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En 1854, durante la Guerra de Crimea, Florence Nightingale o también conocida como "La Dama de la Lámpara" hizo algo que hoy parecería básico pero en ese momento fue revolucionario: registró datos. No fue un descubrimiento químico lo que salvó miles de vidas, sino una planilla con números. Al sistematizar la información médica de los soldados heridos, ella evidenció que la mayoría moría por infecciones prevenibles, no por heridas de batalla. Esto redujo la mortalidad de 42% a 2%, y lo logró con datos. Sobre todo, con conexión entre la evidencia y la decisión.
Algo similar ocurre hoy en los back offices financieros de América Latina. En oficinas llenas de escritorios y máquinas de cafés, se está perdiendo plata por una desconexión tan estructural como evitable: la que existe entre contabilidad y tesorería.
Ambas áreas deberían funcionar como un sistema nervioso unificado, una detecta y registra; la otra reacciona y ejecuta. Pero en la práctica están divorciadas. Y ese divorcio cuesta caro. Según el Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas (IMEF), más de 40% de las empresas medianas en México no cuenta con una integración efectiva entre su gestión contable y su gestión de pagos. Esto significa que no tienen claridad diaria de lo que deben, de lo que pueden pagar, ni de cuándo deben hacerlo. En una economía como la mexicana, con un SAT exigente y márgenes cada vez más ajustados, ese desfase puede poner en jaque no solo al flujo de caja, sino a la sostenibilidad misma de una empresa.
El problema es sistémico y tiene raíces técnicas, pero también culturales. Se asume que la contabilidad es cosa de archivo, de cumplimiento, de cierre mensual. Y la tesorería, cosa de liquidez, de urgencia, de resolver el ahora. Esa separación es como pilotear un avión con los ojos vendados y solo mirar el panel de instrumentos una vez al mes.
Aquí, donde la facturación electrónica, los CFDI, los catálogos contables y los múltiples requisitos del SAT operan con tal nivel de detalle y frecuencia que cualquier desajuste entre lo registrado y lo disponible en caja puede convertirse en un problema operativo inmediato. La simultaneidad de obligaciones fiscales hace que la falta de una visión integrada entre contabilidad y tesorería no solo retrase decisiones: las encarece.
Lo que hace falta es conectar sistemas que ya existen. Automatizar el puente entre lo que se registra y lo que se paga. Dar a los equipos de finanzas una visión unificada de sus obligaciones y disponibilidades en tiempo real. No para reportar mejor: para decidir mejor.
Así como lo indica el IMEF en sus últimas publicaciones sobre transformación digital: los CFO del futuro no se definen por su capacidad de leer balances, sino por su habilidad para anticipar escenarios y gestionar riesgos en tiempo real. Para eso, necesitan herramientas que conviertan datos dispersos en información accionable. Que automaticen la conciliación, que alerten sobre pagos duplicados o vencimientos olvidados, que conecten el ERP con el banco, y el banco con el SAT. La inteligencia artificial, en este sentido, es un exoesqueleto que potencia el trabajo humano, lo libera de la carga mecánica para que pueda enfocarse en la estrategia.
Hoy, millones de contadores y tesoreros en la región trabajan como soldados sin mapa. Saben que hay una batalla financiera todos los días, pero les cuesta ver el terreno completo. La buena noticia es que eso está cambiando. Desde América Latina están surgiendo soluciones que están reconstruyendo esa conexión perdida. Así como Nightingale cambió la medicina con datos conectados, hoy la verdadera revolución financiera se está gestando en la integración de los procesos más invisibles. Si algo nos ha enseñado la economía reciente, es que la agilidad financiera no es opcional: es vital.
Integrante del Comité Técnico Nacional de Transformación y Economía Digital del IMEF