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Isabel, de 40 años, casada con un taxista y madre de tres hijas, tuvo que renunciar hace 10 años a su trabajo porque le exigían un horario de tiempo completo y no podía atender a sus hijas pequeñas.
“Por eso es que opté por poner una pequeña tienda de dulces y regalos, para llevar a mis hijas a la escuela, darles de comer, ver lo de las tareas. Yo manejaba mis tiempos, decidía a qué hora cerraba el puesto y a qué hora lo abría, sin dejar de atender el negocio.”
Esa era una de las razones, y la otra era que quería ser independiente, tener un ingreso extra para sus necesidades y contribuir a la economía de la casa. “Entre semana el negocio no dejaba mucho, de viernes a domingo eran los días en que había más movimiento. El resto de la semana entraba poco, pero era necesario que la gente viera que estaba abierto”, dice.
El negocio era rentable porque no pagaba alquiler, el local ocupaba parte de su casa, pues si hubiera pagado los beneficios serían mucho menores.
Explica que las ganancias estaban en mercancías y se financiaba vía los proveedores.
“Algunas empresas que iban a ofrecerme artículos me daban crédito. Los de las bolsas, los que me ofrecían peluches, y les pagaba algo a la semana”.
A inicios de este año cerró la tienda porque era muy demandante los fines de semana.
“Por una parte, tenía un beneficio para mis hijas, porque podía atenderlas, pero no era muy viable, porque no podía salir los fines de semana”.
Ahora Isabel tiene un trabajo temporal de carácter independiente, pero no pierde la esperanza de emprender otra vez un nuevo negocio.