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Desde hace diez años la economía global entró en un nuevo paradigma, tras la Gran Recesión de 2008-09, que no fue depresión, sólo por la oportuna intervención de los países más grandes. La zona euro pronto abandonó su intervención, alarmada por el alto endeudamiento público incurrido. Estados Unidos, China y Japón siguieron adelante, pero esto no fue suficiente para evitar etapas posteriores de debilitamiento.
De ahí que cada país haya tenido que explorar su fuente alternativa de crecimiento, al no haber crecimiento global sostenido. Alemania y China, exportadores gigantes, pronto comprobaron que no podían mantenerse con la pura exportación. China ha tratado de sustituir la exportación con demanda interna. Aun así, su tasa de crecimiento cayó de 14.2% en 2007 a un poco más de 6% hoy —y eso con mucha intervención de sus autoridades.
La zona euro vio sus últimas tasas de crecimiento mayores a 3% en 2006 y 2007, y hasta ahora no las ha vuelto a ver. Su crecimiento en el primer trimestre de 2019 fue sólo 1.2%. Estados Unidos escapó a esta desaceleración porque utilizó medidas que el paradigma económico prevaleciente con sideraba aberraciones: el proteccionismo de su mercado interno frente a políticas de “dumping” de China y Europa y reducción de impuestos, aun con un alto déficit fiscal. En el primer trimestre de 2019 creció 3.2%, extendiendo su ciclo de expansión y confundiendo a los analistas convencionales.
Varios de estos analistas habían predicho el desplome de la economía estadounidense, después del primer año de la reducción de impuestos, sin darse cuenta que era tan sólo porque les molesta la personalidad del presidente Trump. Sin embargo, esta combinación de menos impuestos y medidas discriminatorias contra productos extranjeros, han hecho de EU la única economía avanzada que no se desacelera, aun en esta etapa avanzada del ciclo económico. Por el contrario, mantiene bajo desempleo, aun con aumentos en la población económicamente activa.
La ofuscación de analistas clásicos es en parte por el mayor déficit fiscal, en presencia de una deuda pública de 100% del PIB. Sin embargo, no ha causado una crisis de confianza, ni a una corrida contra el dólar. La razón es, entre otras, que el gobierno supo tomar ventaja de un raro periodo en la historia, donde las tasas de interés se han mantenido bajas por mucho tiempo. Una tasa tan baja como la del bono gubernamental a 10 años en sólo 2.5%, significa que el costo del servicio de su deuda será bajo.
Con una deuda de 22 billones de dólares, el pago de intereses en 2018 fue 523 mil millones, es decir un 2.4% de la deuda. El gobierno cobró impuestos por este ingreso de intereses recibido por los inversionistas por 110 mil millones de dólares. De ahí que el costo para el gobierno después de impuestos cobrados fue sólo de 1.9%. Como la inflación fue 1.9%, el costo real de los intereses fue cero. No sorprende que los mercados mantengan su inversión en acciones de la Bolsa y bonos, aun con bajas tasas y que la inversión residencial se mantenga fuerte.
No se trata de desestimar que la deuda es alta y que las tasas de interés no durarán bajas siempre. a reducción de impuestos pudo haber tenido defectos en su diseño. Sin embargo, la estrategia y la convicción de hacer esta reducción de impuestos contra el grueso de la opinión económica, describe a un liderazgo político que nunca debió haber sido subestimado, en contraste con la ausencia de liderazgo en la mayoría, si no es que en el resto de economías avanzadas.
Analista económico.
rograo@gmail.com