Bajo la premisa de que había que evitar a toda costa enfrentamientos que derivaran en masacres, el anterior gobierno permitió que la narcocracia mexicana fuera cada vez más brutal y arrogante.
Sería tristísimo y decepcionante que durante su mandato se consolidara un movimiento autoritario con rasgos fascistas. Una presidencia dictatorial en estos tiempos representaría una tragedia nacional.
Perdón, pero no encuentro nada más qué agradecerle. Ande, vaya en paz, Andrés Manuel, su misa ha terminado, pero no hace falta que regrese. Adiós.
En estos diez años han fallecido una madre y cuatro padres de los estudiantes desaparecidos. Progenitores que nunca encontraron ningún tipo de consuelo para sus pérdidas.
Narco-Filadelfia, aquel 4 de julio, narco-Culiacán, 15 de septiembre
A ver si de una buena vez entendemos la envergadura de lo que pasa hoy en algunos lugares de México, donde hemos normalizado la violencia criminal a tal punto que ya nos parece habitual.
El Poder Judicial en México no es eficaz, no es transparente, y sólo en ocasiones imparte justicia, pero la solución que ha propuesto el Presidente no resuelve nada. Es una ocurrencia. Es un arrebato populista. Una imposición política.
No me diga usted que no es para quedarse atónito: con todas las barbaridades que le hemos documentado, el trabajo del Presidente sólo es reprobado por dos de cada diez mexicanos.
Se ha consumado el peor golpe electoral que haya vivido México en este siglo. Lo que las fuerzas oficialistas no ganaron en las urnas, lo han arrebatado en una herradura que se ha convertido en la mesa de la ignominia: el salón del Consejo General del INE.
La Presidenta, con una “A” giganta que ha roto el techo político de cristal, tiene por delante una misión inconmensurable: que las mujeres lideren México, y no de forma retórica.
¿Tendremos una presidenta que antes que nada sea la Primera Morenista de la Nación, como aquellos tlatoanis priistas que salivaban al avasallar a sus adversarios violando todas las leyes electorales posibles?