El cerebro de un adulto suele pesar entre 1.4 y 1.6 kilogramos, pero tras el impacto de la enfermedad de Alzheimer, su peso suele descender hasta apenas poco más de medio kilo. En un corte coronal de este órgano se pueden apreciar ventrículos y surcos prominentes como otras muestras de su atrofia. Sucede que el encéfalo se mantiene como una fuente inagotable de información aún después de la muerte.
Su donación puede convertirse en una herramienta fundamental para investigaciones que ayuden a contrarrestar las historias de pérdida, dolor y olvido detrás de esta enfermedad y otros padecimientos neurodegenerativos que implican el deterioro de la memoria, el intelecto y la capacidad para realizar actividades cotidianas. Entre 5 y 8% de la población general de 60 años o más sufre demencia y casi un 70% de estos casos los acapara precisamente la enfermedad de Alzheimer, la forma más común de demencia en adultos mayores.
Los bancos de cerebros conservan muestras biológicas humanas que aportan importantes datos en la investigación de las enfermedades neurodegenerativas. La cultura de la donación y las investigaciones precursoras con este material se encuentran bien establecidas en Estados Unidos y Europa, donde abundan las instituciones con un flujo constante de donaciones, por ejemplo, la Red de Bancos de Cerebros de Reino Unido, suma más de 15 mil órganos. Sin embargo, en otras partes del mundo se empiezan a fortalecer y crear estos focos de investigación. Por ejemplo, países como Colombia tiene uno de los más importantes acervos de cerebros afectados con enfermedad de Alzheimer de origen genético, material especialmente valioso considerando que esta causa solo constituye 5% de la prevalencia de la enfermedad.
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BioBanco Nacional de Demencias
En México, la Facultad de Estudios Superiores Cuautitlán (FESC) de la UNAM alberga desde hace unos meses el BioBanco Nacional de Demencias (BND). Hace dos décadas surgió el proyecto que lo antecede, pero que finalmente se concretó como un esfuerzo nacional que además hoy forma parte de una Red Latinoamericana.
El doctor José Luna Muñoz, director del BND señala que son necesarios estudios locales y regionales en Latinoamérica para aportar datos más allá de los anglosajones y buscar relación entre las enfermedades neuronales con padecimientos de mayor prevalencia en esta área geográfica, como diabetes y obesidad. Estas investigaciones estimulan además la búsqueda de biomarcadores que faciliten el diagnostico con métodos no invasivos y que puedan aportar nueva información para el desarrollo de fármacos para las enfermedades neurodegenerativas, la mayoría de ellas sin cura.
Los antecedentes de este biobanco se sitúan hace casi tres décadas con el impulso del neuropatólogo Raúl Mena en el IPN. En 2011, Luna continuó con esta labor buscando extender las investigaciones a otras enfermedades y contando también con el apoyo del Instituto Nacional de Neurología. El proyecto fue acogido recientemente por la UNAM, donde los objetivos se han vuelto más ambiciosos en varios sentidos. Por una parte, se empieza a desarrollar como un proyecto nacional.
El especialista explica que el BND ha empezado a tener una colaboración muy estrecha con la Federación Mexicana de Alzheimer, con la que realizan un protocolo nacional para donación de cerebros y órganos para la investigación.
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Existen 20 estados asociados a esta federación. Esta es una muestra de cómo las asociaciones civiles pueden ser una fuente importante de apoyo para impulsar nuevos estudios. Por otra parte, esperan recibir de 25 a 30 cerebros como donaciones del Hospital Universitario de Monterrey, Nuevo León.
Además de cerebros, en el BioBanco Nacional de Demencias se conservan fluidos y tejidos de órganos que en conjunto ayudan a proveer información más completa de la huella de las enfermedades.
