No había transcurrido ni un lustro de la caída de la antigua Tenochtitlán, cuando Hernán Cortés mando a construir el Hospital de San Lázaro, un recinto cuyo patrón revelaba su vocación: el aislamiento de leprosos. Sin embargo, el leprosario no duró mucho, pues en 1528, Nuño de Guzmán, presidente de la Primera Audiencia de la Nueva España, ordenó su destrucción, escandalizado, porque los leprosos tomaban agua del mismo acueducto de Chapultepec que surtía a la Ciudad de México.

Durante décadas, no hubo otro intento de atención especializada, hasta que en 1572 el doctor Pedro López refundó el Hospital de San Lázaro, esta vez con un caudal propio y en las afueras del oriente de la ciudad, donde aún hoy persiste su nombre en la geografía. El leprosario de la Ciudad de México se convirtió en símbolo de una política de aislamiento: la era vista como el mayor accidente que puede sufrir el cuerpo humano, y quienes la padecían eran condenados a vivir fuera de la sociedad.

Intercambio de especies

El trauma histórico de la conquista europea de América suele estar salpimentado de muchos mitos y otro tanto de verdades. Una de ellas, generalmente aceptadas, es que muchas enfermedades llegaron del viejo continente. Durante mucho tiempo, se asumió que la lepra formaba parte de ese sombrío legado biológico. Y en parte, así fue: los europeos trajeron consigo Mycobacterium leprae, la especie de lepra ampliamente documentada en Europa desde la Edad Media, responsable de miles de contagios y confinamientos en leprosarios, y que se convirtió en la especie predominante a nivel global.

Sin embargo, una investigación publicada en Science, liderada por el Dr. Nicolás Rascovan del Instituto Pasteur, ha cambiado radicalmente la comprensión de la historia de esta enfermedad en el continente americano. El estudio reveló la existencia de una segunda especie bacteriana causante de lepra, Mycobacterium lepromatosis, que ya circulaba en América miles de años antes del contacto europeo. La prueba de su existencia se halló en restos humanos antiguos encontrados en Canadá y, de forma "increíble" e "inesperada", también en Argentina, dice Rascovan.

El Hospital de San Lázaro fue fundado poco después de la caída de Tenochtitlán para albergar a personas con lepra. Foto: Especial.
El Hospital de San Lázaro fue fundado poco después de la caída de Tenochtitlán para albergar a personas con lepra. Foto: Especial.

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Este hallazgo no niega la llegada de la lepra europea, sino que la complementa y complejiza. Muestra que América ya tenía su propia historia con la enfermedad, escrita por otra especie bacteriana distinta. Para el Dr. Rigoberto Hernández, participante en el estudio y jefe del Departamento de Ecología de Agentes Patógenos del Hospital General Dr. Manuel Gea González, se trata de un "hallazgo revelador". Afirma que Mycobacterium lepromatosis ya infectaba a humanos al menos hace mil años, y que había evolucionado ampliamente en el continente.

La revelación ha puesto en entredicho la narrativa simplificada de la lepra como un padecimiento exclusivamente importado. Alejandro Bonifaz, profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México y otro de los colaboradores mexicanos del estudio, sintetiza el giro: “Antes nosotros decíamos: los europeos nos trajeron la lepra. Nosotros les regresamos la sífilis. Ahora no queda claro. Así parece que el intercambio fue un verdadero intercambio”.

El Hospital de San Lázaro aislaba a las personas con lepra del resto de la sociedad. Foto: Especial.
El Hospital de San Lázaro aislaba a las personas con lepra del resto de la sociedad. Foto: Especial.

La lepra, una enfermedad persistente

También conocida como enfermedad de Hansen —en honor al médico noruego Gerhard Armauer Hansen, quien descubrió el bacilo causante en 1873—, la lepra es una infección crónica causada principalmente por Mycobacterium leprae. Afecta la piel, los nervios periféricos, la mucosa de las vías respiratorias y los ojos. El contagio ocurre por gotículas o contacto directo y prolongado con secreciones nasales de personas infectadas.

Clínicamente, puede manifestarse con úlceras cutáneas, daño neurológico y debilidad muscular. Clínicamente, la lepra puede presentarse en tres formas principales: indeterminada, tuberculoide y lepromatosa. Además, desde el punto de vista microscópico, se clasifica en dos tipos según la cantidad de bacterias presentes: paucibacilar (con pocas bacterias) y multibacilar (con muchas bacterias). Es considerada una Enfermedad Tropical Desatendida, prevalente en áreas de bajos recursos, donde se agrava por condiciones insalubres, hacinamiento y pobreza estructural.

Tener lepra en la Edad Media era básicamente una condena al aislamiento. Ilustración: Generada con IA.
Tener lepra en la Edad Media era básicamente una condena al aislamiento. Ilustración: Generada con IA.

No existen cifras precisas y confiables del número total de personas que murieron de lepra durante la Edad Media en Europa, ya que los registros médicos y demográficos eran fragmentarios o inexistentes en muchas regiones. Sin embargo, algunos estudios históricos sugieren que la lepra fue lo suficientemente prevalente como para justificar la creación de miles de leprosarios (también llamados lazaretos), especialmente entre los siglos XI y XIV.

