El mercado laboral está muy restringido para los jóvenes en el país, porque las crisis económicas recurrentes que ha debido soportar éste en las últimas cuatro décadas han hecho que las oportunidades de empleo disminuyan de manera drástica.
“Siempre se nos dijo que estudiáramos porque así íbamos a tener un mejor trabajo. Sin embargo, en la vida cotidiana, esto no es tan cierto para los chavos que provienen de familias de escasos recursos, sobre todo”, asegura Héctor Castillo Berthier, investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM y fundador del Circo Volador, Centro de Arte y Cultura.
Además, como la deserción escolar sigue siendo muy alta en México, una gran cantidad de jóvenes no puede alcanzar una buena preparación académica para aspirar a tener un empleo bien remunerado… con lo cual se cierra el círculo vicioso.
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“Unos chavos abandonan los estudios porque se casan o porque deben empezar a trabajar en lo que sea para ayudar a la familia. Pero otros lo hacen porque ya no creen en el sistema educativo formal. Esto no quiere decir que no quieran seguir estudiando. Quieren seguir estudiando, pero no las cosas formales que se enseñan en las escuelas de todo el país”, agrega el investigador.
Estos factores tan complejos orillan a no pocos jóvenes a buscar una salida en la informalidad y convertirse en repartidores o vendedores ambulantes, cuando mejor les va, o en limpiaparabrisas, tragafuegos o payasitos de la calle, cuando no.
“Si nos centramos en las más recientes cifras, de cada 10 empleos, 6.7 pertenecen al sector informal y sólo 3.3 al sector formal. Ésta es una dura realidad que tienen que enfrentar ahora mismo los chavos mexicanos”, dice Castillo Berthier.
Otro factor
Por si fuera poco, hay otro factor que, desde hace unos 25 o 30 años, juega un papel destacadísimo en la situación actual de muchos jóvenes: el crimen organizado.
“Al principio, el crimen organizado les daba un celular y les ordenaba tomar fotos, a lo largo de 10 ó 12 horas, de todas las personas que entraran o salieran de una determinada casa. Los chavos no sabían si las fotos servirían para realizar un secuestro, un robo, un asesinato... Por esta actividad recibían unos 2 mil pesos a la semana. Con ese dinero le compraban a su mamá una televisión, una lavadora, un refrigerador, y después ellos mismos adquirían una chamarra de cuero, una motocicleta, algo que los visibilizara. Posteriormente, el crimen organizado los hacía participar en otras actividades delincuenciales, como ocurre con más frecuencia hoy en día. De ahí viene el deterioro social que vemos en muchísimas regiones del país.”
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De acuerdo con el investigador universitario, de todo esto se pueden extraer tres mensajes muy claros: uno, los sistemas de empleo, tal como están organizados, no funcionan en México; dos, los jóvenes necesitan un empleo y buscarán obtener uno, ya sea formal o informal; y tres, si llegan a formar parte del crimen organizado, quedarán fuera de toda la estructura institucional.
Héctor Castillo Berthier
Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM y fundador del Circo Volador, Centro de Arte y Cultura
“Siempre se nos dijo que estudiáramos porque así íbamos a tener un mejor trabajo. Sin embargo, en la vida cotidiana, esto no es tan cierto para los chavos que provienen de familias de escasos recursos, sobre todo”
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