”La esencia de su magia es el silencio, la soledad y los profundos y maravillosos ritmos del mar, que enmarcan la oscuridad y la luz de la Tierra”. Así describía el autor George Mackay el océano de Pentland Firth, un estrecho de 12 km de ancho que separa Orkney, un archipiélago de Escocia, caracterizado por fuertes corrientes de marea debido a la propagación de sus olas. Además de inspirar imágenes literarias, este lugar es considerado un tesoro de la energía mareomotriz.
Hoy en día, la energía renovable es la fuente de energía más asequible en la mayor parte del mundo. Los precios de las tecnologías de energía renovable están bajando y los que han invertido en estas estrategias reciben los beneficios. Según datos de ONU-Clima, más del 90% de los nuevos proyectos renovables son ahora más económicos que las alternativas basadas en combustibles fósiles. Precisamente Escocia le ha a postado a esta ecuación.
Escocia es líder en la producción de electricidad a partir de energías renovables, destacando la energía eólica como su principal fuente, tanto en tierra como en el mar. Hace un par de años este país generó un 113% de la electricidad que consumió a partir de fuentes renovables, superando su demanda y demostrando su avance hacia el objetivo de cero emisiones. Escocia es líder mundial en energía mareomotriz, con proyectos como MeyGen y las redes de las Shetland, que utilizan turbinas submarinas para aprovechar la fuerza de las mareas y generar electricidad limpia.
El camino para controlar el mar en favor de los deseos del hombre no ha sido fácil, pero las iniciativas escocesas incluyen el desarrollo de la turbina mareomotriz más potente, buscan establecer un nuevo referente en energía oceánica y reducir los costos para impulsar un futuro energético sostenible, además de impulsar la producción de hidrógeno verde.
Los compromisos climáticos
En medio de récords de temperatura y desastres climáticos cada vez más evidentes, recientemente se realizó la Cumbre sobre el Clima durante la Semana de Alto Nivel de la Asamblea General de la ONU. Su objetivo fue muy claro: presionar a los líderes mundiales para que presenten compromisos climáticos más ambiciosos antes de la COP30, que se celebrará en noviembre en Belém, Brasil.
La Cumbre ha identificado cinco prioridades para avanzar hacia un futuro sostenible. La primera tiene que ver precisamente con la energía limpia: acelerar su transición, invertir en ciencia y eliminar subsidios a combustibles fósiles. Hay varios ejemplos de países que han trabajado con éxito en esta transición. Más allá de la tradición en inversión y desarrollo en energía limpia de lugares en Europa como Reino Unido, Alemania, Finlandia y Suecia, existen otros polos económicos que han confirmado su posición en el mundo mediante esta apuesta.
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El presidente de China, Xi Jinping, anunció en la Cumbre que su país reducirá entre un siete y un 10% sus emisiones para 2035. Su propuesta contrastó con la del presidente estadounidense, Donald Trump, quien un día antes, en la Asamblea General, calificó el cambio climático como “la mayor estafa jamás perpetrada”; sin embargo, las cifras presentadas en la Cumbre demuestran que el cambio climático es cada vez más real y severo.
Los últimos datos presentados sitúan al mundo en el camino de un calentamiento de hasta 2.8 °C, lo que ya expone a miles de millones de personas a olas de calor, incendios forestales, tormentas e inundaciones más frecuentes e intensas. Para 2035, el mundo necesita reducir 31.2 gigatoneladas de emisiones para mantenerse en la senda de los 1.5 ºC, o 20.2 Gt para los 2 ºC.
La ONU ha informado que los desastres relacionados con el cambio climático han generado pérdidas económicas globales que ascienden a unos 2.3 billones de dólares, una cifra diez veces mayor a las estimaciones, debido a los daños colaterales y efectos multiplicadores. Estos costos seguirán aumentando, afectando desproporcionadamente a los países en desarrollo.

