Casi es un hecho que el riesgo económico global más importante en 2019 es de bajo crecimiento. Los organismos más importantes, el FMI y la OCDE hace un año calculaban que el crecimiento global sería 3.7%, en extremo optimista. Hoy la debilidad de China y la zona euro puede contagiar a Estados Unidos, la única economía importante que crece a tasas aceptables.

En China, el gobierno ha mantenido el impulso al crédito y al gasto fiscal para sostener una economía que, por la insuficiente demanda mundial y su alta deuda interna, hace años agotó el espacio para crecer aceleradamente. Su tasa ahora estará debajo de 6.5%, el dato más reciente.

En la zona euro la desaceleración ha sido muy fuerte, de 2.8% de crecimiento en el cuarto trimestre de 2017 a 1.1% en el tercer trimestre de 2018. A pesar de que la Comisión Europea logró imponerse sobre el nuevo gobierno de Italia, el hecho es que, más allá de la austeridad presupuestal y el cumplimiento de reglas, esta zona está sumida en una agenda trivial. Sus dos líderes políticos, Angela Merkel y Emmanuel Macron, han perdido apoyo local. Merkel ya se resignó a no presentarse para la próxima elección y Macron lucha por su sobrevivencia política.

Estados Unidos es la única economía con crecimiento sólido, de 3.4% revisado ligeramente a la baja para el tercer trimestre. Pero ya entró en problemas por la caída tan fuerte de su bolsa de valores, la cual amenaza con convertirse en una crisis de confianza.

Con lo anterior, más el contagio, por mínimo que fuera, de los problemas chino y europeo, Estados Unidos estará creciendo menos en 2019. Qué tanto, dependerá de cuánto caiga la confianza, aún alta entre los consumidores, pero que ya vio sus mejores días.

Las tasas de interés prometen estar en Estados Unidos relativamente bajas en este ciclo de desaceleración, tomando en cuenta que apenas subió su tasa de fondeo a 2.5% y que la inflación llegó a 1.8%, lo que resulta en una tasa real baja. Esto, tomando en cuenta que la economía ha crecido sin interrupción y con mínimos altibajos desde 2010. La falta de presión sobre la tasa de interés es precisamente porque la inflación está baja. Y está baja porque los salarios no han subido en ningún grado excesivo y, si acaso, han aumentado sólo con dificultad.

Y aunque se piensa que tiene escasez de trabajadores, la realidad es que la última recesión redujo la tasa de participación de su población económicamente activa, porque mucha gente no encontró trabajo después de buscarlo por meses y simplemente se retiró de la búsqueda. Muchos de esos se han incorporado en estos años de recuperación del empleo, pero todavía tiene una reserva de dos millones más de personas por año, cuando menos otros dos años.

Con esa reserva, es improbable que veamos presiones de salarios en niveles básicos de trabajadores por un tiempo. Por lo tanto, no se vislumbra inflación. Lo que sigue de ahí es que las empresas no pueden aumentar utilidades con mayores precios, excepto casos extraordinarios como el I-Phone, sino con más productividad. Esta empresa por lo pronto incrementa sus utilidades por aumento de precios, pero sus ventas de unidades están estancadas.

La debilidad de precios es una razón por la cual la reciente reforma fiscal de 2017 no ha generado mayores ingresos fiscales, por lo menos en 2018. Por el contrario, éstos han caído. Sin embargo, la explicación es que esos recursos fueron a utilidades y, cuando menos en parte, a más inversión. Ya sabemos que el empleo sí aumentó, pero aún está por verse qué tanto aumentó la inversión. El ciclo que viene tiene más riesgo deflacionario que inflacionario.

Analista económico. rograo@gmail.com

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