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El nuevo estadio del Tottenham se levanta mastodóntico en pleno Londres y un trocito de historia desapareció con el viejo White Hart Lane.
El futbol ha cambiado, no se nos escapa a nadie, templos en los que generación tras generación acudía fiel cada día de partido a animar a su equipo, apoyando y animando a los colores que se transmiten de padres a hijos, son paulatinamente sustituidos por grandes estructuras llenas de comodidades, luces y servicios. Los nuevos estadios tienen de todo, pero adolecen de alma… se cierran los templos, abren los supermercados.
Es ley de vida que las cosas cambien, el cambio es positivo. No, esto no es un alegato de rebelión ante la modernidad, es un alegato de rebelión ante el negocio por encima de todas las cosas; es un alegato a que nos dejen mantener un poquito tan sólo de lo que fuimos. Ese lugar de peregrinación donde quizás el abuelo de alguien vio ganar a su equipo la FA Cup por primera vez, donde el padre de alguien disfrutó de un campeonato liguero o lloró tras perder la categoría. Un lugar donde el hincha sabe que está en su casa.
¿Los equipos deben conseguir más ingresos en un mundo híper profesionalizado como el del futbol?
Por supuesto, como digo, el progreso es inevitable y es deseable, pero… ¿Por qué siempre se avanza con base en destruir de dónde venimos y donde hemos sido felices?
Es innegable que los nuevos estadios tienen una belleza innata, esa belleza del Siglo XXI tan voluptuosa y excesiva, como vacía y homogénea. ¿Hay acaso grandes diferencias entre el Emirates y el London Stadium ? Podríamos trasvasar aficiones diferentes a esos estadios y no se notaría.
¿Qué ocurre con los templos abandonados? En el mejor de los casos acaban convertidos en hospitales o bloques de viviendas; en el peor, en mastodónticas superficies comerciales. Superficies que tratando de evitar las maldiciones, como si se cimentaran sobre un antiguo cementerio indio, decoran sus paredes con fotos del antiguo estadio al que sustituyen, queriendo rendir un respeto a las raíces que, para un hincha que se crió en alguno de esos campos, lo único que le provoca es encogimiento de corazón.
El sentimiento que supone la pérdida de los templos se resume en las palabras de Matthew Cavill, un hincha del modesto Oxford que vio cómo se derruyó Manor Ground , “fui de los últimos en salir del campo. Una vez has pasado tanto tiempo de tu vida allí, te sientes muy vacío cuando te obligan a marcharte a otro lado”.
Se cierran los templos, abren los supermercados…
@AitorAlexandre