De vez en cuando una pizca de la realidad que sostiene nuestro planeta se asoma a través de la boca de un volcán. Debajo de la corteza terrestre hay un océano hirviente y semifluido que cubre una región grande y profunda. Está compuesta por materiales fundidos que constituyen el magma, en cierto sentido, la sangre de la Tierra. La actividad magmática es un indicador de que nuestro planeta sigue vivo, tanto en el sentido geológico del término, mediante la renovación de la corteza terrestre, como en el sentido biológico, manteniendo el calor de las capas más profundas de la Tierra.
Cuando el magma emerge del fondo de la Tierra a través de un volcán se convierte en lava y otros materiales que pueden poner en riesgo las poblaciones cercanas a él, pero que también aportan importantes pistas de la actividad real que mantiene en su interior esta impresionante estructura de la naturaleza.
El doctor Robin Campion, investigador del Departamento de Vulcanología del Instituto de Geofísica de la UNAM y miembro del Comité Científico Asesor del Volcán Popocatépetl, señala que finalmente un volcán como el Popocatépetl es la parte visible de un gran sistema de alimentación magmática que al recibir nuevas inyecciones de magma empieza a cambiar una composición que será delatada mediante el análisis de los gases que emana.
Campion, experto precisamente en el estudio de los gases volcánicos, señala que las exhalaciones permiten indagar sobre el llamado magma primitivo o juvenil (recibe este nombre porque todavía no ha evolucionado), cuyas inyecciones al interior de la tierra revelarían un mayor potencial eruptivo. Es así que por ahora el siguiente reto científico en el trabajo exploratorio de un Popo en un estado bastante activo (el mayor detectado en la última década) es justamente medir la composición precisa de sus gases para saber qué tanto magma primitivo está debajo del volcán.
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Existen varias formas de medir la cantidad y composición de los gases que emana un volcán. “Esto se puede hacer a distancia mediante imágenes satelitales o de manera más cercana mediante cámaras ultravioleta. El análisis directo ahora no se puede realizar, pero esperamos que un dron que soporte el kilo que pesa el analizador lo pudiera hacer”.
“Un parámetro para medir el gas es la relación entre dióxido de carbono y dióxido de azufre. Si esta relación es alta significa que hay un mayor grado de exhalación, lo que podría significar meses o incluso años de actividad volcánica elevada”, señala el investigador y puntualiza que desde enero de este año se empezó a notar el aumento progresivo de emisión de gases de dióxido de azufre en el volcán.
Hasta el 19 de mayo se llegó a un punto donde fue necesario subir el nivel de alerta, pues el volcán mostró una actividad comparada a sus episodios de 2012, cuando este estratovolcán con una altura de 5 mil 452 metros sobre el nivel del mar también ocasionó que el CENAPRED (Centro Nacional Para la Prevención de Desastres) elevara el semáforo de alerta volcánica de fase amarillo 2 a fase amarillo 3 debido a su gran actividad y potenciales riesgos a poblaciones aledañas.
En este sentido, es necesario recordar que el riesgo de un volcán es determinado no sólo por la probabilidad de erupción violenta, sino por la vulnerabilidad y proximidad de los círculos poblacionales cercanos. El Popocatépetl es uno de los volcanes más peligrosos del mundo, debido a los 25 millones de personas que habitan a menos de 100 kilómetros del cráter.
Historia en movimiento
Todos los volcanes son diferentes, pero existen grupos que ayudan a entender de mejor forma sus dinámicas e historia. Los volcanes se pueden clasificar según su tipo de lava, emplazamiento tectónico, tamaño, localización geográfica, actividad, morfología y número de erupciones.
Existen varios criterios para clasificarlos, pero la mayoría de los geólogos los agrupa en cuatro tipos principales: conos de ceniza, estratovolcanes, volcanes en escudo o domos basálticos y los domos de lava.
Los estratovolcanes, como el Popocatépetl, también conocidos como poli genéticos, se han ido creando mediante estratos con el material fragmentado arrojado a través de su muy larga historia. Hernán Cortés ya narraba en las llamadas Cartas de relación, dirigidas al Emperador Carlos V, cómo el paisaje estaba gobernado por una sierra que exhalaba mucho humo. En su búsqueda por azufre para fabricar pólvora, el conquistador español hacía referencia al Popocatépetl (cerro que humea, como era conocido el volcán por los indígenas), cuyos vestigios dejaron huella en capítulos previos de nuestra historia, como los narrados en códices prehispánicos. Se calcula que el Popocatépetl tiene alrededor de 730 mil años en los que pudo haber tenido alrededor de 18 grandes erupciones.
Este recuento histórico ha sido posible también gracias al desarrollo tecnológico, y también conceptual, en el estudio de los volcanes, como el caso de los métodos de datación absoluta con radioactividad o herramientas de datación radiométrica, como el radiocarbono, que rastrea la muerte de un elemento vivo carbonizado y atrapado en el material que arrojó en algún momento el volcán.
Origen y destino
Es así que hay una gran variedad de disciplinas que se han desarrollado en torno al estudio y monitoreo de un volcán. Además del monitoreo geoquímico que aporta el estudio de sus gases, el monitoreo sísmico se apoya de una red de estaciones sismológicas situadas sobre y alrededor del volcán, proporcionando información clave sobre cómo cambian sus patrones símicos.
También son muy útiles las herramientas de evaluación geofísica, como el estudio del campo magnético terrestre y que en las zonas volcánicas es afectado por los cambios en el valor de la gravedad, debido a la masa que se acumula al interior de estos volcanes.
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Por otra parte, el monitoreo geodésico también se apoya en redes de estaciones, puntos de observación e instrumentos (como los inclinómetros) para detectar y medir deformaciones del edificio volcánico. Estos datos también generan información fundamental sobre las condiciones de presión en el interior del volcán y sobre la posibilidad de alimentación de nuevo magma desde la profundidad.
En su historia más reciente, el Popocatépetl se mantiene activo desde hace tres décadas. Según reportes del CENAPRED, después de 70 años de inactividad, se notó un paulatino incremento en la actividad de fumarolas del volcán que reinició su actividad el 21 de diciembre de 1994 con etapas efusivas y explosivas asociadas con el crecimiento y destrucción de domos de lava en el interior del cráter. Desde entonces, sus cenizas han alcanzado de manera recurrente las ciudades de Puebla, Morelos y de México, y poblaciones incluso más distantes como Querétaro y Veracruz.
Campion señala que con los datos científicos recabados a través de su historia, sumados a los nuevos parámetros de actividad, se pueden elaborar escenarios de comportamiento. El investigador señala que, por lo pronto, después de varios días de actividad disminuida, los análisis visuales denotan un conducto abierto en el volcán, pues el gas sale de manera constante, lo que significaría que no hay un problema de presurización. “Este sería el mejor escenario para regresar a lo cotidiano, pero hay que determinar qué sucede con las inyecciones de magma primitivo, pues esta información ayudaría a trazar mejores escenarios que se sumarían a las apreciaciones de sismicidad y de vulcanólogos con otras áreas de especialidad”.
El Popocatépetl forma parte de la élite de 452 volcanes que se concentran en la zona del Cinturón de Fuego del Pacífico y que se extiende a través de 40 mil kilómetros de un área en forma de herradura. Su historia forma parte de la identidad geológica de nuestro país que lo ha hecho madurar no sólo como ícono de un paisaje nacional, sino como materia fundamental para el desarrollo científico que alimenta el ejercicio del monitoreo para la prevención de desastres.