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Hijo de un prestigioso cirujano duranguense, a los 14 años se mudó a Puebla con toda su familia.Allí no solo encontró una nueva vida, sino también un viejo piano de cola al que empezó a arrancar notas, con tal sabiduría, que años más tarde se consagraría en Europa como catedrático, además de dar conciertos en lugares tan míticos como el Carnegie Hall. A los 15 años, se tuvo que hacer fuerte cuando falleció su padre. Fue cuando el piano se convirtió en el refugio para la tormenta emocional que vivía. Este lazo lo ha convertido no solo en un excepcional maestro y un ejecutante genial, sino que incluso ha hecho que grandes marcas como Jaeger-LeCoultre quieran adornar sus manos prodigiosas. Nos encontramos con él recientemente, para una charla amena y divertida donde nos contó mucho de su vida.
¿Cuándo llegaste a Puebla?
Soy originario de Durango y crecí en una familia que conocía ciertos lujos gracias a mi padre, un cirujano apasionado por todo lo que ocurría a su alrededor. Mi madre fue estupenda compañera y aliada. Él me enseñó a ser consciente de las cosas, a valorarlas. Nos hizo ver la suerte que teníamos. Mi madre me ayudó mucho, había mucha empatía. Nos mudamos a Puebla y a los tres meses murió mi padre. El dolor hace que empiece a escribir, sobre todo cuentos, a leer mucho. Al mismo tiempo, me acerqué al piano como algo espiritual, no tanto religioso, sino algo que me aliviaba. Fue mi manera de hacerme adulto.
Tieimpo después, mis hermanos fueron a Munich y París, pero a mí no me dan la visa para ir a Francia, así que visité a mi hermano en Suiza, donde conocí a un chelista que me invitó a ir al conservatorio. Yo tenía muchas lagunas con la música. Para mí interpretar no tenía mucho valor porque no sentía que estaba creando. De pronto, un profesor me hizo una prueba y me dijo: ¿Qué quieres hacer? ¿Te damos un lugar aquí para que aprendas piano? Yo vendía helados para sobrevivir, así que era una oportunidad única y la tomé. Me enseñaron el arte de interpretar, lo que me apasionó de inmediato. Eso, sumado a mucha disciplina, hizo que consiguiera el puesto de profesor vitalicio de piano en el conservatorio. Fue todo un sueño.
¿Tu primer concierto, cómo lo recuerdas?
Sí, claro. Fue una audición en Lausanne. La verdad es que no me daba cuenta de nada, así que no recuerdo sentir nervio alguno. Toqué como hacen los niños: ajeno a todo el escenario. Afortunadamente, fue un éxito. Ahora claro que me pongo nervioso. El Carnegie Hall fue un escenario muy importante para mí. Acabo de ir a Japón y también impone. Recuerdo con cariño cuando regresé a Durango después de 14 años en Suiza, fue muy conmovedor. Toqué en Ginebra, en la sede de la ONU: inolvidable.
Has creado una fundación para ayudar a niños…
La fundación está inspirada en la labor de mi madre, quien siempre ayudó a los niños más necesitados de Durango. También es fruto de mi incapacidad para soportar el dolor ajeno. La fundación está enfocada en ayudar a los niños de mi país, aunque hace poco fuimos a Kenia... Pero tratamos de poner todas nuestras energías en México. De lo que se trata es de dar becas para estudiar en Suiza. Vienes a México y ves una pobreza que en Suiza no existe, así que a las tres semanas de obtener mi actual puesto me puse a crear la fundación llamada Creciendo con la Música. Recolecté algunos instrumentos en cada concierto que daba. Junté cerca de 100: pianos, violines, etcétera. Los mandé a una escuela de Guadalajara donde introduje la música clásica, para que dieran clases. Hoy tienen una orquesta, así que todo funcionó increíble. Creo que es una labor importante, heredera del sistema Abreu, creado en Venezuela. Si en vez de armas, los mexicanos tuviéramos instrumentos de música, imagínate donde estaríamos. Si pones 30 pintores en un salón, no pasa nada, si pones 30 músicos, haces una sinfonía. Me hace muy feliz poder colaborar en algo. Por ejemplo, en Kenia hay niños que caminan kilómetros para ir a su clase de chelo. Los músicos tenemos la obligación de compartirla, ya sea en concierto, en clase o socialmente con los más desfavorecidos. Me gustaría hacer un centro cultural en Durango.
¿De la música, a quién admiras?
Admiro mucho a Menahem Pressler, el legendario pianista. Pau Badura-Skoda también. Philipe Casas, que es casi mi mentor, pues me ha inspirado mucho. Por supuesto, admiro profundamente a mis profesores.
¿Qué vínculos tienes con la relojería?
El primero es que vivo en Suiza. Segundo, me considero un apasionado: cuando paso delante de una joyería me paro a ver relojes… Pero Jaeger siempre ha sido mi marca favorita. Que me nombren embajador, me encanta, es un sueño hecho realidad. Me identifico mucho con los relojes, porque tienen mucho que ver con la música, ya que en ambos universos necesitan precisión y ritmo. Las entrañas de un reloj y las de un piano: ambas son mecánica y arte al mismo tiempo.
Pronto iniciarás una gira en México con un espectáculo de danza y música, así que el arte no para. ¿Qué respuestas has encontrado en el piano?
La necesidad de dar un propósito a la vida y la difícil facilidad de ser feliz. En la música está todo absolutamente. Por ejemplo, con su Fantasía, Robert Schumann declaró su amor y pasión a Clara Schumann. Todo puedes expresarlo con música.
Foto: Jaeger-LeCoultre y Fernando Velasco