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Horas antes de ver las lengüetadas de fuego en imágenes de video, los cuerpos quemados y en agonía, Tlahuelilpan, Hidalgo, parecía una fiesta: cientos de personas cargaban, despreocupadas, bidones en ambas manos. Algunos iban rumbo al chorro de hidrocarburo, de varios metros de altura, para surtirse. Otros regresaban satisfechos.
Pasó lo que era previsible que ocurriera cuando tanta gente manipula un material inflamable. El conteo de cadáveres y de heridos no terminaba incluso llegado el día siguiente de que explotó el ducto perforado.
Joselyn Sánchez, reportera del diario AM de Hidalgo, entrevistada en ForoTV anoche, relató cómo la gente estaba divertida, tomándose fotos, jugando, algunos con cigarro en mano, empapados como si estuvieran frente a una fuente de agua limpia. Ignoraban a policías y militares que ya se encontraban en el lugar y quienes no hacían más que mirar a los pobladores. El secretario de Seguridad, Alfonso Durazo, explicó después cuál fue la razón por la que las fuerzas federales no hicieron nada: tuvieron la orden de replegarse ante la horda de personas que llegó para robar gasolina; no querían que surgiera una confrontación entre autoridades y pueblo.
La reportera relata cómo al llegar a la zona, alrededor de las 2 de la tarde de ayer, la fuga era apenas perceptible, pero algunos habitantes, dice, “picaron” aun más el ducto para poder extraer mayor cantidad de gasolina.
Fue hasta las 5:04pm, según el gobernador Omar Fayad, que se hizo la denuncia de que había una toma clandestina. Cuando menos tres horas después. De acuerdo con Alfonso Durazo, es hasta las 18:19 horas que Pemex tuvo registro de lo ocurrido. Es a las 19:10pm, según Fayad, que ocurre la explosión. Nadie pudo parar el festín antes de que se convirtiera en un infierno.
Podemos culpar al crimen organizado de abrir en primer lugar ese ducto (según el Secretario de Seguridad era una perforación vieja la que se abrió); podemos culpar al gobierno por no impedir a la gente llegar a tomar la gasolina a borbotones. Podemos culpar al azar. La realidad es que la responsabilidad primera recae sobre las víctimas, sobre las personas que llevaron a toda la familia a cometer no sólo un robo, sino una actividad obviamente peligrosa. ¿Quién no sabe que la gasolina explota con facilidad?
El presidente López Obrador ha dicho en varias ocasiones que “el pueblo” es “bueno y sabio”. Siempre he estado en desacuerdo con esa afirmación, porque supone que los gobernantes corruptos surgieron por generación espontánea y que los delincuentes, los secuestradores, los huachicoleros, los extorsionadores son fenómenos extraños, ajenos a ese pueblo “bueno”. Nada más falso.
Es la descomposición del pueblo, de sus valores, de su capacidad de empatía, parte de lo que explica la ola de crimen y de corrupción que México vive al menos desde 1997. La solución sólo la puede conseguir el gobierno, eso sí es cierto. Pero si suponemos que la gente es buena por naturaleza no atacaremos adecuadamente la causa social del crimen.
Antes de enterarse de la tragedia, en la página de Facebook “Huachicoleros Inc.” —que se ubica a sí misma en Tula, Hidalgo, y que tenía hasta ayer más de 24 mil seguidores— presumían este meme:
Ese también es el pueblo. No son, como fue calificado en alguna ocasión, “travesuras”. Hidalgo es el segundo estado con mayor robo de gasolina. Apenas una semana antes de esta tragedia una bodega en el poblado de Tlahuelilpan había explotado por almacenar combustible robado. No en un cultivo en despoblado, sino en medio de las casas.
Es el pueblo, la gente común, quienes corren a llevarse los artículos que caen de tráileres accidentados. Cargan con electrodomésticos, destazan vacas, llevan incluso a sus hijos para poder cargar más producto. Es gracias al pueblo que las tapas de hierro desaparecen de las coladeras, que no duran las macetas con nochebuenas cada que un gobierno las coloca en plazas públicas.
El pueblo no es intrínsecamente bueno. El pueblo no es intrínsecamente sabio. Ayer lo vimos todos, en imágenes horribles.