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El comercio mundial está amenazado. Se defina o no la actual situación como una guerra comercial, lo cierto es que ya se han escuchado los primeros disparos. Esto requiere nuestra atención y, lo que es más importante, requiere que actuemos.
Los datos de la OMC muestran una clara escalada de las medidas restrictivas del comercio en los seis últimos meses. También se han registrado varias medidas de facilitación de las importaciones en ese mismo periodo, pero el valor del comercio abarcado por estas es cada vez menor, mientras que el alcance de las medidas restrictivas aumenta a buen ritmo. Las medidas restrictivas pueden consistir en aranceles, contingentes y reglamentos aduaneros más estrictos.
La situación es sumamente grave. Las restricciones al comercio recíproco no pueden ser la nueva norma. La continuación de la escalada acarrearía importantes consecuencias económicas, que pondrían en peligro el empleo y el crecimiento en todos los países, y los principales afectados serían los más pobres.
La comunidad internacional en su conjunto tiene la responsabilidad de ayudar a resolver estas cuestiones. Por mi parte, he mantenido consultas con gobiernos y dirigentes de todo el mundo, en las que he exhortado al diálogo y se han estudiado las medidas que se podrían adoptar para revertir la situación actual.
También he mantenido conversaciones con toda una serie de representantes de la sociedad civil (parlamentarios, empresarios, expertos y periodistas) para que se tome conciencia de lo que está en juego. Pido a todos los que estén convencidos de que el comercio es una fuerza positiva, y las normas comerciales mundiales un elemento fundamental para la estabilidad económica y la prosperidad, que hagan oír su voz. El silencio podría resultar tan nocivo como las medidas que llevan a la guerra comercial.
Ha habido algunas señales de progreso. Empiezan a alzarse voces. Los líderes y las asociaciones empresariales están instando a los gobiernos a que se abstengan de levantar nuevos obstáculos. Piden que los gobiernos negocien y encuentren soluciones.
En general, hay mayor conciencia de que el aumento de los aranceles significa precios más altos y salarios más bajos en términos reales, y de que el aumento de la incertidumbre puede entrañar la retirada de inversores y la pérdida de puestos de trabajo. Asimismo, estamos viendo mucho más interés en la OMC por parte de los dirigentes del mundo entero, que quieren fortalecer y mejorar el sistema, en lugar de desmantelarlo. Esto nos podría ayudar a disipar las tensiones y a encontrar una salida a la actual crisis del comercio mundial.
En cierto sentido este debate sobre el fortalecimiento de la OMC no es nuevo; en los últimos años he estado trabajando con los miembros para conseguir precisamente eso, y hemos hecho verdaderos avances. Hemos alcanzado logros importantes, como la adopción del Acuerdo sobre Facilitación del Comercio, la eliminación de las subvenciones a la exportación de productos agropecuarios y la ampliación del Acuerdo sobre Tecnología de la Información. Esta labor debe continuar; de hecho, se están celebrando debates sobre varias cuestiones que son vitales para el crecimiento y el desarrollo en la economía actual.
A pesar de estos progresos, es evidente que muchos consideran que hace falta un debate más amplio sobre la reforma. Ya se están manteniendo conversaciones y algunos han propuesto ideas, pero todavía no tenemos una visión común de hacia dónde deben dirigirse los debates, qué ámbitos pueden resultar más prometedores y cuáles es más necesario abordar.
Independientemente de las respuestas, no cabe duda de que se han de redoblar los esfuerzos para que el sistema mundial de comercio responda mejor a las necesidades de los miembros y a los desafíos de una economía mundial cambiante.
Mientras se debate todo esto, los miembros de la OMC deberán también hacer frente a la amenaza que se cierne sobre el sistema de solución de diferencias de la organización. Las 164 economías que integran la OMC representan 98% del comercio mundial, y todo ello descansa en el sistema de solución de diferencias. Este es el mecanismo a través del cual los miembros se exigen cuentas unos a otros por las supuestas infracciones y que impide que las diferencias comerciales degeneren en confrontaciones mucho más graves. Se trata, pues, de uno de los pilares fundamentales de la gobernanza económica mundial, y es sumamente eficaz. Muchas diferencias se resuelven antes de llegar a la fase de litigación, e incluso cuando llegan a esa fase el cumplimiento de las resoluciones es muy elevado, pues ya se ha aplicado plenamente en torno a 90% de ellas.
A pesar de su eficacia y de que se recurre a él más que nunca, el sistema de solución de diferencias se enfrenta a un grave problema. El proceso de nombramiento de los miembros del Órgano de Apelación (el órgano integrado por los jueces que entienden de las apelaciones en los casos de solución de diferencias) está bloqueado debido a ciertas preocupaciones de Estados Unidos acerca de las resoluciones y los procedimientos del Órgano.
El mandato de varios jueces toca a su fin, y pronto llegaremos al número mínimo necesario para que el Órgano pueda funcionar. Los miembros de la OMC están dispuestos a sentarse y resolver el asunto, pero por el momento estas conversaciones no avanzan. Necesitamos un verdadero compromiso por parte de todos para superar esta situación de estancamiento.
Estos temas deberán abordarse conjuntamente en las conversaciones futuras sobre la mejora de la OMC. El mundo necesita a esta organización más que nunca. Sin ella, nos hallaríamos ante un futuro incierto, con guerras comerciales, menor crecimiento, salarios más bajos y menos oportunidades de empleo en todas partes, tanto en los países pobres como en los poderosos. Tenemos que aprovechar este momento para reforzar la cooperación mundial en materia de comercio, lo cual en última instancia redunda en interés de todos nosotros.
Director general de la Organización Mundial del Comercio (OMC)Twitter: @WTODGAzevedo