“La sostenibilidad no es una moda. Lo que hoy está en disputa en mercados financieros revela que estamos frente a una nueva ética económica que definirá el futuro”.
En tiempos recientes BlackRock, la mayor administradora de activos del mundo se ha visto envuelta en polémicas por sus estrategias de inversión sostenibles. En 2024, diversos estados de la Unión Americana la amenazaron con multas y demandas por supuestas prácticas anticompetitivas, acusándola de restringir la producción de carbón y elevar costos eléctricos. BlackRock negó los señalamientos, pero moderó su lenguaje sobre ESG. Es decir, en EUA fue acusada de ir demasiado lejos en sostenibilidad y adoptó un discurso más cauteloso.
En contraste, hace unos días el fondo de pensiones holandés PFZW, con unos 250 mil millones de euros bajo gestión, rompió su relación con BlackRock y retiró cerca de 14 mil 500 millones de euros en activos (Reuters, 3 de septiembre de 2025) debido a sus votos insuficientes en juntas respecto a propuestas ESG. Para los europeos, el problema era justamente lo contrario: posturas tibias frente a factores ambientales, sociales y de gobernanza.
Esto nos lleva a la pregunta: ¿los criterios ESG son solo una moda, dependen de las empresas y gobiernos, o reflejan algo más profundo? La tensión entre políticas, mercados y valores invita a mirar atrás, cuando otros pensadores se enfrentaron a dilemas similares.
Max Weber, en La ética protestante y el espíritu del capitalismo, mostró que los valores culturales son decisivos en la formación de sistemas económicos. Así como la ética protestante dio sustento al capitalismo industrial, hoy la ética de la sostenibilidad busca fundamentar un capitalismo con criterios ESG: responsabilidad intergeneracional, límites planetarios y justicia social.
Hace más de dos siglos, Malthus advirtió que la población crece más rápido que los recursos, señalando límites naturales al desarrollo. Su planteamiento anticipa el marco ESG:
• E (Environmental): los recursos no son infinitos.
• S (Social): el hambre y la pobreza derivan de la presión demográfica.
• G (Governance): urge gestionar población y recursos con políticas públicas.
Aunque erró en sus predicciones más drásticas por no prever avances tecnológicos, el dilema maltusiano reaparece hoy: ignorar los límites planetarios conduce al colapso económico con costos sociales y ambientales.
E. F. Schumacher, en Small is Beautiful, reforzó esta visión: los recursos naturales son capital finito, no ingresos renovables. Su propuesta inspira una economía ética en sostenibilidad: reconocer al medio ambiente como capital irremplazable, situar al individuo en el centro con dignidad y utilizar la tecnología para liberar y no alienar. En términos ESG: valorar el capital natural (E), dignificar al individuo (S) y transformar la gobernanza corporativa (G).
En la medida en que entendamos que el problema no es la producción, sino su sentido, reconoceremos que no somos dueños del planeta ni de los demás, sino parte de este mundo. La sostenibilidad no es una moda, sino la realidad que nos exige una ética económica.
En el IMEF y en particular en el Comité Técnico Nacional de Administración Integral de Riesgos sabemos que ignorar lo anterior puede tener un costo demasiado alto. No se trata de salvar al planeta, sino de asegurar nuestra permanencia digna en él.
Vicepresidente del Comité Técnico Nacional de Administración Integral de Riesgos del IMEF
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