Abstraído en la pantalla del celular reviso mis mensajes de WhatsApp y redes sociales mientras el camión se desplaza por el Eje Central Lázaro Cárdenas de la Ciudad de México, aunque podría ser cualquier otra zona de la metrópoli. El movimiento de mis dedos pulgares es más importante que poner atención en el entorno, hasta que el grito de un hombre desconocido me perturba tanto como al resto de los pasajeros: “¡A veeer mi gente, ya te la sabes...!”.

Alarmados, observamos al frente a dos sujetos que acababan de abordar el camión. Uno trae corte de cabello a rape, usa pantalón de mezclilla, tenis de marca y una playera blanca de tirantes que deja entrever sus tatuajes de la Santa Muerte. Antes de que intente guardar mi celular, el sujeto que lo acompaña, que viste de manera similar, se cuadra y nos lanza la advertencia: “Nosotros no te venimos a robar, ni a quitarte tu bolsa, ni el celular. ¡Acabamos de salir del reclu y ya no queremos dedicarnos a eso! Sabemos que en el pedir está el dar y mejor te pedimos tu cooperación para que nos ayudes comprando estas paletas de a cinco varos...”.

Con la mirada amenazante comienzan a recorrer el pasillo y a repartir a la fuerza las golosinas. En tanto, desde la parte trasera miro al chofer que no se inmuta como algunos de sus usuarios que de inmediato sacan sus monedas, pues se trata de un asalto sicológico. Sin embargo, esto no es un delito, por el hecho de que se comete sin usar armas. Sin violencia.

Los pasajeros se convierten en víctimas coadyuvantes, es decir, entregan de manera voluntaria el dinero o en ocasiones sus pertenencias por el miedo de que les hagan daño. Para la sicóloga criminal y forense Gloria López Santiago, el recurso que utilizan estas personas es su imagen, la manipulación e intimidación.

Francisco Rivas, director general del Observatorio Nacional Ciudadano (ONC), coincide: “Se llaman ‘personas recuperadas’ o que salieron del reclusorio, entre sus argumentos. Lo hacen de una manera que puede parecer casi amenazante. Es un fenómeno que no está registrado. Que no sabemos el tamaño, porque tampoco hay un delito detrás. Tú no puedes decir que es un robo, porque estás dando voluntariamente tus recursos y consientes esto, aunque te sientas obligado. Te diría eventualmente que es mucho más parecido a la extorsión que al robo”.

En el país no existe un registro de cuándo se comenzó a realizar esta actividad, pero en los últimos 10 años se ha viralizado en el transporte público de la Ciudad de México (CDMX), así como en el de municipios aledaños del Estado de México, entre ellos Ecatepec, Naucalpan, Nezahualcóyotl, Tlalnepantla y Cuautitlán. A veces no “venden” nada, sólo amedrentan para sacar dinero. En otras ocasiones, cuando los pasajeros no “compran”, paradas adelante suben otros sujetos, o ellos mismos, para asaltar.

Raymundo Martínez, diputado de Morena en la Asamblea Legislativa de la CDMX, asegura que esto no es gratuito y ocurre porque el gobierno capitalino —los gobiernos locales en general— y el federal, no implementan programas de trabajo. Acusa que existe un “cierre de ojos” de las autoridades competentes para actuar como debe ser.

“El gobierno de la CDMX ni siquiera lo tiene claro, no tiene identificado dónde se está generando, en qué barrios, en qué delegación. No tienen panorama. No está mapeado”, dice.

EL UNIVERSAL buscó al diputado perredista e integrante de la Comisión de Seguridad Pública de la Asamblea Legislativa de la Ciudad de México, José Manuel Ballesteros López, para conocer su postura y las medidas que se deben aplicar con relación a ese tema. Al cierre de esta edición no concedió una entrevista.

Al no estar tipificado como delito, no se conoce la magnitud ni el impacto real del asalto sicológico. El tema no está en la agenda política, pero lo cierto es que este fenómeno no se ha controlado e incluso se pueden ver réplicas, aun esporádicas, en otras partes del territorio mexicano, y ha surgido en grandes ciudades como Guadalajara o el norte del país.

En Acapulco, Guerrero, en la zona costera se dan casos así desde hace dos años, comenta Gloria López, integrante del Colegio Mexicano de Psicología Criminal y Forense.

Víctimas de la inseguridad

“A ver hijos de la chingada, ya se los cargó...”, amenaza un tipo cuarentón mientras corta el cartucho de su pistola en la parte delantera del microbús que corría de la colonia Vicente Guerrero, Iztapalapa, al Metro Zapata. “Celulares y carteras”, gritaron al unísono él y su cómplice aquel viernes de junio de 2011.