Nuevos retos
Lo que buscan los investigadores es la presencia de las proteínas beta amiloide y Tao que se se acumulan en la enfermedad de Alzheimer. “Se buscan en el líquido encefaloraquídeo, pero el beta también se llega a encontrar en pacientes que no tienen enfermedad neurodegenerativa, lo que vuelve la búsqueda compleja a nivel de gabinete”, apunta Luna. Este tipo de estudios pueden brindar nuevas pistas para una detección más temprana y la aplicación inmediata de algunos fármacos que se están desarrollando, pero que desgraciadamente tardan mucho en actuar. Lo que se intenta es que la enfermedad no progrese de manera tan acelerada. “Si el seguimiento es a nivel celular, se podría observar esta mejoría más efectivamente y podemos evaluar si un fármaco favorece o no”. Luna dice que la donación es la única forma para buscar biomarcadores específicos, ya que si bien hay modelos celulares y animales que pueden ofrecer algunas pistas, el proceso molecular no es el mismo que se puede observar en Alzheimer u otras enfermedades neurodegenerativas. “Para no tener visones erradas se requiere la donación de este tipo de tejidos”.
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Es importante señalar que precisamente este tipo de herramientas han logrado que el grupo del doctor Luna haya descrito recientemente dos proteínas que no se habían descrito en la literatura a nivel mundial para la enfermedad de Alzheimer. Esta investigación se realizó en colaboración con investigadores de República Dominicana, donde, por cierto, se instauró un banco de cerebros hace un par de apoyo con el apoyo de especialistas nacionales.
Luna señala que en Latinoamérica, además de México, hay bancos de cerebros en Colombia, Brasil, Argentina y República Dominicana. “Estos biobancos o neurobancos pertenecen a una Red Latinoamericana donde hay un proyectos de investigación en conjunto que buscan facilitar la rotación de estudiantes y facilitar el intercambio de tejidos”. Esto también ha llevado a impulsarlos en otros países en la región, como Bolivia, Ecuador y Chile. Las posibilidades para la investigación de más padecimientos, como el caso del autismo, también se abre con estos contactos.
Cabe señalar que el grupo del doctor Luna es de los pocos que trabaja en el diagnóstico de la enfermedad de priones asociada a una rápida perdida cognitiva (de tres meses a un año). También es conocida como “enfermedad de las vacas locas”, en el ganado; y como enfermedad de Creutzfeldt-Jakob (ECJ), en los humanos. Con el apoyo del área de Veterinaria y Zootecnia de la FESC la idea es hacer una unidad de diagnóstico que vincule el conocimiento de la enfermedad.
El científico comenta que se van sumando nuevos retos en el estudio de las enfermedades que atacan al cerebro. Tal es el caso del impacto que ha mostrado el SARS-CoV-2 en el sistema nervioso central. En algunos países, como Alemania, ya han implementado protocolos que permiten estudiar sin riesgos órganos de alguien que fue infectado por el coronavirus, pero en México esto aún no es posible.
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“Hay receptores para el virus en el sistema nervioso central, tanto en neuronas como en células que se encargan de protegerlo. Ya hay investigaciones sobre alteraciones psiquiátricas y de deterioro cognitivo, pero nos tomó más de un año verlas y si no hay oportunidad de investigarlo a fondo, esto conllevará a una nueva pandemia en años posteriores. Es un problema mayúsculo”, señala que aún no se sabe si el virus queda latente en el sistema nervioso central, como el virus del herpes simple que con el tiempo se puede reactivar debido a factores medioambientales.
El doctor Luna subraya que no lo vemos porque tenemos una reserva cognitiva, que es la plasticidad neuronal, encargada, por ejemplo, de que el Alzheimer no se detecte cuando inicia, sino quince años después. “Lo mismo podría pasar con el SARS-CoV-2 y las alteraciones a largo plazo”, puntualiza.
DE 5%A 8% DE LA POBLACIÓN mayor de 60 años sufre alguna demencia.
DE 1.4 A 1.6 KILOGRAMOS es lo que suele pesar el cerebro de una persona adulta