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Hace 25 años, en el amanecer de 1994, nos despertó el levantamiento zapatista en el sureste mexicano. Comunidades indígenas que habían sido invisibles por siglos se alzaban en rebeldía, miles de mujeres y hombres tzotziles, tzeltales, tojolabales bajaban de las montañas para decir “Basta”. Para exigir “un mundo donde quepan muchos mundos”, donde la libertad y la justicia dejaran de ser palabras al aire. Con pasamontañas se hacían visibles. Armados con palos y con dignidad irrumpían en la fiesta salinista para decir “no más, sin nosotros”. Y ya nada fue lo mismo desde entonces.
El Ejército Zapatista de Liberación Nacional irrumpía cuando el salinismo festejaba el TLC y el ingreso de México al círculo de los ricos (OCDE) y mostraba a millones de indígenas marginados, venerados en los museos pero ninguneados en la realidad. Aquello cimbró al mundo y a un gobierno que tuvo que sentarse a negociar, aunque luego traicionara su propia firma plasmada en los Acuerdos de San Andrés, hasta hoy incumplidos. Contra viento y marea, pero con el apoyo solidario internacional, las comunidades zapatistas organizadas lograron poner en práctica una forma de autogobierno que se ejerce desde hace 15 años en cinco Caracoles o comunidades autónomas que proponen una forma distinta de habitar el mundo.
En 2013 viajé a la Selva Lacandona como estudiante del curso “La libertad según l@s zapatistas”, junto con mil 700 alumnos de todo el mundo convocados por el EZLN para participar en “La Escuelita”. El único requisito era: disposición para escuchar y mirar, llevar el corazón bien puesto y sólo 100 pesos para los útiles. Llevaba el libro Encuentro con el Otro de Ryszard Kapuscinski donde leí que “el encuentro (…), con personas diferentes desde siempre ha constituido la experiencia básica y universal de nuestra especie”. Entendí que, en el proceso de una desjerarquización del mundo y sus culturas “Es cierto que el Otro a mí se me antoja diferente, pero igual de diferente me ve él, y para él yo soy el Otro”. Subrayé que el reportero “quiere verlo todo con sus propios ojos y vivirlo todo en carne propia. Quiere acumular experiencias para, más tarde, dar fe de lo vivido”.
Pasé una semana con una familia zapatista tzeltal, integrada por una pareja y sus tres pequeños hijos que me acogieron a mí y a mi Votán o guardiana y traductora. Su hospitalidad me permitió conocer esa otra vida que significa despertarse con el canto de los pájaros a las cinco de la mañana, moler el maíz y hacer tortillas, ir al río, a los salones escolares, a la hortaliza en donde me mostraron cómo manejar el machete y el azadón, sembrar y cosechar. Otro día nos enseñaron a preparar pan dulce, cortar elotes en la milpa, hacer tamales, a no generar basura porque todo es orgánico: la hoja de maíz se hace cubierta de tamal, la mazorca sin grano alimenta al caballo y la tostada que queda es alimento para los pollos. Usar una letrina seca y bañarme a jicarazos; valorar al maíz y al frijol como base alimenticia, y de repente arroz o huevo, pero siempre pozol a las 12 del día. La alegría de los niños como oxígeno para la esperanza, el respeto, la paciencia, la organización y sobre todo la dignidad, permean la atmósfera en esta comunidad que vive en armonía. En resumen: la libertad en construcción, la resistencia pacífica, la vida sin miedo, la apertura a reconocer los errores en busca de una vida en democracia, libertad y justicia.
Educación, salud, agroecología (cultivan con abonos orgánicos y jamás utilizan químicos o insecticidas, las semillas naturales son “sagradas”) y una vida para las mujeres en donde no se venden ni se intercambian, pueden decidir su vida y ocupar tres niveles de gobierno… Todo eso y más, han logrado luego de 25 años.
Se oponen al Tren Maya. Y a la Guardia Nacional. A 25 años del EZLN, la emblemática fotografía de Pedro Valtierra, en la que mujeres tzotziles de Chenalhó impiden el paso a los militares, cobra nueva vida, ahora como advertencia.
Imagen de hace 25 años en la que mujeres
de Chenalhó impiden el paso a militares. FOTOGRAFÍA DE PEDRO VALTIERRA
adriana.neneka@gmail.com