Por ejemplo, en el siglo XIII había más de 19 mil leprosarios en toda Europa, según estimaciones históricas citadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y Zachary Gussow autor de Leprosy, Racism, and Public Health: Social Policy in Chronic Disease Control. La lepra no era tan letal como otras enfermedades medievales como la peste bubónica, pero sí causaba una larga discapacidad, aislamiento y una muerte social, que en muchos casos equivalía a una condena vitalicia.

En el siglo XIII, había más de 19 mil leprosarios en Europa. Ilustración: Generada con IA.
En el siglo XIII, había más de 19 mil leprosarios en Europa. Ilustración: Generada con IA.

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Situación actual: Un desafío no resuelto

Según la OMS, la lepra fue eliminada como problema de salud pública a nivel mundial en el año 2000, definiéndose esta eliminación como una prevalencia de menos de un caso por cada 10 mil habitantes. En cuanto a los casos nuevos, en 2023 se notificaron aproximadamente 182 mil 815 casos en todo el mundo, lo que representa una disminución significativa en comparación con las cifras de décadas anteriores.

En México, la Secretaría de Salud declaró en enero de 2020 que la lepra había dejado de ser un “problema de salud pública”. No obstante, entre 2006 y 2012 el país registró más de 100 casos anuales, y aún hoy se notifican nuevos contagios.

Al respecto, el Dr. Bonifaz advierte que, pese a ser una “enfermedad antigua”, “no se ha marchado y sigue vigente. Además de estigmatizar a los pacientes, está ligada fuertemente a la pobreza”.

La Estrategia Mundial de Lepra 2021-2030 de la OMS busca erradicarla mediante medidas integrales: detección temprana, prevención de discapacidades, manejo de las complicaciones y, sobre todo, la lucha contra el estigma que aún pesa sobre quienes la padecen. Sin embargo, estos esfuerzos enfrentan barreras profundas. Persisten factores estructurales como la pobreza extrema, el acceso limitado a servicios de salud y la falta de información en comunidades marginadas, que dificultan su eliminación total.

Dos historias de lepra en América

La investigación liderada por Rascovan y su equipo reveló que, además de M. leprae, otra especie —Mycobacterium lepromatosis— ya infectaba a humanos en América antes del contacto europeo. Encontraron su ADN en restos humanos antiguos de Canadá y Argentina, datados en al menos mil años de antigüedad, sin presencia de M. leprae.

“Esto nos permite decir que era una enfermedad endémica del continente, con varios linajes en circulación desde hace más de mil años”, explica Rascovan. Según el estudio, M. lepromatosis ha estado evolucionando en América por al menos 10 mil años. “Con una concesión literaria, podríamos decir que la lepra lepromatosa es la lepra americana”.

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¿Cómo se logró el descubrimiento?

El proyecto comenzó en 2017-2018 con el análisis de bases de datos de ADN antiguo en restos humanos. La primera pista fue una muestra canadiense con rastros de M. lepromatosis. El equipo, junto con investigadores como Charlotte Avanzi y María Lopopolo, buscó muestras modernas con síntomas compatibles.

María propuso buscar en Sudamérica. Rascovan recuerda: “Me parecía que no tenía sentido porque era imposible que lo encontrara [...] Y María dijo: ‘yo quiero probar igual’. Lo probó y de casualidad apareció”.

El proceso fue técnicamente complejo: M. lepromatosis no puede cultivarse in vitro, lo que dificulta extraer su ADN. “Es como armar el DNA de la bacteria original con pedazos”, explica Rascovan. Analizaron cerca de 800 muestras (389 antiguas y 408 modernas). Obtuvieron 34 muestras positivas contemporáneas (mayoría en América del Norte) y tres ancestrales (Canadá y Argentina).

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El estudio filogenético identificó cinco linajes de M. lepromatosis. Los hallazgos muestran una rápida expansión del patógeno entre el norte y el sur del continente. “Implica 10 mil kilómetros de movilidad”, algo “muy interesante y raro”, dice Rascovan

Así mismo, el hallazgo “contribuye a generar más preguntas sobre las enfermedades que ya existían en América antes de la llegada de los europeos”, afirma Rigoberto Hernández.

La historia de la lepra en América, ahora contada con dos voces bacterianas distintas, abre también un capítulo nuevo en la historia de la ciencia: el de las enfermedades precolombinas que, lejos de ser completamente erradicadas o ajenas, siguen entre nosotros. Este hallazgo nos obliga a replantear no sólo el origen de ciertas patologías, sino también la manera en que interpretamos las relaciones históricas entre pueblos, cuerpos y microbios.

Como señala el propio Rascovan, estudios como este no solo reescriben capítulos olvidados de la historia de la medicina, sino que abren caminos nuevos. “Cuando uno combina ADN antiguo y moderno, uno puede aprender un montón de cosas sobre la historia epidemiológica y evolutiva de las enfermedades infecciosas que quizás solo analizando muestras modernas no podría llegar a aprender”. Dicho de otro modo: el legado genético de bacterias milenarias puede reescribir el pasado, y prepararnos para responder a los dilemas de salud que aún están por venir.

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