Eran cerca de las 9:00 de la noche, los cristales empañados por la lluvia ocultaban a los ladrones que con maleta en mano exigían a los usuarios depositar sus pertenencias. Una señora opuso resistencia. Se aferró a su bolso. Fue inútil. Recibió un golpe en la cara que casi la noquea. Segundos después se oyó: “Esta pinche vieja no me quiere dar el celular”.

“Pues reviéntala a la hija de su…”, ordenó uno de ellos, aunque ella lloraba desesperada, repitiendo que no traía teléfono.

Ese asalto que vi y el llanto de la mujer vienen a mi mente ahora que escucho el discurso de los individuos que no parecen rebasar los 20 años de edad (cinco años después), así que cuando pasan a mi lugar prefiero darles dinero y conservar las paletas. No quiero que me roben.

Para López Santiago, quien tiene una maestría en victimología, eso está relacionado con toda la serie de experiencias de conocimiento y percepción de inseguridad, “más todavía en los casos que hemos escuchado de asalto en transporte público, estos casos incluso donde han llegado al homicidio”.

Explica que las personas generan toda una serie de pensamientos que dependen de la propia condición emocional. “Habrá personas que dicen ‘no te doy nada’ o me hago el dormido. Otras se enfrentan a estas personas y dicen ‘no tengo por qué darte nada, vete a trabajar’. Y a otras que les entra este temor, y pues dicen ‘yo te entrego todas estas pertenencias o todo lo que yo llevo. Pero bájate ya’ (…) Sí me ha tocado vivir un asalto y lo que menos quiero es que se repita”.

El fenómeno afecta indudablemente la economía de quienes son “asaltados”, comenta el director del ONC, Francisco Rivas.

“Vamos a pensar que ganen 7 mil pesos. Con eso es muy difícil mantener una familia. Que te pidan para una paleta o lo que sea, es mucho cuando vives con el dinero limitado. Cinco pesos pegan”, dice.

Se requiere legislar

La Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (cifras correspondientes a junio de 2016) del Inegi señala que 71% de la población mayor de 18 años expresó sentirse insegura en el transporte público y 61.4% cambió sus hábitos respecto a llevar cosas de valor como joyas, dinero o tarjetas de crédito, por temor a sufrir algún delito.

Respecto al robo, el artículo 220 del Código Penal de la Ciudad establece la pena mínima de prisión de seis meses a dos años y 60 a 150 días de multa cuando el valor de lo robado no exceda de 300 veces la unidad de cuenta de la CDMX, y la máxima es prisión de cuatro a 10 años y 400 o 600 días de multa, cuando excede de 750 veces la unidad de cuenta CDMX. Además de estas penas, el artículo 224 señala que se impondrán de dos a seis años de prisión “cuando el robo se cometa encontrándose la víctima o el objeto de apoderamiento en transporte público”.

El diputado Raymundo Ramírez considera que se puede buscar un término para el asalto sicológico y consultar con especialistas para hacer una “buena ley” para sancionar a quienes lo practican. “Yo soy de la opinión que debemos hacer un foro con la intención de que nos puedan orientar sobre la situación de este tema.

“Debemos hacer un foro con la intención de que [los expertos] nos puedan orientar sobre la situación y cómo enfrentarla”, señala el legislador.

Miedo en todos los frentes

Carlos toma el volante de su microbús y recorre como todos los días la ruta del Metro La Raza a la colonia Progreso Nacional. Durante las tardes es testigo de cómo de cuatro a cinco veces se suben y “asaltan” a sus pasajeros de esta manera.

“Les insisten en que les compren, como si los amenazaran. A veces la gente dice que no trae dinero, pero ellos no los dejan en paz. A veces sólo les dan dos o tres pesos que apenas si traen para su pasaje y los vendedores se quedan con los dulces”, explica.

Otro chofer, quien pide omitir su nombre, dice que los deja subir a su unidad porque teme que le hagan daño si se niega. “Nos tienen identificados y saben dónde está la base, pueden venir y hacernos algo”. Algunos choferes de otras rutas que fueron consultados no se pueden ni negar, pues “se suben de sorpresa” al camión.

El legislador Ramírez considera que hay un desorden en el transporte público, “porque la Secretaría de Movilidad no tiene un control y puede que hasta choferes estén coludidos”.

Por su parte, la experta Gloria López considera que a los operadores se les debe de dar capacitación, protocolos de actuación y brindarles seguridad. En tanto, Francisco Rivas señala que se deben generar las condiciones para que los operadores denuncien si son amenazados o golpeados. Pero advierte que “de nada servirá si la autoridad no hace nada”.

De regreso a mi asalto: cuando los sujetos descienden del camión continúa la tensión, hago cuentas y veo que en menos de cinco minutos sacaron poco más de un salario mínimo. Las paletas las guardo en mi mochila, dudo que me quiten el sabor amargo del miedo. No es la primera vez que enfrento, como muchos, un asalto sicológico. Y prefiero perder unas monedas...

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