Desde un barco en altamar, una expedición internacional de científicos se conecta vía Zoom. A través de la pantalla se asoman rostros quemados por el sol, voces animadas por el trabajo de campo, pero también por el sabor a innovación de esta expedición: por primera vez, la inteligencia artificial se incorpora al monitoreo ecológico del Mar de Cortés, uno de los ecosistemas marinos más ricos y golpeados del planeta.
"Este año, vamos a actualizar una serie de tiempo de más de 20 años con tecnologías novedosas de inteligencia artificial”, explica Fabio Favoreto, investigador del Scripps Institution of Oceanography y uno de los líderes de la expedición. “Será como tener un Einstein trabajando para ti… o casi. Porque Einstein no lo sabía todo, pero esta tecnología puede parecerse”.

El Golfo de California —ese mar de 1,200 kilómetros de longitud que Jacques Cousteau llamó "el acuario del mundo"— vive una doble presión. Por un lado, el peso de la sobrepesca histórica; por otro, los efectos visibles del cambio climático, como el aumento de 1.5 a 2 grados Celsius en la temperatura de sus aguas desde 1982 y la desaparición progresiva de especies sensibles al calor. "Desafortunadamente, muchos de los transectos que estamos haciendo se ven cada vez más vacíos", explica Favoreto. El sargazo, vital como refugio de juveniles, ha disminuido en biomasa en varias zonas. Y mientras Cabo Pulmo, un Parque Nacional marino en Baja California Sur, México, reconocido por ser el único arrecife de coral en el Golfo de California, resiste como caso de éxito, la biomasa de peces en el resto del Golfo sigue en su mínimo histórico. Ante esta urgencia, la ciencia necesita adaptarse: no solo monitorear, sino hacerlo mejor, más rápido y a mayor escala.

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Aquí entra la inteligencia artificial. En esta expedición, los investigadores están utilizando cámaras de video 360 para capturar miles de horas de imágenes submarinas, que luego serán procesadas por sistemas de visión artificial entrenados para identificar especies, contar individuos, medir tamaños y calcular biomasa. El dispositivo clave, un GPU Nvidia Jetson Nano, del tamaño de un teléfono móvil, será en el futuro su "cerebrito" de a bordo. "Es como tener un Einstein trabajando por ti", dice Favoreto entre risas. No ahora —aclara—, sino en cuanto regresen a tierra, alimenten los modelos de IA con los datos de esta expedición y entrenen los algoritmos para leer el arrecife como un científico experto. "Antes nos tardábamos meses revisando videos manualmente. Ahora, con IA, procesamos los datos casi en tiempo real. Nos permite dedicar el esfuerzo a formular hipótesis y analizar los cambios del ecosistema en profundidad".

La metodología tradicional exigía que buzos expertos contaran peces bajo el agua, estimaran su talla y registraran todo en tabletas sumergibles. Un proceso minucioso, pero también humano, con sesgos y márgenes de error. La nueva estrategia consiste en grabar transectos de 50 metros para peces y de 30 metros para invertebrados, a profundidades de 5 y 20 metros, en más de 60 sitios distribuidos entre La Paz y la Isla Tiburón. El material será analizado por modelos de “machine learning” (aprendizaje automático) que no solo reconocen especies, sino que aprenden a segmentarlas del fondo marino, detectan patrones y miden cambios poblacionales con una precisión inédita.

Además, el equipo ha comenzado a utilizar drones aéreos y análisis de imágenes satelitales para monitorear manchas de sargazo flotante, anticipando su desaparición prematura debido al calentamiento. Todo este arsenal tecnológico apunta a un objetivo mayor: crear una base de datos robusta que respalde decisiones de conservación basadas en evidencia, como la expansión de áreas marinas protegidas o la restauración de hábitats críticos.

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En los primeros días de monitoreo, los hallazgos de la expedición han confirmado las peores sospechas de los científicos: muchos arrecifes del Golfo de California parecen estar en su punto más bajo de biomasa desde que se iniciaron los registros hace casi tres décadas. Fabio Favoreto, investigador del Scripps Institution of Oceanography, lo resume así: “Ya no vemos tiburones, ya no vemos muchos depredadores… muchos de los transectos que estamos haciendo se ven siempre más vacíos”. El equipo ha registrado temperaturas superficiales de hasta 24 grados en abril, un valor inusualmente alto para la temporada. Desde 1982, el aumento promedio en la región ha sido de 1.5 °C, alcanzando los 2 °C en algunas zonas, con una preocupante multiplicación de olas de calor marinas, algunas de ellas de hasta un mes de duración, capaces de matar o desplazar organismos enteros.

Uno de los impactos más visibles es la desaparición acelerada de los bosques de sargazo, hábitats clave para el desove y refugio de numerosas especies marinas. Dos de los bosques monitoreados en 1999 ya no pudieron ser localizados, y en otras zonas el desprendimiento de estas algas —provocado por el calentamiento anticipado del mar— ha comenzado antes de lo habitual. Además, una invasiva diatomea bentónica (algas microscópicas que viven adheridas a superficies submarinas) ha empezado a cubrir arrecifes enteros, desplazando a otras especies y afectando la alimentación de peces herbívoros. Estos signos evidencian una transformación profunda del ecosistema, acelerada por la combinación de sobrepesca y cambio climático.

Fabio imagina un futuro no muy lejano en el que una red de boyas inteligentes, equipada con cámaras y sensores acústicos, vigile permanentemente las reservas marinas, como si un "Jarvis" de Iron Man cuidara el Golfo las 24 horas. "Es un cambio de paradigma. Vamos hacia un modelo donde cada ciudadano que grabe un video con una GoPro bajo el agua pueda contribuir a la ciencia marina sin necesidad de entrenamiento especializado", asegura.
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Pero la tecnología, advierte, no es un fin en sí misma. "De nada sirve tener datos si no llegan a las comunidades costeras, si no fortalecen su capacidad para decidir, para proteger su futuro", dice. Porque detrás de cada pez perdido, de cada arrecife degradado, hay historias humanas de supervivencia, de pesca, de cultura. El Golfo de California no solo es un ecosistema asombroso: es la casa de cientos de comunidades que dependen de su resiliencia.

A pesar de las malas noticias —la biomasa menguante, las especies que retroceden—, el entusiasmo en su voz no decae. "El Golfo sigue peleando", dice. "Todavía vemos ballenas, sardinas, bioluminiscencia en las noches. Todavía hay un mar único ahí afuera que merece ser protegido". Si la inteligencia artificial logra cumplir su promesa, tal vez el futuro tenga un nuevo custodio: un Einstein digital, buceando por nosotros para salvar el océano.