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“Sí, fue increíble”, recuerda con entusiasmo el Dr. Robert Floyd, secretario ejecutivo de la OTPCE. “Había expertos, biólogos de ballenas, estudiando ballenas en el Océano Índico. Y decidieron que escucharían nuestros datos hidroacústicos. Y a partir de eso pudieron oír los cantos de las ballenas, y pudieron identificar exactamente de qué especie se trataba. Un día, oyeron una canción nueva, una canción que no conocían antes. Y se descubrió una subespecie completamente nueva de ballena, justo en el noroeste del Océano Índico. Es algo nuevo para la ciencia, cortesía de la recopilación de datos del Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares (TPCE)”.
La emoción de Floyd no es gratuita. Esa subespecie recientemente identificada es una variante de la ballena azul pigmea. Y su hallazgo no ocurrió gracias a barcos de investigación ni a sofisticados drones oceánicos, sino mediante una red global diseñada originalmente para algo completamente distinto: detectar explosiones nucleares.
Ese sistema se llama SIV (Sistema Internacional de Vigilancia) y forma parte del entramado de monitoreo de la OTPCE, una red de 337 instalaciones distribuidas por 89 países, cuyo objetivo principal es vigilar el cumplimiento del Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares (TPCE). Pero su versatilidad ha traspasado ese propósito. Hoy, esa red puede ayudar a localizar submarinos perdidos, rastrear contaminantes, capturar ADN ambiental, y generar datos cruciales para comprender mejor nuestro planeta.


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Los sentidos del planeta: una red de vigilancia global
“El Sistema Internacional de Vigilancia del tratado está integrado por instalaciones: estaciones y laboratorios”, explica la científica mexicana Xiolly Pérez, directora del IMS. “Son 120 estaciones sísmicas auxiliares, 50 estaciones sísmicas primarias, 60 estaciones de infrasonido, estaciones hidroacústicas y estaciones de radionúcleidos. De estas últimas, 40 tienen capacidad para analizar no solo partículas, sino también gases nobles. Además, contamos con laboratorios de análisis especializados”.
Esas instalaciones distribuidas globalmente permiten una vigilancia constante del planeta. En el caso de México, la presencia también es clave. “Además de las estaciones sísmicas y de la estación hidroacústica, también existe una estación de radionúcleidos que se encuentra ubicada en Guerrero Negro”, detalla Pérez.
La precisión del sistema es respaldada por la transparencia. “Todas y cada una de las estaciones de la red marcan los datos de tal manera que se tiene la garantía de que no hay ninguna manipulación”, afirma. “Lo mismo que estamos viendo en Viena en el Centro Internacional de Datos lo pueden estar viendo todos los países en sus centros nacionales. Todos pueden hacer el análisis respectivo para determinar si se trata o no de un ensayo nuclear”.
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Floyd coincide: “Hemos construido un régimen de verificación de última generación, que ha demostrado ser eficaz en la detección de explosiones nucleares. Gracias a esto, desde 1996 solo ha habido diez pruebas nucleares, en comparación con más de 2,000 en las cinco décadas anteriores”.
Más allá de lo nuclear: un aliado para la ciencia y la seguridad civil
Lo que hace extraordinario al IMS es que, sin perder su función principal, ha demostrado ser una mina de datos para aplicaciones civiles y científicas. Pérez lo subraya: “Los países pueden hacer uso de estos datos para fines civiles o científicos en específico”. Y menciona como ejemplo el caso de las alertas de tsunami. “Un buen uso que se le ha dado a estos datos es incorporarlos a los sistemas de alerta temprana. México, como un país con alta sismicidad, está interesado en caracterizar mejor los sismos y determinar su potencial tsunamigénico”. El pasado 16 de septiembre, Cuba se sumó a la lista de países que participa en la alerta de tsunamis a través de su Centro Nacional de Investigaciones Sismológicas.
Floyd recalca: “La CTBTO está ayudando a salvar vidas al proporcionar datos para la alerta temprana de tsunamis y otros esfuerzos de mitigación de desastres naturales”. Además, destaca que la información recolectada por el sistema sirve también para el estudio del cambio climático. “La física de la propagación de ondas en la atmósfera y el océano depende de la temperatura. Eso permite obtener una visión clara del cambio de temperatura, un elemento fundamental para esta investigación”.


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Desde 2006, el IMS ha detectado cada una de las seis pruebas nucleares realizadas por Corea del Norte. También ha descartado falsas alarmas, como en el caso de un sismo en Irán que generó rumores sobre una posible detonación encubierta. Las estaciones demostraron que se trató de un evento natural.
Fuera del ámbito nuclear, los ejemplos sobran: tras el terremoto y tsunami de 2011 en Japón, los datos de la red permitieron emitir alertas más rápidas; en 2022, un meteorito fue registrado desde estaciones en Bolivia y Ecuador; y tras el accidente de Fukushima, las estaciones siguieron la dispersión de materiales radiactivos, apoyando a la OMS y al OIEA. Incluso han detectado ADN ambiental en sus filtros de aire, lo que abre nuevas puertas para monitorear biodiversidad.
“El poder usar estos datos de esta red global es muy importante”, afirma Xiolly Pérez. “La invitación es para los investigadores del país a que se acerquen y vean qué tipo de datos pueden necesitar para sus investigaciones, ya sea para estudios de cambio climático, estructuras sísmicas, actividad volcánica o caracterización de la atmósfera”.
Para Floyd, esa es precisamente una de las grandes fortalezas del IMS: “Es un tesoro de datos que puede ser utilizado para aplicaciones civiles y científicas”. Y no duda en destacar el papel de América Latina en ese esfuerzo: “Todos los países de la región han firmado y ratificado el tratado. Tienen una historia sólida, como el Tratado de Tlatelolco, que fue modelo mundial. Podemos confiar en América Latina y el Caribe como una voz fuerte por un mundo libre de armas nucleares”.


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