El 15 de julio se conmemora el Día Mundial de las Habilidades de la Juventud, una fecha establecida por la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para reconocer la importancia de dotar a las nuevas generaciones con herramientas que les permitan acceder a empleos dignos, adaptarse a los cambios del mercado laboral y participar activamente en el desarrollo económico y social. Esta conmemoración es también una oportunidad para reflexionar sobre el papel que juegan las empresas, instituciones educativas y gobiernos en la creación de entornos que no solo desarrollen habilidades técnicas, sino que también favorezcan el arraigo del talento joven en el ámbito laboral.
Con este contexto, vale la pena hacernos una pregunta que pocas veces se formula con suficiente claridad: ¿estamos formando a los jóvenes para que desarrollen una carrera dentro de nuestras organizaciones, o solo los capacitamos para cumplir con tareas inmediatas? En un entorno laboral cambiante, donde el talento busca propósito y crecimiento, el aprendizaje no puede seguir considerándose un extra; debe ser la base de una cultura que retenga, motive y transforme.
En un país donde la tasa de desempleo juvenil fue de 5.54% al cierre de 2024 de acuerdo con Macrotrends, la pregunta no debería ser únicamente cómo atraer talento joven, sino cómo lograr que se quede. La rotación de personal entre jóvenes profesionales no solo implica altos costos para las empresas, sino también una pérdida de conocimiento, cohesión y cultura institucional. Cada vacante que se abre una y otra vez revela algo más profundo: una desconexión entre lo que las organizaciones ofrecen y lo que las nuevas generaciones buscan.
En los programas de formación que lidero, he podido ver con claridad que, cuando una persona joven siente que su crecimiento está estancado, su salida es cuestión de tiempo. En cambio, cuando percibe que su empresa invierte en su desarrollo y le abre rutas claras para crecer, el vínculo se fortalece. No es casualidad que, de acuerdo con LinkedIn Learning Report 2024, 70% de los profesionales jóvenes afirman que el aprendizaje les hace sentir más conectados con su organización, y 80% encuentra mayor propósito en su trabajo gracias a ese desarrollo constante.
La capacitación no puede seguir tratándose como un evento aislado o como un recurso exclusivo para posiciones medias y altas. Necesitamos construir culturas donde aprender no sea un beneficio adicional, sino una práctica cotidiana, un derecho y un motor de permanencia. Esto implica mucho más que ofrecer cursos técnicos: se trata de vincular el conocimiento con la trayectoria profesional de cada colaborador, de combinar habilidades blandas y duras, y de generar espacios de mentoría y retroalimentación constante. En mi experiencia, una de las estrategias más efectivas es diseñar programas personalizados, medibles y adaptados a cada perfil. Desde el marco de la capacitación empresarial hemos apostado por este enfoque, no solo para aumentar la productividad de las organizaciones, sino también para generar entornos más humanos, donde el talento se siente acompañado, visto y valorado.
Cuando las empresas colocan al aprendizaje como un eje estratégico, los resultados son tangibles. Según datos de LinkedIn, aquellas que priorizan la formación continua logran mejorar sus índices de retención hasta en 57%, mientras que el costo por reemplazar a un colaborador puede alcanzar entre 50% y 200% de su salario anual, según datos de Payactiv. Pero más allá de la cifra, lo que está en juego es la posibilidad de construir organizaciones más sostenibles, más competitivas y con mayor sentido de pertenencia.
Si queremos que México conserve su mejor energía, debemos dejar de formar solo para que los jóvenes se vayan y empezar a formar para que se queden. El futuro de nuestro país depende de lo que hagamos hoy por quienes construyen el mañana. Aprender no solo ayuda a crecer; también ayuda a quedarse.
*Directora de Educación Continua (UVM for Business) de la Universidad del Valle de México