Predecir se ha convertido en una de las ilusiones más lucrativas del mundo financiero. Hay toda una industria dedicada a producir proyecciones, modelos económicos y pronósticos. La televisión financiera vive de esto; los bancos de inversión dependen de ello. Pero la historia es una mala guía cuando las dinámicas estructurales del mundo están cambiando.
Además, cuando se suman factores políticos y geoestratégicos (negociaciones comerciales, posibles retaliaciones de otros países, políticas monetarias o cambios repentinos en la geopolítica), las probabilidades de acertar consistentemente se reducen aún más. Cada variable nueva —aranceles, elecciones, decisiones regulatorias o tensiones diplomáticas—, abre múltiples escenarios imposibles de anticipar a 100%.
Así, eventos como el incremento arancelario no solo generan volatilidad inmediata, también son ejemplos de la complejidad de los mercados interconectados, donde cualquier cambio en la política comercial puede afectar sectores distintos de manera impredecible. Este entorno volátil refuerza la idea de que, por más sofisticados que sean los modelos de predicción, la inversión siempre conlleva un grado de incertidumbre que se acentúa cuando hablamos de factores políticos y geopolíticos.
Howard Marks, cofundador de Oaktree Capital, es un inversionista con una profunda trayectoria y claridad intelectual. En un texto reciente, titulado Nobody Knows (Yet Again) reafirma una verdad que muchos inversionistas se resisten a aceptar: simplemente no podemos saber qué va a pasar; y actuar como si lo supiéramos es más peligroso que útil.
La evidencia empírica no respalda la confiabilidad de las predicciones económicas. El estudio más reconocido al respecto, Expert Political Judgment de Philip Tetlock, evaluó los pronósticos de economistas, politólogos y analistas de inteligencia y el resultado fue contundente: su precisión apenas superaba el azar y, en muchos casos, era peor. Lo más revelador fue que quienes tenían mayor confianza en sus predicciones eran, a menudo, los menos acertados.
Si las predicciones fallan, ¿qué las reemplaza? La respuesta es claridad de propósito. Invertir no debe ser un ejercicio de adivinación, debe ser un ejercicio de asignar capital conforme a necesidades reales, plazos personales y objetivos con significado.
Howard Marks tiene razón: nadie sabe. Ni los bancos centrales, ni los economistas, ni los inversionistas con más trayectoria. El mercado no es un acertijo que se resuelve, sino un sistema que se entiende y se respeta. Lo que sí podemos conocer es nuestra propia arquitectura financiera: qué necesitamos, cuándo lo necesitamos, y cuánto riesgo estamos dispuestos a asumir para lograrlo. Esa es la única predicción que importa.
Bajo el enfoque de Invertir con Propósito se puede contemplar dividir el dinero en cinco portafolios o “cubetas”, cada uno con un propósito y horizonte bien definidos. El primero responde a necesidades inmediatas por lo que es dinero reservado para el corto plazo: el enganche de una casa, una factura médica, un viaje planeado. Aquí se debe buscar preservar el poder adquisitivo mediante instrumentos de bajo riesgo, como Cetes o fondos de mercado monetario de alta calidad.
El segundo portafolio es similar al primero, pero destinado a lo inesperado: pérdida de empleo, emergencias médicas, o eventos imprevistos. El tamaño depende de la situación personal: estabilidad de ingresos, acceso a crédito y tolerancia al riesgo. Para algunos, seis meses de gastos es suficiente; para otros, un año o más es lo ideal.
El tercero busca una diversificación global y tiene un horizonte de inversión de dos a 10 años; es un portafolio de riesgo moderado, retorno moderado y altamente diversificado. El objetivo es capturar la prima de riesgo global sin apostar a qué país o sector ganará. Estudios académicos muestran que la diversificación global mejora el rendimiento ajustado por riesgo.
El cuarto portafolio apuesta por un crecimiento a largo plazo y aquí se incluyen acciones globales, inversiones privadas y, en algunos casos, portafolios balanceados con apalancamiento. Como no se necesita este dinero en el corto plazo, se puede soportar más volatilidad para obtener rendimientos significativos.
El quinto portafolio está enfocado en objetivos específicos del inversionista. Es para metas como la jubilación, la universidad de los hijos, o comprar una segunda casa. A diferencia del portafolio de largo plazo, aquí el tiempo lo define todo. Si el evento es dentro de tres años, el portafolio debe estar en activos de muy baja duración. Este enfoque no pregunta “¿qué hará el mercado?” sino “¿cuándo voy a necesitar este dinero?” Esa sí es una pregunta que podemos responder con más certeza.
Invertir con Propósito no es un producto ni una táctica, es una mentalidad que prioriza la preparación sobre la predicción. La resiliencia sobre la reacción, y la claridad sobre la astucia. Y en un mundo donde nadie sabe, tal vez sea la única estrategia en la que realmente podemos confiar.
* Chief of Advisory and Investment Solutions en GBM.