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Durante más de 400 años sus historias se escribieron por debajo de la tierra. Mineral del Chico fue una población que se desarrolló con el auge de la industria minera y “La Guadalupe” es precisamente parte de este patrimonio. Fue una de las minas que durante décadas fueron explotadas por españoles, ingleses y norteamericanos, pero cuando los recursos mineros se extinguieron se mantuvo como vestigio de otras épocas, brillando como parte del atractivo turístico de la zona. Hoy, un proyecto científico busca aportar un plus a esta mina ubicada dentro del denominado Corredor Turístico Río El Milagro, en Hidalgo. Se trata del LABChico, lo que será el primer laboratorio subterráneo en Latinoamérica.
El LABChico será construido a 100 metros de profundidad dentro de una montaña, justo donde se ubica “La Guadalupe”. El proyecto inició hace un año por iniciativa del investigador del Instituto de Física de la UNAM Eric Vázquez, pero se han sumado diversos investigadores de varios institutos de la Máxima Casas de Estudios con la intención de generar un proyecto de investigación multidisciplinario.
El objetivo es también involucrar a la comunidad que habita la zona y donde los visitantes puedan sumergirse, literalmente, en la ciencia que se puede generar por debajo de la tierra; desde medir la radiactividad baja en materiales comunes (como agua y rocas), hasta observar el crecimiento de organismos en condiciones extremas.
El doctor Alexis Aguilar Arévalo, investigador del Instituto de Ciencias Nucleares, explica que este lugar busca cubrir varias metas. Por un lado, funcionaría para realizar diversos temas de investigación en torno a la física y astrofísica de partículas, pero también se tiene la intención de convertirlo en un centro de divulgación y acercamiento a la ciencia para la población local, una región que vive alrededor del turismo.
“La idea es que también se incentive un ambiente académico, donde desde un experto hasta un ciudadano común puedan llevar materiales que pongan a prueba la instrumentación”, señala el especialista y aclara que no esperan que haya contaminación radiactiva peligrosa en este sitio, pues la búsqueda va más en el sentido de poner en práctica técnicas de trabajo bajo las condiciones especiales que brinda el subsuelo bajo la protección de una coraza de rocas.
Bajo la tierra. En un laboratorio subterráneo se limita el impacto proveniente de los rayos cósmicos sobre la superficie de la Tierra, lo que permite hacer mediciones con una mayor certidumbre. Bajo estas condiciones es que los científicos pueden trabajar con instrumentos como un detector de germanio de alta pureza que identifica la radiación gamma.
Esta cualidad tiene múltiples funciones, incluso medir la cantidad de plomo en el agua al detectar su isótopo radiactivo. De hecho, por esta razón, este proyecto se vinculó con una investigación de científicos británicos que están buscando técnicas de fácil acceso a la población para medir el plomo en agua.
“Ellos buscan desarrollar una aplicación móvil para tratar de medir los rayos gamma cuando se percibe la detección de plomo”. En este sentido, el proyecto cuenta con financiamiento del programa británico Global Challenges Research Fund (GCRF), que busca abordar, por medio de la ciencia, desafíos importantes de países en desarrollo.
El plomo es un metal tóxico presente de forma natural en la corteza terrestre. Su uso generalizado ha provocado una importante contaminación del medio ambiente con problemas de salud pública en muchas partes del mundo. Entre las principales fuentes de este tipo de contaminación ambiental destacan la explotación minera, la metalurgia y, en algunos países, el uso persistente de pinturas y gasolinas con plomo.
La OMS considera que más de tres cuartas partes del consumo mundial de plomo corresponden a la fabricación de baterías de plomo-ácido para vehículos de motor. Sin embargo, este metal también se utiliza en muchos otros productos, como pigmentos, pinturas, vajillas de cristal, joyería y juguetes. También puede contener plomo el agua potable canalizada a través de tuberías de plomo o con soldadura de este metal.
Pero no sólo se trata de buscar materiales contaminantes, sino también de conocer la radiación natural de la zona, pues en realidad tres cuartas partes de la radiactividad que hay en el medio ambiente vienen de la naturaleza y en este sentido, no todos los lugares de la tierra tienen el mismo nivel de radiactividad.
En algunas zonas de la India, la radiactividad es muy alta. La razón está en el torio, un elemento radiactivo natural que se encuentra concentrado en algunas zonas. Lo mismo sucede en los Alpes con un nivel de radiactividad relativamente elevado, debido a la composición de sus granitos.
