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“Aquí le doy este tuppercito para que la próxima vez que venga por chiles curados, aquí mismo se los despache”, les dice a sus clientes Jessica Ortiz, encargada de una tienda de abarrotes en Iztapalapa, a partir de que entró en vigor el decreto que prohíbe a los comercios de la Ciudad de México dar bolsas de plástico.
Jessica y su familia despachan en este local de la colonia Santa María Aztahuacán y desde que entró en vigor la reforma a la Ley de Residuos Sólidos en la Ciudad de México se las ha ingeniado para tratar de cumplir con la norma y evitar sanciones.
A la entrada del negocio cuelgan letreros advirtiendo que ya no darán bolsas e invitando a la gente a llevar las suyas o sus propios recipientes de plástico, ya sea los afamados tuppers de marca o esos que en la cotidianidad mexicana se han vuelto un emblema de la reutilización y de los que se habla a menudo con sorna: los envases de yogurt o de crema. El Alpuraware o Lalaware, según sea el caso, que contiene de todo, menos lo que el envase indica.
Para los pequeños comerciantes el reto no sólo estriba en sustituir los recipientes, también se enfrentan con la dificultad de convencer a su clientela de que las nuevas disposiciones son por el bien de todos.
Algunos clientes colaboran y llegan preparados para sus compras. A quienes no traen bolsa o recipiente, les ofrece tuppers de Alpura o Lala para despacharles los productos que vende a granel y que pueden derramarse, como los chiles curados. Los envases de crema, frascos de vidrio de café o mayonesas parecen volverse necesarios para las compras.
Jessica despacha el queso o el jamón con el mismo material con el que vienen envueltos y reutiliza bolsas de otros productos. Para los huevos usa el cartón que los contiene.
Confiesa que desde que empezó la restricción a las bolsas plásticas sus ventas se han reducido hasta 50%, y sólo 30% de su clientela llega con sus propias bolsas o tuppers.
Adultos mayores: rebeldes
La joven dice que los adultos mayores son quienes más se oponen a las nuevas medidas.
“Que yo sepa, la basura se va al mar, ¿no? ¿Acaso ves mar aquí? ¿Entonces tú de qué te preocupas?, que se preocupen los que viven en el mar”, le dijo un señor.
Jessica se ha dado cuenta de que es más fácil hacer conscientes a los niños: “Una mamá me dijo: ‘Yo no traigo tupper y ni creas que lo voy a traer’. El pequeño le contestó: ‘No mamá, ya no se da bolsa, hazlo por el planeta’. La mamá se enojó y jaloneó a su hijo y se fue”.
A diferencia de lo que piensan los impulsores de la medida, el resultado no se verá pronto, será un proceso de cambio de hábitos que llevará por lo menos cuatro años, dijo Gabriela Jiménez, investigadora del Instituto de Ecología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM): “Yo le llamo a esto actitudes y acciones hormiga: lo hace usted, lo hago yo, y al ratito ya somos muchos y se tiene que notar”.
Consideró que estas pequeñas acciones son buenas, ya que al final tienen efectos entre miembros de una comunidad y en donde el factor de confianza es importante.
“Es una excelente idea lo que han hecho en la tienda de Iztapalapa y veremos que al rato van a llegar sus clientes con su envase sin que ella se los pida, pero es eso, tener una comunicación cercana, de confianza y de que somos parte del mismo paisaje diario de la colonia”.
Cambio de hábitos
La especialista recordó que en el México anterior a l se acostumbraba hacer las compras con la bolsa del mercado, canastas o redes, y en los supermercados las cosas se envolvían en un papel grueso.
Los hábitos de la población del entonces Distrito Federal se modificaron a raíz del terremoto de 1985, ya que tras la contingencia sanitaria escasearon la comida, el agua y la energía eléctrica. Se dejó de tomar agua de la llave y aunque las autoridades distribuían agua potable con pipas, la desconfianza sobre su pureza provocó que se abriera un mercado para el agua embotellada en plástico. “Empezamos a recurrir a cosas desechables para casi todo. Abusamos del elemento y se nos salió de las manos”, precisó.
Falta de voluntad
Esteban García-Peña Valenzuela, director de Campañas en Oceana México, consideró que los cambios a la Ley de Residuos Sólidos son la punta del iceberg del verdadero problema.
“Lo que tenemos que empezar a trabajar es que tanto las leyes federales como locales vayan a la reducción de plásticos de un solo uso”.
Reconoció que son positivos los esfuerzos, pero será un proceso que llevará bastante tiempo para llegar a la reducción efectiva de plásticos de un solo uso. Dijo que las bolsas representan una pequeña parte de los plásticos que están en el ambiente y la nueva ley atiende a 10% de los desechos de este material.