensación con Largo viaje hacia la noche (Di qiu zui hou de ye wan, 2018), apenas segundo largometraje del realizador de origen Chino (y de apenas 30 años) Gan Bi.
La cinta forma parte del más reciente Foro de la Cineteca Nacional y muchos la comentan no tanto por su historia, sino por sus proezas técnicas, siendo la más llamativa una secuencia de una hora, filmada en 3D y en un largo plano secuencia al que no se le ven cortes trucados (casi) por ningún lado.
Confieso que llegué cinco minutos tarde a la proyección y pensé que por ello no estaba entendiendo nada. Incluso los lentes de 3D que entregaban en la entrada, no parecían estar funcionando (otra fallo más de la Cineteca, pensé). Así pues, lo poco que puedo decir de la historia es lo siguiente: con un ambiente que recuerda al cine noir, Luo (Jue Huang) ha regresado a su natal Kaili (también pueblo natal del mismo Gan Bi y sujeto de su ópera prima, Kaili Blues, 2015) después de una larga ausencia de casi dos décadas, para seguir la pista de una mujer que conoció ahí, Wan Qiwen (Tang Wei).
Ello es lo más cercano a “una historia” dentro de la película. En realidad lo que se muestra es a un deambulante y taciturno Luo (cual Bogart oriental) que va por el pueblo en la búsqueda de la elusiva mujer de sus recuerdos. ¿Pero no será justamente que lo que vemos en pantalla no es la realidad sino los recuerdos del propio Luo?
“La diferencia entre una película y los recuerdos, es que la película siempre es una mentira, mientras que en los recuerdos siempre hay una mezcla entre verdad y engaño” dice Luo en su caminata nocturna por las calles de Kaili. Probablemente esa sea la clave de este juego. Por espacio de más de 150 minutos, la cámara de Hung-i Yao (con la participación de David Chizallet y Jingsong Dong como directores para reshoots) nos lleva por todo tipo de escenarios que por más simples que parezcan, nunca lo son, gracias al encuadre, al manejo del fuera de campo, al uso de espejos, y planos secuencia que nos van preparando para el virtuoso momento en que el protagonista entra a un cine, se pone los lentes 3D y es entonces donde la película suma dos dimensiones para llevarnos en un viaje imposible de una hora de duración sin cortes aparentes.
El manejo de los espacios cinematográficos en esta cinta es brutal. No hay toma simple o sencilla, no hay un fotograma que no esté planeado para enamorar la vista, incluso una secuencia de una persona comiendo una manzana o de alguien subiendo unas escaleras tiene su grado de complejidad. Si filmar es esculpir el tiempo, el cincel de Gan Bi y sus directores de fotografía es de una calidad onírica como hace mucho no habíamos visto.
Y lo mejor es que no es aburrido. La trama como tal es elusiva en el espacio de más de dos horas. Inútil entender, inútil mandarle una carta a Gan Bi y exigirle que a cambio de nuestros devaluados 50 pesos mexicanos nos explique de qué va todo esto. El mensaje está entregado. Esto es cine total. Sueños y recuerdos fundidos en imágenes imposibles, falsas, porque el cine es eso, falsedad, magia, truco, engaño. Gan Bi es un gran timador y su cinta será, indudablemente, referente futuro para nuevos cineastas, nuevas cintas y nuevos sueños.