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Actualmente, en Biología no hay duda de que el mecanismo principal para la transformación de las especies en el tiempo es la selección natural, que es la supervivencia y reproducción diferencial de los individuos. Esto significa que algunos organismos sobreviven el tiempo suficiente para transmitir sus características heredables a la siguiente generación, mientras que otros mueren. Cuando un organismo posee características que le permiten sobrevivir mejor en un ambiente determinado se dice que está adaptado. Un ejemplo son los cactus, que almacenan agua en su interior y cuentan con estructuras que evitan la pérdida del líquido, lo que les permite vivir en el desierto.
Dado que es imposible predecir con exactitud cómo serán las condiciones ambientales en un futuro, la evolución, como la historia, es una secuencia de eventos que deben leerse hacia atrás. Como biólogos evolutivos, nuestra labor consiste en interpretar las evidencias que se encuentran en la naturaleza para reconstruir la historia de la vida en la Tierra; sin embargo, hallar dichas evidencias en muchos casos involucra cierto factor de “suerte” o buena fortuna, como pueden ser un nuevo hueso desenterrado durante la construcción de una casa; la fosilización de una hembra preñada, que nos permite observar diferentes etapas en el ciclo de vida de una especie; un mamut preservado en el hielo de Siberia durante 39 mil años; o la evolución rápida de una población de lagartos que ya estaba siendo estudiada para otro propósito.
De acuerdo con un artículo publicado este mes en la revista Science (Winter storms drive rapid phenotypic, regulatory, and genomic shifts in the green anole lizard), un frente frío dio al biólogo Shane Campbell-Staton, de la Universidad de Harvard, la oportunidad de mostrar los mecanismos genéticos involucrados en la evolución rápida de una especie de lagartos del suroeste de Estados Unidos. Los lagartos en cuestión son miembros de la especie Anolis carolinensis, que llegó a Estados Unidos proveniente de Cuba. Estos animales, que suelen ser vendidos como camaleones en las tiendas de mascotas, logró adaptarse a vivir en temperaturas más bajas para alcanzar su distribución actual.
Para entender cómo fue que los lagartos se adaptaron a las nuevas condiciones, durante varios años Campbell-Staton y sus colegas estudiaron cinco poblaciones de lagartos en diferentes latitudes, encontrando que los lagartos del norte podían funcionar normalmente a temperaturas más bajas que sus contrapartes del sur. En 2013, cuando Campbell-Staton y colegas ya habían dado por terminado el estudio, el invierno más cruel de los últimos 15 años azotó Texas, por lo que el equipo decidió regresar a estudiar a las poblaciones una última ocasión. Para sorpresa de los investigadores, los lagartos de las poblaciones del sur ahora podían funcionar a las mismas temperaturas que los lagartos del norte, y su ADN reflejaba ese cambio. En otras palabras, el frío había seleccionado a los individuos de la población que eran capaces de soportar temperaturas más bajas, y había eliminado a los que no podían hacerlo (en este caso, los menos adaptados). Un ejemplo destacado de selección natural.
La importancia relativa de los cambios abruptos en el entorno para la evolución de las especies sigue siendo tema de debate, pero no cabe duda de que el estudio realizado por Campbell-Staton y sus colegas arroja datos sumamente interesantes e, incluso, ha sido considerado por científicos de la talla del ecólogo evolutivo Michael Logan como “la más amplia demostración de la selección natural que se haya hecho hasta la fecha”.
Directora de la Facultad de Ciencias de la UNAM