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El secretario general de la ONU, António Guterres, recordó que aún es posible limitar el aumento de la temperatura global a 1.5 °C, siempre que se aceleren las medidas. Destacó que en 2024 las inversiones en energías renovables duplicaron a las destinadas a combustibles fósiles, pero reclamó planes más ambiciosos hacia 2035.
La mesa está servida: la energía solar y la eólica marina son ahora un 41% y un 53% más económicas que los combustibles fósiles, respectivamente. La caída de los precios está haciendo que las energías renovables sean más atractivas en todo el mundo, incluso para los países de ingresos bajos y medios, donde se espera que surja la mayor parte de la demanda futura de nueva electricidad.
Cifras de la ONU señalan que para 2040, por ejemplo, África podría generar a través de las energías renovables diez veces más electricidad de la que necesita. Las energías limpias también pueden ayudar a satisfacer la demanda de electricidad para las nuevas condicionantes del mundo, en particular para los nuevos requerimientos de la inteligencia artificial (IA). Un centro de datos de IA típico consume tanta electricidad como 100 mil hogares. El llamado sería que todas las grandes empresas tecnológicas deberían adoptar el 100% de energías renovables para alimentar sus centros de datos de aquí a 2030.
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La electricidad barata procedente de fuentes renovables podría proporcionar el 65% del suministro eléctrico total del mundo para 2030. Podría descarbonizar el 90% del sector energético para 2050, reduciendo masivamente las emisiones de carbono y ayudando a mitigar el cambio climático.
El oro al final del arcoíris
Otras prioridades identificadas en la Cumbre tienen que ver con la drástica reducción de emisiones de metano y detener la deforestación, que podría aportar hasta un 20% de las reducciones necesarias. También se subrayó como imperativo el desplegar tecnologías para descarbonizar sectores como el acero, el cemento y el transporte. La inversión en ciencia y tecnología se ha vuelto el camino natural para explorar nichos vinculados.
La justicia climática se desarrolló como otro tema prioritario para garantizar financiamiento para países en desarrollo, incluyendo alivio de deuda, fondos para pérdidas y daños, y duplicación de la financiación para adaptación.
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El presidente de Chile, Gabriel Boric, llamó a actualizar las metas climáticas y advirtió contra las voces negacionistas. “Quienes con poder afirman que no hay crisis climática le están traspasando ese costo a los países más pobres. Frente a eso, todos los miembros de Naciones Unidas debiéramos rebelarnos”, dijo. Defendió una transición “acelerada y justa”, al mismo tiempo que criticó el aumento del gasto militar y se refirió a objetivos de su país como el cierre de centrales de carbón en 2035 y la meta de carbono-neutralidad en 2050.
Desde Brasil, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva instó a llegar con avances concretos a la COP30, que se celebrará en 2025 en su país. “Nadie está a salvo de los efectos del cambio climático. Los muros en las fronteras no detendrán las sequías o las tormentas. Ningún país está por encima de otro”, señaló al presentar las medidas que están tomando para combatir el cambio climático —las llamadas Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC)— que incluyen acabar con la deforestación para 2030 y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero entre un 59% y 67% para 2035.
México presentó una meta baja, pero realista de reducción de emisiones de efecto invernadero (GEI) de alrededor de 175 millones de toneladas de dióxido de carbono para 2035. La realidad es que pese a las buenas intenciones de todos los países participantes, los anuncios realizados por diferentes países sólo reducirían la cifra de emisiones en dos gigatoneladas.
El camino es muy, muy largo. Para alcanzar los objetivos climáticos internacionales y mantener el calentamiento global en 1.5 °C, el mundo debe reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en aproximadamente un 42% para 2030 y un 57% para 2035 en comparación con los niveles actuales, lo que equivale a dejar de emitir unas 28 gigatoneladas de CO2 equivalente para 2030. Estas reducciones son necesarias para cerrar la brecha existente entre los compromisos climáticos actuales y la senda de mitigación requerida.
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