Además de estas variantes, en la geografía natural del planeta, diversas actividades humanas, como la producción de fertilizantes, o la extracción de gas y de petróleo, pueden aumentar las dosis estos radionúclidos de origen natural.
En nuestras casas también puede existir radiactividad, procedente principalmente del gas radón. Este gas se produce como consecuencia de la desintegración del uranio que contienen las rocas, pero una buena ventilación puede acabar con el problema. La radiación no siempre es sinónimo de destrucción. También existen elementos de este tipo en múltiples alimentos e incluso nuestros cuerpos son una fuente de radiación, ya que almacenan pequeñas cantidades de potasio radiactivo, un producto necesario para el cuerpo humano.
En el LABChico se medirá solamente la radiación natural que existe en el ambiente. Se busca mostrar que se trata de una característica natural que no es peligrosa, siempre y cuando se encuentre en niveles apropiados para la salud.
Aguilar Arevalo señala que el proyecto se encuentra en la fase inicial. Hasta el momento se han realizado, entre otras actividades, un reconocimiento del área que incluye: levantamiento topográfico de la zona, mapa tridimensional y estudios geomecánicos de la mina que finalmente llevaron a la selección de “La Guadalupe” como el lugar idóneo para el laboratorio. En la recta final también estaba la mina vecina San Antonio. “El Problema con esta última es que detectamos oquedades y las mejores circunstancias para un laboratorio subterráneo las brinda una mejor cobertura de rocas, que es un escudo para la radiación cósmica”.
Se calcula que el laboratorio podría tener de 15 a 20 metros cuadrados de superficie y una altura de cuatro metros, pero se planea dejar intacto el resto del túnel principal para que prosiga la actividad turística sin que se interfiera con todo lo que se ha creado alrededor de la mina, incluso el mito del duende que la protege y tiene un altar a su entrada.
Más allá de la instrumentación y el trabajo aportado por las diferentes entidades académicas de la UNAM y del nuevo financiamiento que podría aportar el GCRF, se espera que la aportación económica más importante para el desarrollo del laboratorio provenga directamente del gobierno mexicano y una probabilidad en este sentido podrían ser fondos del estado de Hidalgo, que se ha mostrado muy interesado en el proyecto, según explica Aguilar Arévalo.
En la zona ya se han establecido proyectos con importantes colaboraciones entre la actividad turística y científica.
La Universidad Autónoma de Hidalgo (UAEH), el Instituto de Geofísica y el Centro de Ciencias de la Atmósfera UNAM, entre otras instituciones universitarias, desarrollaron el Geoparque Comarca Minera Hidalgo, en colaboración con la Secretaría de Turismo y Cultura de Hidalgo y el consejo de Ciencia, Tecnología e Innovación (CITNOVA) del mismo estado.
A nivel mundial. “Este lugar en México tendría una cobertura muy moderada, pero alrededor del mundo hay entre 20 y 30 laboratorios de alta profundidad donde se realiza investigación de frontera”, señala Aguilar Arévalo.
Entre los ejemplos que menciona el especialista se encuentra el Laboratorio Gran Sasso, en Italia. Este lugar construido hace 37 años es considerado el laboratorio subterráneo más importante del mundo, pues aunque no tiene una profundidad tan extensa como otros (está debajo de mil 400 metros del pico más alto de los Apeninos), se trabaja en tres grandes salas con más de 15 experimentos.
Alrededor de mil científicos de 25 países trabajan como diligentes hormigas en turnos de hasta 200 personas. El menú principal: astrofísica nuclear. Los platillos que lo integran: eso que se llama materia oscura o los misterios de los neutrinos, las partículas de la materia más ligeras y sin carga eléctrica.
El principal observatorio de neutrinos estaba en el SNOLAB. Este laboratorio canadiense de física subterránea se encuentra a 2 kilómetros de profundidad en la mina de níquel Vale’s Creighton en Subury, Ontario.
Su experimento principal era precisamente el estudio de los neutrinos, las partículas subatómicas con una masa tan pequeña que se han calculado en menos de una milmillonésima parte de la masa de un átomo de hidrógeno.
Otro ejemplo en el mundo de este tipo de laboratorios es el de Jinping, en China. El laboratorio más profundo del mundo se encuentra ubicado en el suroeste de este país asiático y planea triplicar sus alcances a partir de los más de 2 kilómetros de profundidad que tiene en la actualidad.
Paradójicamente, el reto parece entrar en un agujero profundo para descubrir de mejor forma los secretos del espacio exterior. Los misterios del universo se esconden bajo la tierra y México busca bajar otro escalón para acercarse a otra forma de conocimiento.